Se despejaron todas las dudas… quien las tuviera. Al fin sabemos de manera irrebatible en qué consiste el expolio fiscal al que es sometida Cataluña sin miramientos. Sucede que los expoliadores, los inmisericordes autores del expolio, no son quienes nos dijeron, es decir, esos mesetarios violadores y saqueadores, que pastorean cabras en secarrales, sacuden a sus mujeres y cuyos sobacos hieden a chotún… sino los catalanistas pata negra. En efecto, tanto y tan inconmensurable es el amor que profesan a Cataluña que la quieren jibarizar, reducir a escala microscópica para metérsela en el bolsillo a cachitos, monitorizada por secciones cartográficas pero en formato monetario para su más cómodo traslado por asientos y transferencias bancarias a un paraíso fiscal.
Orfeó Català, Ómnium Cultural, Fundación Trias, Fundación Rafael Campalans, Plataforma pro-Seleccions, lo más granado y selecto del régimen, amén de embajadillas de pacotilla con hermanitos (Apel·les el parisién), primos y sobrinos en plantilla diplomática, coches tuneados e informes a porrillo sobre la cefalalgia primaveral de la cacatúa parlanchina pagados a precio de oro. Era esto el expolio fiscal.
Cierto que hay expolios y expolios, y éstos, los expolios reales, duelen menos que los virtuales pues quienes los ejecutan son los nuestros y hay quienes piensan que el robo de un afín, de un familiar, es más soportable que el de un extraño, sobre todo si lo perpetra invocando esas consignas patrióticas que llenan de emociones sublimes nuestras vidas prosaicas embrutecidas por cuestiones tan poco líricas, tan poco épicas, como la cuota mensual de la hipoteca, el tedio existencial o las disfunciones eréctiles a partir de los cuarenta… o como ese pederasta desalmado que viola a su hija pequeña y dice, contando con el silencio cómplice y disculpón de los suyos, que una violación en familia es un acto de amor desmedido, quizá extraviado, pero preferible al estupro de un desconocido que, hábrase visto el indeseable ése, ni siquiera se lava las manos antes de martirizar a la criatura.
Los primeros damnificados del caso Millet-Orfeó Català, los músicos a sueldo de la institución, se reunieron ante portas para entonar El Cant de la senyera. Con tan señalado himno pretendían poner la patria a salvo de los chanchullos ejecutados en nombre de la patria misma, con la patria irredenta como excusa. Patriotismo puro, virginal, para combatir la infección, la desviación patriótica.
Pero ya pueden cantar misa. Y correr a taparse las vergüenzas enarbolando la bandera… que está el pendón lleno de cascarrias, hecho unos zorros. Tantos homenajes le brindan… -y es que una bandera que sirve por igual para los envases de almendras garrapiñadas que venden en quioscos de parques y jardines, que para adornar los servilleteros en algunas cafeterías, acabaría, triste e inevitable destino, para sonarse las narices, limpiarse el trasero y las manos sudadas del engrudo pestilente del latrocinio-… que ya anda sola, la pobre, acartonada y tiesa de barros y manchurrones, camino de la lavandería.
¿Qué sacamos en claro los no nacionalistas de este vergonzoso festín protagonizado por (hampones) catalanistas a costa de Cataluña? Muy sencillo: que está rigurosamente prohibido morir intestado… o Montilla, si la espichas y tienes al menos un par de zapatos en buen estado, se los agencia rebuscando en el ataúd, retorciéndote la esqueletura amojamada, para donárselos a Ómnium Cultural con la sonrisa babosa del ilota pintada en la cara. Ni hablar del peluquín. Que el peluquín también lo factura a beneficio de inventario y algún rendimiento le saca.
No es una coña marinera: la prensa ha desvelado estos días (con motivo de las denuncias de José Domingo, diputado del Grupo Mixto, antes de Ciudadanos, sobre las generosas subvenciones de Monti & cia a Ómnium Cultural) que las administraciones nativas le arreglan las finanzas a las entidades catalanistas con el parné, libre de retenciones, de los difuntos que mueren intestados.
De modo que ningún no nacionalista se duerma, tenga poco o mucho, un reloj de bolsillo de su bisabuelo con cadenita y leontina doradas, una purera de piel o una etiqueta de coleccionista, añada especial, de Anís del Mono y vaya pensando en redactar un testamento, sobre todo si le faltan los herederos naturales, por así decir, contemplados en los supuestos legales al uso.
