Entre una persona que habla despreocupadamente en la calle en español con unos amigos, o en una cafetería, que rotula su comercio en ese idioma, que escolariza a sus hijos en un colegio donde se imparte una enseñanza bilingüe con arreglo al marco constitucional más o menos vigente y acude a un teatro donde se representa un drama clásico de Calderón o Lope, por ejemplo, y esa misma persona, unas décadas después, que es multada por un agente lingüístico de paisano, camuflado entre los viandantes… -(y en caso de reincidencia detenida y trasladada a los calabozos de la Comisaría de Les Corts, a las lúgubres dependencias de la Unidad de Represión de Delitos Identitarios y Lingüísticos, la temible y aún increada URDIL, donde por cierto le aplicarán electrodos en el pito)-… porque al volver una esquina el agente de marras le ha sorprendido canturreando distraídamente en castellano una canción prohibida del repertorio de Bambino o de Luis Aguilé… media un abismo… un abismo tal que parece imposible que suceda algo así. Como una de esas fábulas futuristas tipo Fahrenheit 451. Hay una distancia enorme entre ambos extremos que va del 0 al 10, es decir, del 1 al 9.
Algo cambia, no obstante, cuando el discurso de los gestores de las políticas lingüísticas se fundamenta, ya no en la lengua materna de los escolares, sino en la lengua vehicular en la enseñanza, con arreglo a la extravagante y pseudocientífica geoglosia de la lengua propia de un territorio (concepto, territorio, que incluye arboledas y ardillas). Se pone entonces la piedra angular del edificio: la inmersión lingüística en la escuela, advirtiendo sus promotores que este proceso no tendrá otra repercusión en la vida colectiva que la elevación del nivel académico y cultural de las venideras generaciones sin menoscabo de los derechos civiles, la convivencia o del acceso al mercado de trabajo.
Correlato de la misma en otros ámbitos, y avalado por las más altas instancias de la judicatura, Supremo, Constitucional, es el requisito, que no mérito (también discutible), de conocimiento acreditado de la lengua favorecida para optar al desempeño de un puesto de trabajo en la administración pública. Siempre son ventanilla y funcionariado, laboratorio y cobaya para esas probaturas.
Más adelante la exigencia se externaliza del marco administrativo en una suerte de difusión por ondas y alcanza a quienes, por las características de su trabajo, mantienen contacto directo con clientes o usuarios. Y se completa la andanada de medidas monolingües exigiendo el nivel C al jardinero municipal de Vilacarallots o al albañil de Olot contratado en régimen de interinaje (aunque no necesariamente al presidente de la Generalidad, al entrenador de la selección catalana de fútbol, o a Telma Ortiz, flamante Relaciones Públicas del Ayuntamiento de Barcelona).
Entre quien habla en español, siendo o no bilingüe, con sus amigos, en la calle, en una cafetería, en la cola del teatro y quien será multado por esa misma causa, media un abismo que va del 0 al 10, o mejor, del 1 al 9, pero cuando nos dicen que para escardar en un parterre o regar un macizo de azaleas en tal o cual municipio exigen el nivel C, el asunto lingüístico pasa de ser una opción personal a materia regulada, y ya se ha dado un paso en una determinada dirección que más adelante será difícil rectificar.
Si, a mayor abundamiento, nos dicen que, años atrás se distribuyeron de tapadillo circulares de la consejería de Educación instando al uso preferencial primero y luego obligatorio de una sola lengua fuera del horario lectivo en el recinto escolar, como en los patios o ludotecas, desmintiéndose entonces tal extremo por entender que la filtración de la noticia supondría un escándalo… pero sabiendo ya que no se oculta dicha circular sino que su contenido o mandato es elevado a categoría normativa mediante posterior decreto del gobierno (in)competente en la materia, quiere decir que la dinámica del proceso se clarifica, se consolida y acelera.
Y en adelante ya no habrá necesidad de tapujos, de subterfugios, y la excusa tantas veces repetida de eso no es verdad, no sucede o es una exageración propia de inadaptados será irrelevante, pues habremos pasado pantalla, como en un videojuego, para afrontar un nuevo escenario: Hay que cumplir lo que dice la ley, nos guste o no… (sobre todo cuando nos conviene)… que es lo que dirán los agentes del entramado represor en claustros y consejos escolares y repetirán en la calle los partidarios de la represión, o sea, quienes decían que eso no pasaba o era una exageración… es decir, los vecinos de Mordejai Peretz (bitácora Del 0 al 10 -I-) que le reprochaban su alarmismo infundado.
