Desde Taormina, Sicilia, provincia de Barcelona.
El mismo mar azul… plagado de medusas. Los pinos fragantes a pie de la playa, como si fueran a darse un chapuzón. El mismo sol. Al borde de un profundo cañón, el templo de Segesta. Dicen que los días de viento las 35 columnas de su peristilo actúan como un órgano y emiten notas misteriosas. En un promontorio, asomándose al mar, las ruinas de otro templo griego, Selinunte, como un vigilante desde su atalaya, pero un vigilante impasible, desapegado de las humanas cuitas, mudo ante tantas invasiones y matanzas. Templos para esos dioses ociosos de los que hablara Epicuro, dioses ajenos, sordos a los votos impetratorios de sus fieles.
Sicilia fue colonizada e invadida sucesivamente por fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, musulmanes, normandos, aragoneses, franceses y más recientemente por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora por los turistas y por una desatada especulación inmobiliaria. Tierra de paso para muchos y luego tierra de emigrantes. Marcharon de la isla sicilianos por millares rumbo a la península, y más allá, a Estados Unidos, pasando, antes de desembarcar, la cuarentena de rigor en el islote de Ellis a tiro de piedra de la estatua de la Libertad.
Sicilia que recibe ahora, efecto boomerang, en la más meridional de su corona de islas, Lampedusa, a pocas millas de la costa africana, pateras por docenas rebosantes de ilegales.
Tan lejos de Cataluña, más de mil kilómetros, y, sin embargo, Tolerancio se siente como en casa. ¡Qué dulce nos parece el recuerdo de la patria cuando en la distancia reconocemos un aroma, un sabor, una textura familiar… y transidos de emoción decimos… como en casa!
Como en casa, en efecto, la construcción ha dado en Sicilia el gran pelotazo. Al fenómeno le llaman case abusive y las constructoras, o bien controladas directamente por la Mafia o en tratos con ella u obligadas a subcontratar empresas de la cuerda, llenan la isla, en particular la franja litoral, de complejos urbanísticos y hoteleros, sin respetar siquiera el Valle de los Templos, en Agrigento, donde las viviendas se confunden en unas hectáreas con los templos consagrados in illo tempore a Asclepio, Hércules o los Dioscuros.
Como en casa. Y no me refiero a Marbella, Estepona o Andraitx, con corruptelas más o menos televisadas en función del color político del consistorio de turno, sino a Cataluña, pues hemos sabido por un reciente informe de Greenpeace que la costa catalana es la más edificada de todo el litoral español en algo más de un 45%. Noticia sorprendente, hasta cierto punto, pues… ¿No éramos los catalanes los más concienciados del lugar gracias a las difundidas tesis del desarrollo sostenible que gozan en casa de gran predicamento, y todos esos mantras que recitan los medios de comunicación locales en manos de la progresía, dejando para el resto del país… -páramos, cabras y grasientos cocidos de garbanzos-… la edificación desatada a cargo de criminales especuladores conchabados con políticos desalmados a lo Gil-y-Gil que se ciscan encima de un paisanaje idiotizado, el del resto de España, que no sabe defender sus derechos, no ama su solar patrio porque lo suyo no es una patria y que se pasa el día viendo magazines gilipollas por la tele al copo de famosos de pacotilla?... ¿Pero los catalanes no éramos diferentes? ¿No era un estilo ser catalán, como decía Roca Junyent cuando le entrevistaba babeando, años ha, esa pesada biliosa de la Milá? ¿Qué pasó con nuestro fet diferencial?... ¡Si nuestros políticos ni siquiera usan gomina como esos madrileños insustanciales y vacilones!
En Sicilia, como en casa. ¿Será por los siglos de influencia española, primero a través de la corona de Aragón y luego de España como estado ya unificado? ¿Será porque la obra pública está en la ínsula italiana como en casa sometida a licitaciones, comisiones y adjudicaciones poco transparentes? Recordemos aquellas palabras de Maragall a CiU en el parlamento de Cataluña: ustedes tienen un problema que se llama 3%, problema que cuantificó, nos jugamos el bigote, erróneamente, por el modesto porcentaje de la mordida, una birria de 3%, y que se cobraba en maletines en los cementerios con nocturnidad y alevosía para que ningún testigo se fuera de la muy… escándalo fugaz, neutralizado al punto por Artur Mas con su célebre amenaza: con esas insinuaciones no habrá (nuevo) estatuto.
