Un amigo de Tolerancio dijo a cuento de las multas lingüísticas impuestas por el sonderkommando nacionalista Montilla: Ya sólo falta que nos multen por hablar en la calle en castellano. Otro, optimista, replicó: A eso no se atreverán. Anécdota que va de perlas para colocar un par de bitácoras que Tolerancio tenía listas desde hace más de un año (es que no dan tregua).
El busilis de ambas bitácoras es el siguiente: si en una situación normal, no esquizoide, de libertad lingüística, escolarizando a nuestros hijos en español o catalán, o en ambas lenguas, y pudiendo rotular en el idioma que nos plazca nuestra modesto establecimiento comercial… es imposible imaginar que la expresión oral, coloquial, de un idioma sea sancionada… ¿Es tan disparatado imaginar esa misma posibilidad cuando nos imponen por bemoles un modelo monolingüe en la enseñanza, y en el patio de la escuela… -“Al pati parlem en català” (escuela Betania de Cornellá)-… y cuando efectivamente nos multan por rotular en español un comercio, es decir, por hacer un uso específico, el mercantil, e incomprensiblemente sancionable, de la expresión escrita de un idioma oficial*?
El título de esta bitácora, Del cero al diez, remite al título de la escalofriante novela de Arthur Koestler, El cero y el infinito. En realidad habría de titularse Del uno al nueve, pues como es sabido el gobierno ZP ha eliminado por decreto el 0 y el 10 de las calificaciones escolares, perpetrando en lo tocante al cero, el cericidio, un aberrante crimen contra un concepto grandioso, fundamental para el desarrollo de la ciencia matemática, una sublime conquista de la inteligencia humana e investido además de una carga poética fascinante y descomunal.
Aunque la novela de Koestler relata los métodos policiales y represores del estalinismo, por similitud ilustraremos esta bitácora augural y profética, acaso apocalíptica, con otro episodio negro de la historia sobradamente conocido como fue el holocausto judío bajo el régimen nazi. No se trata de establecer un paralelismo entre ambas situaciones: entre el espeluznante exterminio, que no permite frivolidades, y la fabulación que seguirá a esta exposición y constituirá la segunda parte de la bitácora Del cero al diez (II). Entre ambas media un abismo. Sólo se trata de constatar cómo dos procesos se ponen en marcha y cómo un fin de trayecto, inconcebible al principio, no lo es tanto cuando se van consumando etapas intermedias.
En efecto, entre un judío que pasea por una calle centroeuropea a principios de 1.930 con las manos a la espalda, silbando una cancioncilla trivial o recitando de memoria pasajes de la Tora, si es persona piadosa, yendo al horno a por mazzoth, pan ácimo para celebrar la pessach, o fiesta exódica, y su deportación y asesinato a la vuelta de unos años en las cámaras de gas de Treblinka, media una distancia del 0 al 10, es decir, del 1 al 9.
Si a ese hombre, llamémosle, Mordejai Peretz, alguien le hubiera dicho la soleada mañana de su apacible paseo por una calle centroeuropea, año 1930, que acabaría en un vagón para ganado, separado de los suyos y gaseado con zyklon-B junto a cientos de personas tras horrendos padecimientos, habría pensado que a esa suerte de arúspice, de avechucho de mal agüero, le faltaba un tornillo, aún a sabiendas de los pogromos y persecuciones secularmente padecidos por los hebreos (como las matanzas medievales de judíos en el call -judería- de Barcelona). Un cuadro tan dantesco y catastrofista se le habría antojado una exageración infundada en un lugar tan civilizado como la vieja Europa.
Pero tras las primeras leyes de segregación racial, luego del ascenso al poder del partido nazi, 1.933, que repercuten en la vida cotidiana, no solo de la comunidad judía sino en la percepción que de dicha comunidad interiorizan sus vecinos, cambia el panorama. Supongamos que la primera disposición legal para restringir las libertades civiles de los judíos fue la prohibición de adquirir artículos en comercios regentados por personas que no profesaran la fe mosaica. Que al punto siguió otra norma que impedía a los judíos optar a un puesto laboral en la administración pública. Y poco después una tercera que les obligó a inscribirse en un registro civil segregado del resto de la población. Y aún otra más que estableció la imposibilidad de utilizar el transporte público… para acabar esta primera batería de medidas discriminatorias con la obligatoriedad de usar un distintivo en la ropa, la estrella de David, para facilitar su inmediata identificación.
Es obvio que entre estas medidas y la idea del exterminio en masa hay una distancia enorme, imposible, o mejor, improbable, pues aunque se trata de disposiciones humillantes o vejatorias nada anticipan necesariamente del crimen impune a gran escala al que, de producirse… -que se produjo-… se opondrían, es cosa segura… -no fue así-… no solo ellos, que alzarían su voz concertadamente, sino la gente decente, la mayoría de entre sus convecinos no hebreos que no consentirían una salvajada de esas dimensiones… -que consintieron-…
Pero también es cierto que la distancia entre uno y otro extremo, entre el paseo despreocupado de nuestro Mordejai Peretz al inicio de esta bitácora por las calles de Praga, de Amberes o de la Galitzia polaca y la solución final a la cuestión judía, ya no va de 0 a 10, es decir, de 1 a 9, sino de 2 o 3 a 9.