Ahora se comprende por qué los nacionalistas defienden sus posiciones con ese ímpetu, con esa constancia y determinación. No sólo defienden unas ideas y unos principios, emociones o sentimientos, lo que quiera que sea que tengan dentro del magín o de su atribulado corazón, y que Tolerancio no sabe precisar pues no se maneja en el complejo mundo de la psiquiatría… defienden también, y por encima de todo, un puesto de trabajo, financiado a golpe de talonario, enrocados a muerte en la tupida trama de las asociaciones catalanistas. Y es que el catalanismo crea más trabajo dependiente de los presupuestos que el Plan E. El catalanismo cobra así la traza de un plan quinquenal en una economía planificada.
Tolerancio propone, a quien recoja el guante, el reto de censar cuántas nóminas mensuales pagadas a oficinistas, administrativos en plantilla, etcétera, generan las entidades catalanistas subvencionadas. Una de esas asalariadas es la chica, sin duda, que se pasea por los cibercafés de Pueblo Seco acarreando su carrito al copo de pegatinas de la campaña Oberts al Català descrita en una bitácora anterior. Y claro, tal y como está el panorama económico, y con esos maravillosos brotes verdes en el horizonte, no extraña que los catalanistas defiendan sus ingresos con uñas y dientes y fuercen la máquina con arreglo a otro ítem de las economías planificadas: la política del salto adelante. Es decir, o todo o nada y ahora, o cualquier día de estos se cansan de nosotros y nos cierran el grifo.
Además de una necesaria aunque lejana victoria social y electoral (largo lo fiáis) sobre las compactas huestes del nacionalismo, éste sólo podrá ser parcialmente desactivado… -desactivado en el sentido de apartado de la vida política del país, pues no dejará de existir porque hay algo… un chispazo, una conexión sináptica desarreglada… en el córtex cerebral que nos mantiene anclados a las danzas y las consejas legendarias alrededor del fuego tribal-… cuando desmantelemos su entramado de chiringuitos asociativos. Pues son la correa de transmisión, la burocracia paralela y las agencias empleadoras de cientos de agentes proselitistas en deuda con el régimen. De las subvenciones, de las partidas presupuestarias, obtienen los catalanistas la masa salarial que les permite pagar las facturas, los estudios de los niños, las letras del coche y el viajecito estival a los fiordos escandinavos.
Orfeó Català, Ómnium Cultural, Fundación Trias, Fundación Rafael Campalans, Plataforma pro-Seleccions, lo más granado y selecto del régimen, amén de embajadillas de pacotilla con hermanitos (Apel·les el parisién), primos y sobrinos en plantilla diplomática, coches tuneados e informes a porrillo sobre la cefalalgia primaveral de la cacatúa parlanchina pagados a precio de oro. Era esto el expolio fiscal.
Cierto que hay expolios y expolios, y éstos, los expolios reales, duelen menos que los virtuales pues quienes los ejecutan son los nuestros y hay quienes piensan que el robo de un afín, de un familiar, es más soportable que el de un extraño, sobre todo si lo perpetra invocando esas consignas patrióticas que llenan de emociones sublimes nuestras vidas prosaicas embrutecidas por cuestiones tan poco líricas, tan poco épicas, como la cuota mensual de la hipoteca, el tedio existencial o las disfunciones eréctiles a partir de los cuarenta… o como ese pederasta desalmado que viola a su hija pequeña y dice, contando con el silencio cómplice y disculpón de los suyos, que una violación en familia es un acto de amor desmedido, quizá extraviado, pero preferible al estupro de un desconocido que, hábrase visto el indeseable ése, ni siquiera se lava las manos antes de martirizar a la criatura.
Los primeros damnificados del caso Millet-Orfeó Català, los músicos a sueldo de la institución, se reunieron ante portas para entonar El Cant de la senyera. Con tan señalado himno pretendían poner la patria a salvo de los chanchullos ejecutados en nombre de la patria misma, con la patria irredenta como excusa. Patriotismo puro, virginal, para combatir la infección, la desviación patriótica.
Pero ya pueden cantar misa. Y correr a taparse las vergüenzas enarbolando la bandera… que está el pendón lleno de cascarrias, hecho unos zorros. Tantos homenajes le brindan… -y es que una bandera que sirve por igual para los envases de almendras garrapiñadas que venden en quioscos de parques y jardines, que para adornar los servilleteros en algunas cafeterías, acabaría, triste e inevitable destino, para sonarse las narices, limpiarse el trasero y las manos sudadas del engrudo pestilente del latrocinio-… que ya anda sola, la pobre, acartonada y tiesa de barros y manchurrones, camino de la lavandería.