La distancia ente las situaciones invocadas, entre la libertad y la impensable persecución, es inmensa, pero la distancia ya no media del 1 al 9, sino del 2 al 9 y ya se percibe con certeza que el siguiente paso, la siguiente tanda de disposiciones, no desandará el camino transitado sino que, como la trayectoria de un virotazo, tenderá a consumar nuevas etapas que nos alejarán más si cabe del punto inicial, es decir, la libertad plena.
Se articulan nuevas medidas. La ofensiva se dirige ahora contra los rótulos comerciales, referente principalísimo y cotidiano del paisaje cívico y urbano. Llegan las inspecciones, las multas. Cunde el temor a las sanciones y bastarán unas pocas para que la campaña intimidatoria sea un éxito y los comerciantes se anticipen a la regañina modificando el rótulo a gusto del legislador, desapareciendo prácticamente el idioma proscrito de la vía pública, pues, entre otras, las señales de tráfico que precisan texto e indicaciones supletorias para la orientación de peatones y automovilistas ya fueron normalizadas en una fase anterior. Tampoco escaparán a la severa vigilancia idiomática las leyendas petitorias de los menesterosos.
El teatro, emisiones radiofónicas, otros espectáculos… (también llegará el turno a las proyecciones cinematográficas en salas comerciales)… y los medios de comunicación de titularidad pública suscitan el interés de las administraciones avisadas de la influencia que ejercen, pues son factores de capital importancia para la creación de una opinión dominante, hegemónica, y transmiten un modelo de ejemplaridad a imitar, de tal suerte que las preferencias pregonadas en cuestiones simbólicas, idiomáticas y culturales por personajes de tirón… -actores, periodistas, etc-… ayudarán a ahormar la ciudadanía, crecientemente aborregada, al modelo publicitado.
Ya no es concebible promoción social alguna para el individuo discrepante, dando la mayoría de los habitantes por natural y buena la proscripción efectiva del otro idioma… -aunque sea el idioma materno de muchos que se avienen de grado o por conveniencia (nutridas son las legiones de palanganeros) a interiorizar las nuevas consignas-… idioma que sigue gozando no obstante de rango oficial, cuando menos en redactados legales, aunque esa condición ya no sea operativa, actuante, sino una suerte de derecho retórico, como el derecho al trabajo o a una vivienda digna. Es decir, papel mojado.
No importará que se opere una suerte de extrañamiento en el seno de muchas familias, entre generaciones, por causa de la, artificiosamente promovida, distorsión de referentes culturales. Lo que vale es que se traslada el posible conflicto a las relaciones privadas, personales, a la espera de que el proceso se sustancie con una conflictividad mínima, estadísticamente inapreciable, confiando siempre en la capacidad de adaptación del ser humano a nuevas situaciones, de entrada hostiles.
Todo el mundo tendrá el nivel C y aceptará de grado las coordenadas indicadas para conducirse en el nuevo escenario sin arrastrar el pesado lastre de la disconformidad con los vectores culturales y emocionales en danza. De tal modo que Velázquez, El Greco, Goya (incluso Dalí por españolista), Cervantes, Quevedo, Lorca (incluso Boscán o José Pla) serán artistas y literatos europeos pero extraños a la, qué contrasentido, nueva tradición y por esa razón ya no aparecerán citados como patrimonio propio en los libros de texto.
Algo cambia, no obstante, cuando el discurso de los gestores de las políticas lingüísticas se fundamenta, ya no en la lengua materna de los escolares, sino en la lengua vehicular en la enseñanza, con arreglo a la extravagante y pseudocientífica geoglosia de la lengua propia de un territorio (concepto, territorio, que incluye arboledas y ardillas). Se pone entonces la piedra angular del edificio: la inmersión lingüística en la escuela, advirtiendo sus promotores que este proceso no tendrá otra repercusión en la vida colectiva que la elevación del nivel académico y cultural de las venideras generaciones sin menoscabo de los derechos civiles, la convivencia o del acceso al mercado de trabajo.
Correlato de la misma en otros ámbitos, y avalado por las más altas instancias de la judicatura, Supremo, Constitucional, es el requisito, que no mérito (también discutible), de conocimiento acreditado de la lengua favorecida para optar al desempeño de un puesto de trabajo en la administración pública. Siempre son ventanilla y funcionariado, laboratorio y cobaya para esas probaturas.
Más adelante la exigencia se externaliza del marco administrativo en una suerte de difusión por ondas y alcanza a quienes, por las características de su trabajo, mantienen contacto directo con clientes o usuarios. Y se completa la andanada de medidas monolingües exigiendo el nivel C al jardinero municipal de Vilacarallots o al albañil de Olot contratado en régimen de interinaje (aunque no necesariamente al presidente de la Generalidad, al entrenador de la selección catalana de fútbol, o a Telma Ortiz, flamante Relaciones Públicas del Ayuntamiento de Barcelona).