Es inimaginable que suceda algo tan monstruoso, que sucedió, pues dejaría a la altura del betún a la especie humana, no sólo por la tragedia de las víctimas sino por la imposible redención de los verdugos y por la parte de responsabilidad y vergüenza que llevarían quienes no se opusieran a tamaño genocidio… pero desde que han sido adoptadas las medidas anteriores ya no es imposible, ya solo es improbable, puesto que el nuevo orden legal diseñado ha escindido a la humanidad creando colectivos diferenciados y en adelante ya no legislarán -pensando en Mordejai- sobre un hombre que pasea con las manos a la espalda tan ricamente sino sobre un hombre… -si aún le reconocen tal condición, la de hombre, la de ser humano-… que camina con un distintivo en su atuendo, perceptible visualmente, y que ha de transitar obligatoriamente por la calzada si se cruza con un no-hebreo por la acera. Es decir, legislarán sobre un hombre ya parcialmente deshumanizado y asimilado a otras especies animales mediante analogías zoomorfas reincidentes: cucaracha, sabandija, rata.
Aún no sabemos qué nuevos pasos darán las autoridades que conciernan a la vida cotidiana de Mordejai Peretz y al resto de integrantes de la comunidad hebrea, pero la marcha de este asunto adquiere una dinámica propia, una inercia, por así decir, que nos induce a sospechar que la situación solo es susceptible de empeorar o de agravarse… contrapunto de la pavorosa certeza de que no habrá rectificación para retornar a la situación precedente por parte de quienes implementaron esas ordenanzas discriminatorias. No habrá marcha atrás, no será posible recuperar el estatus anterior, la igualdad civil, pues no parece probable que quienes obligan a Mordejai a bajar de la acera a la calzada provean luego medidas en sentido contrario, medidas correctoras o compensatorias que dignifiquen su modo de vida.
La mayoría de convecinos, no obstante, resta importancia a esas sospechas y las atribuyen al victimismo, al desorbitado alarmismo de ese paranoico de Mordejai y de los suyos. Qué exagerado… Mordejai es un agonías, dicen de él burlonamente. Nos encontramos en el hito 4, por así decir, de la serie… pero estando muy lejos aún, tan y tan lejos del extremo, del punto 9, la masacre… lo que es irrebatible (y aterrador) es que el punto 1, la libertad, está ya tan lejos del momento actual, 4, como pudiera estarlo el punto 9. La distancia con el punto 1, la plena libertad civil, es ya prácticamente insalvable.
Llega entonces el confinamiento en el gueto. La residencia de un judío fuera de esos límites será castigada con la pena capital y sumaria, ejecutada in situ. La población hacinada allí es sometida a sitio y dentro de sus muros escasean los víveres y las medicinas. Se desatan la hambruna y las epidemias. La policía judía, precursora de los kameraden polizei de los barracones en los campos de exterminio, traslada intraportas las consignas de los victimarios y las aplica con rigor. Se producen sacas de población para trabajos forzados fuera del recinto. Este es el punto 7 u 8 del recorrido. Comienza entonces la matanza, el viaje sin retorno a los campos industriales de la muerte.
Y ya hemos cubierto el trayecto que separa el inicial paseo despreocupado de Mordejai Peretz por las calles de Praga, Amberes o Budapest, de su deportación a Treblinka y de su asesinato en la cámara de gas. Hemos caminado, paso a paso, del 0 al 10, es decir, del 1 al 9.
Para una próxima bitácora abordaremos otra situación, muy distinta, incomparable, por el horror de la descrita en este comentario, pero que también, aunque a otra escala, se rige por un mecanismo de presión constante, progresiva y conducente a un fin establecido dentro de un plan minuciosamente programado.
Sólo una cosa más. Aquellos que ahora callan por prudencia, quién sabe si habrán de acostumbrarse al silencio, pues acaso en adelante tocará callar para salvar el pellejo… no, claro es, porque vayan a sufrir el rigor del castigo último y definitivo, el asesinato, por descontado, pero sí la muerte o parálisis civil, la no promoción social, el desprecio, el ostracismo y la marginalidad.
* Ni siquiera habría que multar un idioma no oficial en rotulaciones comerciales. Si el señor Juan Lanas quiere rotular su pastelería en olteno-válaco y con caracteres cirílicos se expondrá a que mucha gente rehúse entrar en su establecimiento, pero no hace daño a nadie, acaso a sus propios intereses, y además es libre de hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario