viernes, 16 de octubre de 2009

comisariado vecinal

Sucedió en Barcelona

Estamos ante una nueva modalidad de control lingüístico: el comisariado de barrio. Figura inspirada en los porteros de fincas vecinales de la Cuba castrista que actúan como soplones de la policía política. El portero, abanicándose con un ejemplar de Granma para combatir el sofocante calor de la isla, sabe a cada paso quién entra o sale y de qué pie cojea cada quisque. En la garita tiene su tercerola con el cargador lleno para defender a tiro limpio cada palmo del glorioso paraíso caribeño de los trabajadores.

El comisario vecinal no es el agente normalizador de la campaña Oberts al català, figura de la que dimos cuenta en una bitácora anterior, ni los comisarios de la checa político-literaria del ayuntamiento de Sevilla que, con esa gran amplitud de miras, prohíben conferencias sobre el escritor y diplomático Agustín de Foxá por su trayectoria reñida con los presupuestos de la Ley de Desmemoria Histórica… -por lo que, en aras de su coherencia progre-inquisitorial, habrían de vetar, también, charlas sobre Céline, Ezra Pound, Cela, Torrente Ballester, entre otros muchos, o recitales de Víctor Manuel que en sus años mozos dedicó una canción encomiástica al general Franco, sin ir más lejos-… ni siquiera, hablando de Cuba, el comisario propagandista en su versión edulcorada a lo Bosé y Juanes, ni en su versión oficialista a lo Manu Chao, aclamado intérprete que reiteradamente ha manifestado su simpatía por ETA y que actuó días atrás en La Habana para respaldar al régimen sin los vergonzantes escrúpulos de los anteriores… por lo que deducimos que Manu Chao, babeante, se empalmaría observando, a través de una mirilla, a la poli isleña aplicando electrodos en el pito a los disidentes o sumergiéndoles la cabeza en bañeras repletas de excrementos, con arreglo a sus procedimientos habituales.

El comisario vecinal es una figura de nuevo cuño y su misión es fundamentalmente lingüística. Ésta que sigue es una anécdota real y sucedió en Pueblo Seco, cerca del Paralelo, el pasado 7 de octubre. Tolerancio fue la víctima del delirante episodio.

El escenario fue el vestíbulo de la finca de su nuevo domicilio. En efecto, Tolerancio acababa de completar una mudanza. Regresaba ese día de hacer un recado. Abrió la puerta de la calle y vio que, acarreando unas bolsas del supermercado, le pisaba los talones un señor al que otros vecinos presentaron unas fechas antes como expresidente de la comunidad.
El interfecto ha ejercido el cargo durante más de 30 años y un halo de autoridad aún inviste su figura. El tipo luce con orgullo un imponente mostacho blanco con las guías onduladas à la façon de un alabardero de palacio, de un oficial retirado del ejército prusiano.

Tolerancio abre la puerta, le cede el paso y larga un trivial comentario, ¿Qué? ¿Haciendo la compra?... El otro asiente. La conversación ha terminado. Tolerancio se da la vuelta y se dirige a la escalera para iniciar el ascenso a su modesta morada cuando… una voz suena a su espalda…

-Jove… (joven, amable apelativo pues Tolerancio ya cumplió los 40 y peinaría canas… si tuviera pelo). No hay nadie más en el lugar y deduce Tolerancio que se dirigen a él. De modo que se gira solícito armando una sonrisa cordial. Piensa: empecemos con buen pie.

-Dígame.

Y, de sopetón, el expresi le suelta el discurso de bienvenida tras formular… -con el ceño fruncido como por una intriga indomeñable-… una pregunta preliminar:

-Perdoni… Vostè es castellà… o català? (Perdone… ¿Es usted castellano… o catalán?)

Tolerancio encaja la pregunta con fastidio, y por qué no decirlo, con un ligero sobresalto. La respuesta que le acude al bocón, de primeras, es un… ¿Ein?... como de extrañeza, pero no la verbaliza. Se produce un incómodo silencio de un par de segundos.