Entre quien habla en español, siendo o no bilingüe, con sus amigos, en la calle, en una cafetería, en la cola del teatro y quien será multado por esa misma causa, media un abismo que va del 0 al 10, o mejor, del 1 al 9, pero cuando nos dicen que para escardar en un parterre o regar un macizo de azaleas en tal o cual municipio exigen el nivel C, el asunto lingüístico pasa de ser una opción personal a materia regulada, y ya se ha dado un paso en una determinada dirección que más adelante será difícil rectificar.
Si, a mayor abundamiento, nos dicen que, años atrás se distribuyeron de tapadillo circulares de la consejería de Educación instando al uso preferencial primero y luego obligatorio de una sola lengua fuera del horario lectivo en el recinto escolar, como en los patios o ludotecas, desmintiéndose entonces tal extremo por entender que la filtración de la noticia supondría un escándalo… pero sabiendo ya que no se oculta dicha circular sino que su contenido o mandato es elevado a categoría normativa mediante posterior decreto del gobierno (in)competente en la materia, quiere decir que la dinámica del proceso se clarifica, se consolida y acelera.
Y en adelante ya no habrá necesidad de tapujos, de subterfugios, y la excusa tantas veces repetida de eso no es verdad, no sucede o es una exageración propia de inadaptados será irrelevante, pues habremos pasado pantalla, como en un videojuego, para afrontar un nuevo escenario: Hay que cumplir lo que dice la ley, nos guste o no… (sobre todo cuando nos conviene)… que es lo que dirán los agentes del entramado represor en claustros y consejos escolares y repetirán en la calle los partidarios de la represión, o sea, quienes decían que eso no pasaba o era una exageración… es decir, los vecinos de Mordejai Peretz (bitácora Del 0 al 10 -I-) que le reprochaban su alarmismo infundado.
La distancia ente las situaciones invocadas, entre la libertad y la impensable persecución, es inmensa, pero la distancia ya no media del 1 al 9, sino del 2 al 9 y ya se percibe con certeza que el siguiente paso, la siguiente tanda de disposiciones, no desandará el camino transitado sino que, como la trayectoria de un virotazo, tenderá a consumar nuevas etapas que nos alejarán más si cabe del punto inicial, es decir, la libertad plena.
Se articulan nuevas medidas. La ofensiva se dirige ahora contra los rótulos comerciales, referente principalísimo y cotidiano del paisaje cívico y urbano. Llegan las inspecciones, las multas. Cunde el temor a las sanciones y bastarán unas pocas para que la campaña intimidatoria sea un éxito y los comerciantes se anticipen a la regañina modificando el rótulo a gusto del legislador, desapareciendo prácticamente el idioma proscrito de la vía pública, pues, entre otras, las señales de tráfico que precisan texto e indicaciones supletorias para la orientación de peatones y automovilistas ya fueron normalizadas en una fase anterior. Tampoco escaparán a la severa vigilancia idiomática las leyendas petitorias de los menesterosos.
El teatro, emisiones radiofónicas, otros espectáculos… (también llegará el turno a las proyecciones cinematográficas en salas comerciales)… y los medios de comunicación de titularidad pública suscitan el interés de las administraciones avisadas de la influencia que ejercen, pues son factores de capital importancia para la creación de una opinión dominante, hegemónica, y transmiten un modelo de ejemplaridad a imitar, de tal suerte que las preferencias pregonadas en cuestiones simbólicas, idiomáticas y culturales por personajes de tirón… -actores, periodistas, etc-… ayudarán a ahormar la ciudadanía, crecientemente aborregada, al modelo publicitado.
Ya no es concebible promoción social alguna para el individuo discrepante, dando la mayoría de los habitantes por natural y buena la proscripción efectiva del otro idioma… -aunque sea el idioma materno de muchos que se avienen de grado o por conveniencia (nutridas son las legiones de palanganeros) a interiorizar las nuevas consignas-… idioma que sigue gozando no obstante de rango oficial, cuando menos en redactados legales, aunque esa condición ya no sea operativa, actuante, sino una suerte de derecho retórico, como el derecho al trabajo o a una vivienda digna. Es decir, papel mojado.
