Tolerancio inició su blog dedicándole una bitácora a los bimin-kuskusmin de las Tierras Altas de West Sepik, Papúa-Nueva Guinea. Los b-k practicaron en tiempos la antropofagia ritual, que no proteínica, pues contando con una numerosa cabaña porcina para el sustento, de vez en cuando le hincaban el diente al incauto que se extraviaba por sus dominios.
El canibalismo permite diferentes lecturas a condición de no ser uno mismo la sustancia del fenómeno, en cuyo caso cualquier lectura carece de importancia. Para antropólogos materialistas, tirando a ramplones y garbanceros, como Marvin Harris, el canibalismo es una cuestión meramente proteínica, caracterización que puede explicar conductas esporádicas motivadas por el aprieto de la supervivencia desesperada, pero discutible a otra escala, pues la antropofagia ha gozado de rango institucional documentado en algunas culturas o entre individuos que tenían su aporte calórico plenamente garantizado y que gozaban de un excedente alimentario suficiente para afrontar épocas de escasez. Ni Bokassa, ni Amín Dadá, Macías Nguema o el caníbal de Rotemburgo, por ejemplo, sufrieron hambruna, que sepamos, y ahí los tenías, ñam-ñam, meneando el bigote.
Los antropólogos de inspiración culturalista como Marshall Sahlins o Clifford Geertz han preferido centrarse en los aspectos simbólicos de la extravagante cuchipanda y han apreciado rasgos concurrentes entre la cosmovisión del grupo y las pautas del festín caníbal, es decir, canibalismo como un avatar, aunque infrecuente, del universo ritual al que propenden las culturas.
Para un bromista, la antropofagia podría ser la metáfora perfecta del materialismo dialéctico, pues requiere una tesis, una antítesis y una síntesis operada en la panza por los jugos gástricos, quedando como residuo el innoble producto de la digestión. Para los cristianos reformados, luteranos, calvinistas o anabaptistas, el catolicismo también es una religión caníbal o teófaga, mejor dicho, pues los fieles se zampan al dios de obediencia en virtud del misterio de la Transubstanciación del cuerpo y de la sangre de Cristo en la oblea de harina y en el vino eucarísticos.
Probablemente cuando los b-k o alguna otra tribu han practicado la antropofagia lo han hecho considerando que su víctima no pertenecía plenamente a la estirpe humana. Lógicamente las víctimas canibalizadas se reclutan siempre fuera de la tribu, no dentro de ella. Y para no pocos grupos humanos es cosa probada que los forasteros habitan los límites clasificatorios de la Humanidad.
¿Cómo puede haber en este mundo individuos que siendo tan parecidos a nosotros no sean completamente humanos?... se preguntan los b-k rascándose el cogote meditabundos. Lo solucionan zampándose al forastero, con o sin condimentar, y lo incorporan a sí mismos: lo asimilan. Esto es, lo asimilan mediante la digestión. Ésa es la manera, el estilo b-k, de despejar la incógnita que constituye el extraño, el casi-hombre, el casi b-k, el intruso que amenaza su cosmovisión. Desaparecida la incógnita, se aparca la ecuación y a otra cosa mariposa.
Los b-k, pues, se zampan materialmente a los extraños para hacerlos suyos. Otros prefieren integrarlos mediante la enculturación, que, salta a la vista, es un método menos drástico. Y hay individuos que ante la disyuntiva: ser ingerido y asimilado o habitar en la periferia, en la marginalidad, prefieren autodevorarse, mutilarse una parte de sí, esa excrecencia cultural sobrante y contaminante del individuo inmigrado para que su presencia sea tolerada, admitida y obtener de ese modo la sanción pública de la normalidad. Dicen: No me comas tú que ya me como yo y te ahorro el trabajo. Y luego, juntitos, nos comemos a los demás. Mira que tengo buen apetito, que traigo hambre atrasada.
Si ha pensado en Montilla, máximo representante del charnego agradecido, palanganero y sonderkommando nacionalista por antonomasia, me ha leído el pensamiento. Nada importa que Montilla conecte con sus ancianos padres por videoconferencia en esos mítines troisième monde que montan los publicistas del PSC para emocionar a sus parroquianos de lágrima fácil, figurando que el interfecto permanece fiel a sus raíces, pues la escenita, subrepticiamente, significa: aunque soy vuestro hijo, ya no soy como vosotros, pues si lo fuera… no sería presidente.
Diferente cosa es que para que un marmolillo como Montilla sea presidente de Cataluña, alcalde de Cornellá o vocal de la comunidad de propietarios de su finca de vecinos, debe darse forzosamente esta circunstancia: la imbecilidad en grado superlativo de un amplio segmento de la población. Que es el caso, precisamente.
Papúa-Nueva Guinea es un vergel, un paraíso de exotismo zoológico. Cada vez que regresan científicos de la isla, si no se han topado antes con algunos b-k añorados de sus antiguos rituales, aportan pruebas gráficas del descubrimiento de animalillos fascinantes. En sus frondosas florestas o en la profundidad de las calderas volcánicas extintas anidan sorprendentes bestezuelas, como la rana-pinocho, con trompetilla sobre amplia boca batracia, que vimos días atrás en la prensa.
En Papúa-Nueva Guinea, donde se han documentado conductas recientes tan poco edificantes… -influidos acaso sus habitantes por la ancestral creencia en la hechicería-… como la inhumación en vida de los individuos portadores del virus VIH, a guisa de expeditivo mecanismo profiláctico, tienen el discutible honor de contar en sus 460.000 km2, algo menos que España, para sus casi 6 millones de habitantes, con la nadería de unas 750 lenguas diferentes, además de las tres oficiales: el inglés, el pidgin y el mutu.
Hay quien sostiene que ése, unas 750, es un cálculo a la baja, pues serían más, tantas como la mitad de las lenguas habladas por la Humanidad actual. Cuando decimos que España goza de una gran riqueza lingüística a preservar, y que se preserva por lo general… -si examinamos la política nacional y las políticas regionales-… en contra, de manera empecinada e incomprensible, de la lengua común y de los derechos de la ciudadanía… lo nuestro al lado de la diversidad lingüística de los papúos es una broma ridícula. Los papúos son los plutócratas planetarios del plurilingüismo.
¿Alguien, en su sano juicio, se imagina el Senado de Papúa-Nueva Guinea, si lo hubiera, con 750 traductores… (uno por lengua, o mejor dos, 1.500, titular y reserva por aquello de cubrir vacaciones y bajas por enfermedad)… tocando, es un purparlé, a 10 o 12 traductores por cada senador?... Si ese fuera el caso, y el gobierno papúo sopesara la posibilidad de reducir personal para aliviar el déficit público, pensaría en los b-k como apropiado instrumento para adecuar a las presentes circunstancias de crisis desatada la sobredimensionada plantilla de traductores.
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