¿Qué sacamos en claro los no nacionalistas de este vergonzoso festín protagonizado por (hampones) catalanistas a costa de Cataluña? Muy sencillo: que está rigurosamente prohibido morir intestado… o Montilla, si la espichas y tienes al menos un par de zapatos en buen estado, se los agencia rebuscando en el ataúd, retorciéndote la esqueletura amojamada, para donárselos a Ómnium Cultural con la sonrisa babosa del ilota pintada en la cara. Ni hablar del peluquín. Que el peluquín también lo factura a beneficio de inventario y algún rendimiento le saca.
No es una coña marinera: la prensa ha desvelado estos días (con motivo de las denuncias de José Domingo, diputado del Grupo Mixto, antes de Ciudadanos, sobre las generosas subvenciones de Monti & cia a Ómnium Cultural) que las administraciones nativas le arreglan las finanzas a las entidades catalanistas con el parné, libre de retenciones, de los difuntos que mueren intestados.
De modo que ningún no nacionalista se duerma, tenga poco o mucho, un reloj de bolsillo de su bisabuelo con cadenita y leontina doradas, una purera de piel o una etiqueta de coleccionista, añada especial, de Anís del Mono y vaya pensando en redactar un testamento, sobre todo si le faltan los herederos naturales, por así decir, contemplados en los supuestos legales al uso.
Ahora se comprende por qué los nacionalistas defienden sus posiciones con ese ímpetu, con esa constancia y determinación. No sólo defienden unas ideas y unos principios, emociones o sentimientos, lo que quiera que sea que tengan dentro del magín o de su atribulado corazón, y que Tolerancio no sabe precisar pues no se maneja en el complejo mundo de la psiquiatría… defienden también, y por encima de todo, un puesto de trabajo, financiado a golpe de talonario, enrocados a muerte en la tupida trama de las asociaciones catalanistas. Y es que el catalanismo crea más trabajo dependiente de los presupuestos que el Plan E. El catalanismo cobra así la traza de un plan quinquenal en una economía planificada.
Tolerancio propone, a quien recoja el guante, el reto de censar cuántas nóminas mensuales pagadas a oficinistas, administrativos en plantilla, etcétera, generan las entidades catalanistas subvencionadas. Una de esas asalariadas es la chica, sin duda, que se pasea por los cibercafés de Pueblo Seco acarreando su carrito al copo de pegatinas de la campaña Oberts al Català descrita en una bitácora anterior. Y claro, tal y como está el panorama económico, y con esos maravillosos brotes verdes en el horizonte, no extraña que los catalanistas defiendan sus ingresos con uñas y dientes y fuercen la máquina con arreglo a otro ítem de las economías planificadas: la política del salto adelante. Es decir, o todo o nada y ahora, o cualquier día de estos se cansan de nosotros y nos cierran el grifo.
Además de una necesaria aunque lejana victoria social y electoral (largo lo fiáis) sobre las compactas huestes del nacionalismo, éste sólo podrá ser parcialmente desactivado… -desactivado en el sentido de apartado de la vida política del país, pues no dejará de existir porque hay algo… un chispazo, una conexión sináptica desarreglada… en el córtex cerebral que nos mantiene anclados a las danzas y las consejas legendarias alrededor del fuego tribal-… cuando desmantelemos su entramado de chiringuitos asociativos. Pues son la correa de transmisión, la burocracia paralela y las agencias empleadoras de cientos de agentes proselitistas en deuda con el régimen. De las subvenciones, de las partidas presupuestarias, obtienen los catalanistas la masa salarial que les permite pagar las facturas, los estudios de los niños, las letras del coche y el viajecito estival a los fiordos escandinavos.
El nacionalismo, que nunca dejará de existir, aun relegado a la alcoba o a inocuas asociaciones culturales, sólo dejará de darnos la brasa a diario, coactivamente, cuando el no nacionalismo pueda plantear con éxito un ERE brutal… -acaso poco a poco, promocionando a unos en detrimento de otros, fomentando rivalidades, o creando, si en alguna ocasión maneja las palancas del poder (aunque suene a ciencia-ficción) un tejido asociativo de sustitución-… a las entidades que hoy viven del momio del erario público... y de los bienes intestados.
PS.- Ilustra esta bitácora un diseño de bandera cuatribarrada, obra de mi amiga Chel, que va como anillo al dedo al catalanismo expoliador.