No importará que se opere una suerte de extrañamiento en el seno de muchas familias, entre generaciones, por causa de la, artificiosamente promovida, distorsión de referentes culturales. Lo que vale es que se traslada el posible conflicto a las relaciones privadas, personales, a la espera de que el proceso se sustancie con una conflictividad mínima, estadísticamente inapreciable, confiando siempre en la capacidad de adaptación del ser humano a nuevas situaciones, de entrada hostiles.
Todo el mundo tendrá el nivel C y aceptará de grado las coordenadas indicadas para conducirse en el nuevo escenario sin arrastrar el pesado lastre de la disconformidad con los vectores culturales y emocionales en danza. De tal modo que Velázquez, El Greco, Goya (incluso Dalí por españolista), Cervantes, Quevedo, Lorca (incluso Boscán o José Pla) serán artistas y literatos europeos pero extraños a la, qué contrasentido, nueva tradición y por esa razón ya no aparecerán citados como patrimonio propio en los libros de texto.
Y estaremos en el hito 3 o 4 del recorrido. Sólo quedará identificar y combatir los focos residuales de resistencia. Y ésa será la fase última. Se darán casos aislados, casuística diversa, como aquel antecedente, la mar de ilustrativo, que se produjo hace unos años en unas colonias escolares en el País Vasco… donde unos niños fueron castigados por los monitores cargando sus mochilitas con piedras por utilizar el castellano en sus juegos en lugar del vascuence. Y nos dirán que son anécdotas, que un árbol no hace bosque, ni verano una golondrina.
Entre el protagonista de esta bitácora que hace 30 años rotuló su modesto negocio familiar en el idioma que le vino en gana, que ni concebía por asomo que sus hijos o nietos no pudieran ser escolarizados en español, al menos en el 50% de las horas lectivas, y ese mismo tipo condenado al ostracismo, a la no promoción social, media un abismo colosal, una distancia que media del 1 al 9. Pero cuando el mismo protagonista ya no puede rotular su comercio en español, bajo amenaza de multa, ni pretender siquiera, no ya que su hijo o nieto sea escolarizado en un modelo educativo bilingüe, equilibrado, sino que le impartan dos, ni siquiera tres horas semanales en castellano, cuando menos las de la asignatura de Lengua Española, la distancia, siendo enorme… ya no es abismal. Y aunque muy pero que muy lejos aún, el extremo opuesto… está ya un poco más cerca.
A estas horas, mientras usted lee esta bitácora (si es que la lee alguien), los futuros agentes de la aún increada URDIL, la Unidad de Represión de Delitos Identitarios y Lingüísticos, saltan y ríen, criaturas, con la carita pintada, en la fiesta anual del Club Super 3.
Escondo estos papeles a toda prisa. Los kapos, brazaletes, porras y botas de caña alta… -reconozco entre ellos a la chica de la campaña Oberts al Català, a un vecino de la finca de Alzina nº 31 y a otro que chapurrea cuatro palabrejas en catalán con marcado acento andaluz-… nos hacen formar filas en la pista del polideportivo. Un poco más allá distingo, entre los presos sometidos a reeducación político-lingüística, a un viejo compañero de la Asociación por la Tolerancia. Le veo muy desmejorado. Dicen que anoche se negó a jurar obediencia al régimen y le dejaron, por refractario contumaz, sin la sopa aguanosa y el mendrugo mohoso de la cena. Le llevaron a rastras a la celda de castigo y le arrancaron las uñas con tenazas. Yo no resistiría un castigo como ése. Me derrumbaría y cantaría La Traviatta.
Quiero, deseo que suene el despertador y que me rescate de una vez de esta pesadilla. No suena ningún despertador. Comprendo al fin. Me tiemblan las piernas: no es una pesadilla.
Escondo estos papeles a toda prisa. Los kapos, brazaletes, porras y botas de caña alta… -reconozco entre ellos a la chica de la campaña Oberts al Català, a un vecino de la finca de Alzina nº 31 y a otro que chapurrea cuatro palabrejas en catalán con marcado acento andaluz-… nos hacen formar filas en la pista del polideportivo. Un poco más allá distingo, entre los presos sometidos a reeducación político-lingüística, a un viejo compañero de la Asociación por la Tolerancia. Le veo muy desmejorado. Dicen que anoche se negó a jurar obediencia al régimen y le dejaron, por refractario contumaz, sin la sopa aguanosa y el mendrugo mohoso de la cena. Le llevaron a rastras a la celda de castigo y le arrancaron las uñas con tenazas. Yo no resistiría un castigo como ése. Me derrumbaría y cantaría La Traviatta.
Quiero, deseo que suene el despertador y que me rescate de una vez de esta pesadilla. No suena ningún despertador. Comprendo al fin. Me tiemblan las piernas: no es una pesadilla.