Esta bitácora comienza con un chiste:
“El sargento instructor pasa revista a un pelotón de ocho soldados. El sargento es un tipo duro, como el marine de La chaqueta metálica, de Kubrik. El tipo ladra como un mastín:
-Numérense del 1al 8… ¡Ar!
-¡El uno!- Brama un soldado con voz varonil.
-¡El dos!- Dice otro.
-¡El tres!- Responde el tercero con tronío.
-¡El cuatro!- Dice éste con voz muy pero que muy afeminada.
-¡El cinco!-Varonil.
-¡El seis!- También.
-¡El siete!- Lo mismo.
Y llega el turno del octavo:
-¡Otro cuatro!”
Otro Marsé. Eso es Andrés Trapiello, pues sus declaraciones hostiles al nacionalismo son desmentidas un segundo después por sus propias palabras, por veladas disculpas. Si Marsé afirma que la inmersión lingüística escolar no ha estado mal, pues ha preservado el catalán, aunque se ha cometido algún exceso, poca cosa, no vayan a pensar… validando primero que nadie esa política aberrante, pues la justificación de un aparente detractor siempre pesa más a favor del enjuague que la de un partidario… -impagable Marsé en su tarea subalterna de tonto discrepante útil-… Trapiello equipara nacionalistas identitarios o esencialistas a chovinistas españoles, no sabiendo aún Tolerancio quienes integran esa segunda categoría.
Trapiello en una entrevista concedida al diario El Mundo, contraportada del sábado 13 de junio de 2009, responde a la pregunta ¿Por qué algunos bilingües se muerden la lengua? de la siguiente guisa:
-A veces la lengua es ideología y nacionalismo. A algunos nacionalistas les pone nerviosos que el castellano sea tan vigoroso. Y al revés, están los chovinistas del español.
Trapiello contrapone al nacionalismo periférico, por ejemplo el catalán, un hipotético chovinismo, que vale por nacionalismo, español. Es decir, para meterle un dedo en el ojo al primero, echa mano, a la fuerza, del nacionalismo de compañía o nacionalismo-carabina, pues no tiene agallas para cargar contra el nacionalismo catalán sin aditamento o nacionalismo excusa, llamado también nacionalismo-tapón o de cobertura.
Que es, salvando las distancias, por supuesto, pero mucha que mucha distancia, lo que dicen algunos tibios o pro-etarras disimulados, o que lo han sido en algún momento de su periplo vital y hoy se avergüenzan un poquito, o simplemente no es hora de manifestar en público según qué afinidades, cuando les preguntan por los crímenes de ETA y dicen que condenan sin ambages esos atentados pero añaden al punto que también deploran los crímenes de Estado o la brutalidad policial. Que ni una cosa ni otra.
Equidistancia pura que instaura la negociación paritaria: de igual a igual, de tú a tú. Pero oiga… ¡que sólo le han preguntado por los atentados etarras y no por el precio del aceite!
Nos recuerda Trapiello a esas personas acomplejadas que en algunas conversaciones se distancian del catalanismo dominante, pero aclarando al momento, y sin que nadie se lo pida, que tanto aborrecen el nacionalismo catalán como el español… nacionalismo éste último invocado muchas veces y que no sabe uno dónde está.
Es el nacionalismo-coartada o nacionalismo culpable y su mención sirve para que nos perdonen que no comulguemos con la religión oficial a condición de abjurar, apresuradamente, de la infame herejía españolista… guiño o salvoconducto que nos exonera de figurar en la lista negra de apestados y que nos garantiza el estatus de disidente tolerado. Y siempre se necesita alguno para dar lustre al decorado… emulando, por así decir, a Marsé o a Ana María Matute que, sin que nadie le preguntara cuando le concedieron la cruz de Sant Jordi, aclaró ipso facto que ella no había firmado el Manifiesto por la Lengua Común promovido por Vargas Llosa o Boadella. ¿Esas cosas? ¿Yo? ¡Por favor!
Los hay que siempre tienen algo que hacerse perdonar para ser aceptados en el club y para que las editoriales distribuyan sus libros sin que los vándalos subvencionados por Vicepresidencia se los quemen en pirotécnicos autos de fe.
Esa reivindicación de la equidistancia queda muy cool y nos perfila una imagen de Trapiello de tipo enrollado y guay, pero que es más falsa que un duro sevillano porque asimila dos términos completamente asimétricos. Esto es:
Mientras los nacionalistas aprueban, con la colaboración de otros, y ejecutan políticas excluyentes que condicionan y afectan a todos los administrados, es decir, mientras los nacionalistas inciden en la vida cotidiana, colectiva, con normativas de obligado cumplimiento… (ley de inmersión lingüística, multas a rótulos comerciales, ahora la LEC, etc)… los otros no inciden para nada en ese ámbito. Pues si los hay, chovinistas españoles, no tienen ni arte ni parte en la elaboración de leyes o reglamentos y sus ideas, cuitas y porfías, no trascienden los límites de sus fantasías, de sus personales elucubraciones y no fastidian a nadie. También es cierto que para los nacionalistas, y su sonderkommandia amontillada de apoyo, la sola mención de la palabra España o la presencia de sus símbolos representativos ya suponen un intolerable alarde de nacionalismo español.
En esa misma edición del diario El Mundo, una crónica espeluznante da fe de las amenazas de muerte que ha recibido Gloria Lago, presidenta de Galicia Bilingüe, en forma de videojuego asesino. Pero también ha sido víctima de ataques menos lúdicos y más tangibles perpetrados por los nacionalistas contra sus propiedades.
Cuando Trapiello vea complacido sus doctas y agudas respuestas reproducidas en la contraportada del diario, podrá leer también, retrepándose cómodamente en el sillón, sorbiendo el aperitivo, la persecución implacable de la que es objeto Gloria Lago.
No sabemos si, por defender el derecho a la libertad lingüística, Gloria Lago integra la categoría citada por Trapiello: chovinistas españoles… ¿No era así?... Claro, ¿qué tiene de raro que a una chovinista española le apedreen el coche?
Una última semejanza. La pose de Trapiello recuerda, tirando a dar contra todos, al personaje que representa al rey inglés de la película de Mel Gibson titulada Braveheart que nos cuenta las épicas andanzas de William Wallace, héroe medieval escocés.
Ese rey cínico y despiadado es lo mejorcito de la película. En una de las batallas el rey Eduardo envía su infantería contra los rebeldes escoceses. Acto seguido dispone que los arqueros disparen al bulto… -una vez que los soldados chocan en medio de la llanura y se enzarzan a mandoblazos y lanzadas-… contra los contendientes, indistintamente, una tupida lluvia de flechas. Su edecán alarmado advierte, Pero, Sire, le daremos a nuestras tropas. A lo que el rey, flemático, replica, Pero a las suyas también…
Perfecto, así nunca fallamos el tiro.
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