Una de las obras emblemáticas proyectadas en Sicilia es una copia del Golden Gate, un puente colgante mastodóntico que unirá Messina con la Italia peninsular. Al fin, sortearán los lugareños los escollos entrechocantes de Escila y Caribdis, que tanto importunaron a Odiseo y sus hombres en su largo periplo náutico. El puente será la pera limonera, el más largo del mundo, con 3.300 metros de longitud y 64 de altura sobre el nivel del mar, por el que circularán a diario millares de automóviles e incluso trenes de alta velocidad.
La conclusión del puente está prevista para el 2.012 y el coste de la obra faraónica, si no hay desviaciones -que sería extraño- está presupuestado en unos 4.600 millones de euros con aportaciones de la Unión Europea. Y, aún más, nada importa que el estrecho de Messina esté situado sobre una falla geológica y que Sicilia, en lugar de alejarse de la punta de la bota, se acerca a ella, eso sí, muy poco a poco, centímetro a centímetro, de tal suerte que si esperasen unos cuantos siglos se ahorrarían unos metros del trazado, por aquello de recortar gastos en tiempos de crisis.
Sucede que todo el mundo sospecha que en la subasta de subcontratas a cuento del puente colgante anda la Mafia detrás, especializada últimamente en el ladrillo más que en el tráfico de drogas o la trata de blancas, actividades diversificadas que nunca descuida del todo la Onorata Societá, con su célebre máxima, la omertà, es decir, la ley del silencio. Lo dicho, como en casa.
En Sicilia la Mafia es fundacionalmente delictiva. En casa es fundamentalmente ideológica, política -léase nacionalista- y también deviene, es inevitable, en delictiva. Una y otra se benefician del silencio de la gente del común y de la no tan común, del silencio de la opinión pública pastoreada por los medios de comunicación obedientes, casi todos: el silencio del Colegio de Periodistas por el hundimiento del Carmelo para no estorbar las negociaciones estatutarias, el silencio del clero local por los artículos del redactado estatutario sobre eutanasia y aborto, el silencio de los sindicatos obnubilados, subvención que te crío, por espacios autóctonos laborales, retributivos y de otra índole… el silencio incluso del Colegio de Médicos por los abortos ilegales practicados en la clínica Ginemedex, donde la manita de un feto asomando entre las cuchillas de la trituradora de carne humana la confundieron los galenos comisionados con un expendedor de chocolatinas.
Como en Sicilia, en Cataluña la famiglia es fundamental, la piedra angular del sistema. Pareciera que no a juzgar por algunas declaraciones de relevantes cargos públicos, poco o nada partidarios de la familia tradicional como institución nuclear básica para la socialización del individuo. Recordemos figuras tan arraigadas en nuestro acervo patrio como l’hereu, el heredero que va para terrateniente, industrial o alcalde -es un chiste malo- o la pubilla.
A la hora de la verdad los políticos catalanistas velan como el que más por la familia, sino por la de otros, por la familia en general, al menos sí por la suya. Hay casos para dar y tomar, siendo el más reciente el nombramiento de Apel·les Carod como embajador de Cataluña en Francia. Lo que no deja de ser chocante, dado que Francia responde al criterio, según la teoría ZP, compartida por los nacionalistas, de estado plurinacional que, a causa de su secular jacobinismo, oprime, ahoga, asfixia, como España, a las naciones sin estado que contiene en el dintorno de sus fronteras. Entre ellas una porción de Cataluña que ni siquiera goza de rango departamental, administrativo, dentro de la organización territorial al uso en el estado vecino.
Lo coherente habría sido inaugurar una embajada pero en Ajaccio, ante la nación corsa sojuzgada por el centralismo parisino, previa restitución a la Generalitat catalana con sede en Barcelona de los territorios que nuestros nacionalistas llaman Catalunya Nord, pues no habríamos de contentarnos, en aras de la deseada construcción nacional con saber, gracias a los partes meteorológicos de TV3, el tiempo que hará mañana en Perpiñán o en Prada de Conflent. Pero esa es otra y muy jugosa historia.
Sicilia es muy parecida a Cataluña, tanto que si uno mira bien el mapa y agarra Sicilia del morro occidental, a la altura de la localidad costera de Trápani y la gira 90º tendrá la réplica exacta, casi, del perímetro de nuestra bienamada patria, donde la costa jónica que va de Messina a capo Pássero, al sur, hace las veces de frontera pirenaica con Francia siendo los montes Peloritani el valle de Arán y Siracusa, Puigcerdà. La costa tirrena, de Palermo a Milazzo, la franja leridana limítrofe con la provincia de Huesca, y en la costa mediterránea las ruinas de Selinunte corresponderían al delta del Ebro y la localidad de Licata a Barcelona.
Nunca se ha sentido Tolerancio tan cerca de casa, estando tan lejos. La huella que dejaron nuestros ancestros ha sido más profunda de lo que muchos creen.
Entra Tolerancio en una trattoria del pueblecito de Prizzi para tomar un aperitivo, no muy lejos de Corleone, en la Sicilia interior. Hay unos pocos parroquianos sentados a una mesa de mantel a cuadritos. Le miran de arriba abajo, con aire taciturno y dejan su conversación en suspenso. El camarero, con una bayeta al hombre le pregunta qué quiere, pero lo hace en silencio, con la mirada. Junto a los estantes de madera de la botillería hay un retrato en la pared. Es la foto de un hombre de aspecto grave, circunspecto, en consonancia con el paisanaje que ve Tolerancio en el local. Americana, corbata, frente despejada. Es un hombre importante, respetado, y de pocas palabras, eso se ve a la legua. No sabe si el dueño está a corriente de pago, si abona el pazzo, impuesto de protección, a los corredores de la Mafia. No necesita preguntar quien es el fulano de la foto: es Peppo para los amigos... Peppone Monttiglia.
Chissst… silencio… es decir, silenci…
Sicilia es muy parecida a Cataluña, tanto que si uno mira bien el mapa y agarra Sicilia del morro occidental, a la altura de la localidad costera de Trápani y la gira 90º tendrá la réplica exacta, casi, del perímetro de nuestra bienamada patria, donde la costa jónica que va de Messina a capo Pássero, al sur, hace las veces de frontera pirenaica con Francia siendo los montes Peloritani el valle de Arán y Siracusa, Puigcerdà. La costa tirrena, de Palermo a Milazzo, la franja leridana limítrofe con la provincia de Huesca, y en la costa mediterránea las ruinas de Selinunte corresponderían al delta del Ebro y la localidad de Licata a Barcelona.
Nunca se ha sentido Tolerancio tan cerca de casa, estando tan lejos. La huella que dejaron nuestros ancestros ha sido más profunda de lo que muchos creen.
Entra Tolerancio en una trattoria del pueblecito de Prizzi para tomar un aperitivo, no muy lejos de Corleone, en la Sicilia interior. Hay unos pocos parroquianos sentados a una mesa de mantel a cuadritos. Le miran de arriba abajo, con aire taciturno y dejan su conversación en suspenso. El camarero, con una bayeta al hombre le pregunta qué quiere, pero lo hace en silencio, con la mirada. Junto a los estantes de madera de la botillería hay un retrato en la pared. Es la foto de un hombre de aspecto grave, circunspecto, en consonancia con el paisanaje que ve Tolerancio en el local. Americana, corbata, frente despejada. Es un hombre importante, respetado, y de pocas palabras, eso se ve a la legua. No sabe si el dueño está a corriente de pago, si abona el pazzo, impuesto de protección, a los corredores de la Mafia. No necesita preguntar quien es el fulano de la foto: es Peppo para los amigos... Peppone Monttiglia.
Chissst… silencio… es decir, silenci…
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