En la edición del diario El Mundo del 30 de diciembre pasado leemos con verdadera fruición un artículo del paleontólogo y primatólogo Eudald Carbonell en la sección Otras voces. El señor Carbonell se olvida por un instante de las puntas de flecha de sílex y del fémur polvoriento de un antropoide para darnos un auténtico sermón sobre, agárrate que vienen curvas, el derecho a la autodeterminación o derecho a decidir (dret a decidir).
Nadie pone en duda su portentosa trayectoria como científico a sueldo del CSIC, ni su voluntarioso periplo de excavación en excavación para recalar en las calizas cretácicas de la burgalesa sierra de Atapuerca donde se coronó, en equipo, con un hallazgo arqueológico de primer orden: los restos del Homo Antecessor, que tras unos miles de años de refinamientos, evolución mediante, da el actual producto de la especie: el Homo Sapiens Sapiens. Entendemos que la duplicación del término sapiens no es redundancia sino énfasis aclaratorio por las dudas que tal condición suscita tras echar un rápido vistazo a la historia de la Humanidad, a la actualidad política y, por qué no, al artículo glosado en esta bitácora.
Traducimos del catalán algunas de las perlas con las que Carbonell, generosamente, nos agasaja:
Tengo claro que es preciso cambiar la Constitución y poner en marcha una consulta vinculante sobre la autodeterminación de Cataluña para elaborar un sistema europeo de interdependencia.
Queremos un referéndum vinculante, queremos no ser tutelados, queremos la voluntad popular expresada. Este es el camino hacia la interdependencia continental.
El derecho a decidir es un derecho que hemos conseguido gracias a la perseverancia como colectivo.
Carbonell no nos explica en qué consiste el concepto que bautiza como interdependencia continental que, eso parece, queremos todos los descendientes del Homo Antecessor residentes en Cataluña. Es chocante que para lograr ese objetivo sea requisito indispensable independizarse primero. Es decir, separar unidades preexistentes, para unirlas luego, o algo así. ¿No sería preferible, en todo caso, y siempre que eso de la interdependencia continental fuera deseable, ahorrarse la mitosis o partición molecular, o sea, una fase del proceso?... No trae cuenta amputar una pierna, seccionarla en lonchas, para pegar luego las rodajas con cola de impacto, recomponerla y coserla de nuevo al tronco. Es un trabajo de idiotas poco sapiens sapiens.
Acaso el ejemplo no sea del agrado del perspicaz estudioso, que posa en el diario tocado con una suerte de salacot de explorador. Mejor éste: lo habitual en su especialidad científica no es desmenuzar los restos de una osamenta hallada tras no pocos esfuerzos en una inhóspita cueva alfombrada de mocordos de murciélago, sino ensamblar las partes solidarias entre sí para proceder a su completa reconstrucción. El ya conocido mecanismo-puzzle.
Tiene Carbonell, militante o simpatizante de ICV (la IU catalana), todo el derecho del mundo a simpatizar con el separatismo, aún trabajando en excavaciones financiadas con dinero público, de todos -que no de nadie, como dijo una ministro/a de cuota del gobierno ZP- incluidos los contribuyentes de Almería y Badajoz, de quienes pretende separarse, es decir, con fondos interdependientes por citar esa ocurrente entrada de su diccionario político, pero lo que irrita a Tolerancio es el repetido y cansino sermón, la eterna cantinela mononuclear de los nacionalistas: el pueblo cosificado.
En efecto, Eudald Carbonell cita en unas pocas líneas la voz pueblo un chorro de veces (pueblo por aquí, pueblo por allá… se refiere al formado por todos los individuos de la subespecie Homo Catalanensis contenida, suponemos, en la más inclusiva Homo Sapiens) y también su voluntad soberana. Carbonell se proclama genuino y autorizado portavoz del pueblo, a guisa de chamán que pinta bisontes en las paredes de la cueva para propiciar una caza abundante o baila el hula-hula para que la lluvia fecunde la tierra.