Tras esa pregunta se esconde un truco avieso de etiquetaje identitario que usan siempre los catalanistas y que ha cuajado a nivel coloquial. La pregunta pretende incomodar a los catalanes castellanohablantes, que son catalanes, pues nadie nacido en Barcelona o en Cornellá pretende ser castellano. La disyuntiva así presentada, A o B, es un modo de corregir, o cuando menos de dirigir, los sentimientos de pertenencia.
Si el encuestado responde que es catalán, al momento… (tienen la pregunta lista en la recámara)… sueltan un Entonces… ¿Por qué habla en castellano? Para esa pregunta la respuesta apropiada es que El castellano es la lengua materna de la mitad de los catalanes, aunque lo mejor sería responder a esa cuestión tan meticona y entrometida con un Hoy hace un día magnífico o con un ¡Qué caras están las verduras!

La pregunta se solapa con otra. Es la verdadera pregunta, la prueba del 9, la que cuenta, oculta tras el biombo de la anterior. Quieren saber qué idioma habla uno o por qué idioma se decanta en el binomio castellano/ catalán, aunque es cosa común hablar ambos. Tolerancio lo comprobó al segundo:

-Què vol dir? (¿Qué quiere decir?).- Pregunta Tolerancio.
-Vull dir… si parles català o castellà (Si hablas catalán o castellano).

La respuesta de Tolerancio, en estructura profunda, fue ¿Y a ti qué lo que yo hable, so merluzo?... pero en superficie apareció:

-Gairebé sempre parlo castellà (Habitualmente hablo en castellano).
-Es que aquí parlem en català (Es que aquí hablamos en catalán).

El aquí de la respuesta se refiere probablemente al nº 31, pongamos por caso, de la calle (llamémosla) Alzina, aunque Tolerancio ya ha tenido ocasión de saludar a otros vecinos y de hablar con algunos de ellos en castellano, incluida una familia procedente de un país sudamericano que no puede precisar.

-Què es una llei d’aquesta escala? (¿Es una ley de esta finca?)

A modo de aclaración sigue todo un discurso entre autobiográfico y pedagógico que contiene los siguientes ítems:

-Yo nací aquí, aunque mis padres son de fuera. Pero claro, en Cataluña hablamos catalán (¿?).
-En esta finca vivimos catalanes de toda la vida (¿?).
-Yo con mi mujer hablo en castellano… ¿Sabe por qué?... Por sus padres, mis suegros… (¿?)… (que ya deben de estar los pobres criando malvas pues el sujeto ronda los 70 años y las probabilidades del enunciado anterior son muy elevadas… por unas razonables expectativas de distancia generacional y de longevidad).

Hay un tira y afloja. El que fuera presi no consigue arrancar el compromiso de lealtad idiomática del nuevo vecino y el tanteo lingüístico se aproxima a las tablas perpetuas Karpov/Kasparov con expresiones del tipo:

-Que cadascú parli el que vulgui (Que cada uno hable lo que quiera).
-I tant, però hem de fer un esforç… (Por supuesto, pero hemos de hacer un esfuerzo…).

No obstante el comisario vecinal aún tiene munición y no da su brazo a torcer:

-I amb la seva dona? (¿Y con su señora?)

También quiere saber, para completar su exhaustiva ficha parapolicial, en qué idioma habla Tolerancio en la intimidad con su señora cuando discuten sobre el color más apropiado para las cortinas o cuando le pellizca el trasero. El comisario ha traspasado la delgada línea roja de la discreción, del buen gusto, del decoro y de la urbanidad.
Tolerancio debe embridar de nuevo su correosa lengua que pugna por dotar de cuerpo material fónico los siguientes pensamientos: ¿Y a ti qué coño te importa, mamarracho, inquisidor de barrio? ¿Te pregunto yo si te dedicas a chupar pollas por los váteres de las estaciones de tren?... pero opta por seguir el juego educadamente:

-Parlem sempre en castellà (Siempre hablamos castellano).
-Sí, ja els he sentit. Però es catalana, oi? (Sí, ya les he escuchado. Pero… ¿Ella es catalana, verdad?)
-De soca-rel (De pura cepa… expresión muy del gusto aborigen).

Para finalizar la entrevista pregunta a Tolerancio cómo se llama:

-Em dic Javier, i vostè? (Me llamo Javier ¿Y usted?... pregunta-florero pues a Tolerancio le importa un bledo cómo se llame el sujeto).

Da su nombre, que Tolerancio no recuerda, y se despide cuando el ascensor reemprende la marcha:

-Adéu Xavi i fins un altre! (¡Adios Xavi y hasta otra!).

Tolerancio, rebautizado, responde, pero el ruido del ascensor apaga su réplica:

-Em dic Javier, no Xavi… Javier! (¡Me llamo Javier, no Xavi… Javier!).

A Tolerancio le queda la duda de si ha vivido una anécdota inocua auspiciada por un voluntario lingüístico jubileta y turuta que acude todos los domingos y fiestas de guardar al aplec (encuentro) sardanista promovido por el casal d’avis (casino de abuelos), que milita en alguna entidad vecinal adscrita a una plataforma subvencionada y que no pierde ocasión de hacer proselitismo lingüístico por las calles y plazas del barrio… o si se perfila en el horizonte una nueva y coordinada fase de presión idiomática diseñada por la nomenclatura catalanista que podría resumirse así:

-“Ya no les dejamos rotular comercios en español, so pena de multazo, estupendo, ni les permitimos escolarizar a sus hijos en esa lengua pútrida y asquerosa para crear de ese modo una falla emocional entre generaciones, magnífico… pero cuando abren la puerta de la calle y entran en el vestíbulo de la finca donde viven, esas cucarachas se sienten a salvo de toda intromisión, como en el juego del parchís, que no puedes perder tu ficha cuando transitas por las casillas coloreadas de la zona de seguridad o como esos fugitivos de persecuciones políticas que franquean la entrada de una embajada extranjera como acogiéndose a sagrado… pues bien, se trata, concertadamente, a través de nuestros simpatizantes y afiliados a pie de calle… de transmitirles incomodidad y presión a domicilio, cuando menos en los espacios comunes de las fincas de vecinos mientras no podamos entrar en sus casas y poner micrófonos para saber en qué idioma cocinan, van al baño o echan un polvo. Hemos de acabar con esa sensación de impunidad lingüística que habilitan las paredes y puertas de sus viviendas. No pueden, no deben sentirse a salvo de nosotros ni cuando duermen: deben sentir nuestro aliento en sus cogotes, sin descanso, de una manera implacable. Que no respiren, que no se sientan libres ni en el salón de su casa. Y así hasta que claudiquen… o revienten y se larguen.

Puede que la referida anécdota no sea más que la celosa y aislada iniciativa de un catalanista senil que va por libre, que pretende transformar su pedacito de Cataluña, calle Alzina nº 31, en un cacicazgo, en una satrapía donde reine la pureza lingüística, de la que es garante y custodio, un precursor concienciado que aspira a que le dediquen una placa conmemorativa cuando la espiche, y por esa posibilidad nos inclinamos… pero no debemos descartar otras, pues barrabasadas más gordas se vieron… o puede que el episodio sea síntoma, anticipo, de una nueva estrategia, aún en su fase experimental o de laboratorio, que trasladaría el control lingüístico en la vía pública, ya no a la expresión escrita de la lengua… (la prohibición de rótulos comerciales y la eliminación de señales e indicaciones en castellano)… sino a la expresión oral e individual: un panorama sombrío que Tolerancio dibujó en dos bitácoras inéditas tituladas Del cero al infinito, redactadas hará un par de años y que desempolvará en cuanto tenga ocasión.




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