martes, 16 de marzo de 2010

Colegio Alemán: Montilla al descubierto


Días atrás se presentó un libro titulado Descubriendo a Montilla. Un par de periodistas, con título y todo, vieron en su trayectoria política materia de estudio. Y por qué no si, a fin de cuentas, la Universidad de Huelva ha editado un prolijo estudio sobre calidades y texturas de los excrementos.
El título nos recuerda los de esas películas americanas que relatan las experiencias vitales y relaciones personales del protagonista. Relaciones supuestamente relevantes para ilustrar, con mayor o menor ingenio, los claroscuros y paradojas del modo de vida contemporáneo. Que si Desmontando a Harry, que si Descubriendo a Facundo. En esta ocasión el descubrimiento, mira tú qué cosa, nos remite al sonderkommando nacionalista por antonomasia, don José Montilla, natural de Iznájar, provincia de Córdoba, de Córdoba la Sultana, ozú.

Que si con dieciséis años hizo las maletas y llegó a Barcelona. Un chico despierto, esforzado, trabajador, seducido -abducido- por el sueño catalán, que no americano, de la promoción social, el llamado ascensor catalán, el catalán way of life. Cataluña: ubérrimo vergel, tierra de promisión que derrama a manos llenas, como agua bautismal sobre la crisma del pequeñuelo, ocasiones y prosperidad a raudales sobre los recién llegados. Cataluña, ese oasis en el páramo, en ese secarral de cabras y cabrones que es España. El axis mundi, el paraíso terrenal que divisó Moisés desde el monte Nebo tras su exódico periplo por el desierto.

Que si su abnegación en el estudio y su brillante currículum académico, que si sus años de entregada militancia en el PSUC primero, donde no era capaz de atar pancartas electorales, episodio que ya se había producido con los cordones de sus zapatos, y después en el PSC para, una vez aupado a un cargo público, rendir impagables servicios a la ciudadanía.
Que si su querencia por oficiar ceremonias matrimoniales como burgomaestre de la populosa villa de Cornellá. Que si su apuesta por los cementerios nucleares como diligente ministro de industria del gobierno de la nación -de naciones- o sus brillantes razonamientos para justificar las bondades sin cuento de la normativa lingüística de rotulaciones comerciales, alcanzando cotas insospechadas por el intelecto humano con la ingeniosa alusión a los grandes almacenes El Corte Inglés/ El Tall Anglès en una de sus más recientes y antológicas intervenciones parlamentarias.

Y, cómo no, su fructífero romance con Ana Hernández, luego de Montilla... -¿Quién podría resistirse a sus encantos, a sus maneras de galán de cine, de seductor?... un Mañara, un Donjuán cansadamas, con esa apostura varonil, esa mirada profunda y esa sonrisa radiante, que desarmarían a la más casta de las vestales-. Una mujer, Anita, atareada, tan laboriosa como él, la horma de su zapato, que vela por la buena marcha de la convivencia conyugal aún desempeñando simultáneamente una docena de cargos públicos, algunos, hete aquí su conmovedor altruismo, sin periódica retribución, y con tiempo incluso para acudir a los festejos taurinos de mayor postín en representación de su marido. Una mujer, en definitiva, que hace bueno el socorrido aforismo que dice que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.

Descubrimos también a Montilla a través de unas declaraciones de su amantísima esposa sobre la matriculación de sus hijos en el Colegio Alemán donde son escolarizados en la lengua de Goethe, en español y donde reciben una horita semanal de catalán, ahí es nada. Ni dos, ni tres, las del Decreto de Lengua Española incumplido por su gobierno, sino una, una horita monda y lironda. Aprendemos de ese modo que el sueño catalán de la promoción social pasa por rescatar a los niños en edad escolar de las garras inmisericordes de la inmersión monolingüe obligatoria en la lengua propia del territorio, es decir, la lengua de montes, arroyos y ardillas de cola anillada, así definida por Montilla en sus magistrales alocuciones.
Decisión que acredita la providente preocupación del matrimonio Montilla por la formación de su progenie, avisados del mayor recorrido profesional que permite la lengua tudesca, que no la aborigen, en un mundo globalizado de feroz competencia laboral, dejando para los hijos de los demás los beneficios incalculables del sistema público de enseñanza. A la manera de esos conocidos… -¿Quién no tiene alguno cerca?-… que loan sin descanso las ventajas de todo lo público que hay en el ancho mundo, sanidad, pensiones e incluso mujeres, pero que para sí quieren todo lo privado que sea menester. Personas de ideas avanzadas, de amplios horizontes, esos comecuras, sin ir más lejos, que llevan sus hijos a las monjitas para sustraerlos, en aras de su progresión académica y formativa, de las aulas ocupadas por la inmigración, aunque luego votan, religiosamente, henchidos de talante filantrópico, a los partidos promotores de la política del papeles para todos.

Descubrimos a un Montilla y señora que no tienen un pelo de tontos y que, llegado el caso, compensarán el déficit idiomático de su prole con provechosas lecciones domiciliarias impartidas por su padre, excepcionalmente dotado para la poliglotia, como es sabido.
Un Montilla de inteligencia, vale que no deslumbrante, pero sí tectónica, mineral, una inteligencia reposada, sedimentaria, una inteligencia esculpida en mármol, no por marmolillo, a martillazos. Vemos en Montilla la encarnación del trabajador, Der Arbeiter, de Ernst Jünger. Que nadie espere futilazos, destellos, chicoleos ingeniosos, trucos de charlatán, de ilusionista, sino trabajo y tesón. Montilla al fin descubierto. Un descubrimiento que ni el de la rueda o el de la penicilina.

PS.- Tolerancio se disculpa por una desafortunada alusión a los vareadores de olivos en una bitácora anterior. Así se lo hizo ver con ponderadas explicaciones una muy buena amiga, Josefina. Y no le falta razón. Gracias al trabajo duro y modestamente retribuido de los jornaleros disfrutamos todos de ese oro líquido que es nuestro aceite. Quede aquí la disculpa de Tolerancio a los aceituneros, altivos o no, y simpaticen o no con ese infatigable gestor, luminaria de la alta política… -el Tall Anglès, gññññ-… que es nuestro irrepetible sonderkommando nacionalista don José Montilla, natural de Iznájar, provincia de Córdoba. De Córdoba la Sultana.

2 comentarios:

Reinhard dijo...

Siempre me han llamado la atención estas hagiografías; hace ya unos años Pilar Urbano sacó una sobre Garzón...el hombre que veía amanecer.
En el caso de Montilla han sido dos los autores, lo que avala la importancia del personaje. O quizá se han repartido las tareas para glosar mejor la hipocresía del biografiado y sus diferentes caras: mientras uno indagaba en las dificultades de Pepe para dar ejemplo y aprender catalán, el otro buscaba testigos de cómo Pepe y señora hacían cola a las puertas del colegio alemán para matricular a sus vástagos: bitte, bitte, bitte.

Josefina dijo...

Gracias por la disculpa.
Es probable que algún andaluz o cordobés se sienta orgulloso de que Montilla, siendo natural de aqui sea presidente de la comunidad autónoma catalana, pero para ti es obvio que yo no pertenezco a ese grupo.
Me gusta ser de Jaen, sus olivos, paisajes.....
.. y tener amigos brillantes como tú.
No leeré con toda seguridad las historias y milagros de Montilla, pero tus bitácoras no me las pierdo.
Saludos y sigue escribendo.

Fina