También, si le place, puede Carbonell levitar extasiado con los referéndums separatistas e ilegales del 13-D, pues, por el contenido y la fecha, es evidente que Carbonell redacta su columna pro-autodeterminación en un calentón, desatada la euforia soberanista, como si le hubieran grapado en la corteza cerebral cápsulas enteras de nacionalismo en formato de metanfetemina líquida. Incluso puede distorsionar la realidad y pedir más, mucho más, dar un paso, un salto adelante, paradójicamente estimulado por el balance pésimo de los referéndums pregonados a bombo y platillo y celebrados gracias a la inacción del gobierno de la nación -de naciones-.
El único éxito de los separatistas, ése día, fue la comprobación irrefutable de la cobardía del gobierno español. Que no es poca cosa, pues la tibieza de éste anima a proseguir la senda soberanista. Pero el resultado fue una verdadera ruina: se convocó en localidades con predominio aplastante del nacionalismo, votaron los adolescentes, animados por las direcciones de los centros escolares, los inmigrantes sin papeles… (de quienes, un mes más tarde -pleno municipal de Vic- ya no quieren saber nada)… el Tato, Rafecas y la tía Enriqueta… y la participación apenas rozó el ¡¡¡30%!!!... Un desastre. Pero no importa, Eudald Carbonell lo ve claro: ha hablado el pueblo… cuando, en realidad... ha callado. Con esa agudeza visual a Carbonell puede sucederle lo que a unos eminentes colegas suyos que tomaron la quijada de un jumento prehistórico por la mandíbula del Hombre de Orce.
Al señor Carbonell le pide Tolerancio que le saque ya, para siempre, en su próximo artículo, del censo de ese pueblo suyo de que tanto habla… que se le llena la boca con tanto pueblo, como se llenaba la entrechocante mandíbula del Homo Antecessor con la carne de un enemigo abatido a mazazos en la cocorota, pues parece que esos lejanos ancestros practicaban el canibalismo como fuente de proteínas o rito extravagante y propiciatorio conectado con los mecanismos de la llamada, por Lévy-Bruh, magia simpática… que nada tiene que ver con el gracejo y el salero. Es decir, que no incluya a Tolerancio en su pueblo, en la cochambrosa idea de pueblo que tiene el sapiens de Carbonell.
A Carbonell le ha atrapado, de tanto estudiarla, esa vida comunal del cavernícola, todos juntitos, macho alfa, machos omega, hembras y crías, alrededor del fuego… donde se balbucea algo parecido al lenguaje articulado y donde se instauran los primeros ritos y símbolos y los grupos comienzan a identificarse por un nombre para diferenciarse de otros. El calor del hogar primigenio: bien recogiditos, compactados como la placa córnea de un armadillo, frente al mundo exterior lleno de horripilantes amenazas, frío, nieve, oscuridad, rayos y truenos, mastodontes, tigres de dientes de sable u otros caníbales pintarrajeados y en taparrabos.
De huronear entre primates y cromañones a Carbonell se le pone cara como de antropoide, una cara que nos recuerda a Lluc, el primer homínido catalán de quien nos dio la prensa, meses atrás, cumplida ración de artículos y lámina incluida de su retrato-robot… el primer individuo que en nuestro sagrado solar patrio se rascó el culo contento.
Dicen que el amo se acaba pareciendo a su perro. No permita el cielo… (no consienta una retracción inopinada de la cadena evolutiva)… que Eudald Carbonell, frecuentando su compañía, se confunda con esas antiguallas humanoides y por mímesis se le encojan las paredes craneanas, merme su volumen cerebral y con ello se resienta su capacidad cognitiva.
Las separaciones, como los divorcios, en aras de la… ¿Cómo era?... interdependencia… pueden ser amistosas… o no… acabando hordas y tribus a garrotazo limpio. ¿Nostalgia cavernícola?... Eudald Carbonell, Homo Sapiens Carbonellensis, sueña a diario que en la cueva troglodita del fondo a la izquierda, tras aquel montículo, le espera Raquel Welch, insinuante, con lencería chic de bisonte, sobre un mullido lecho de pieles de oso para consumar la interdependencia marital.