miércoles, 17 de septiembre de 2008

La Diada según Tolerancio


Mucho se ha debatido acerca de la Diada estos últimos días, debate que se repite anualmente. Como en aquella película en que Bill Murray despierta una y otra vez el mismo día y le suceden las mismas cosas. Una marmota y la bellísima Andie McDowell andan implicadas en el asunto.

Se repiten las mismas escenas: abucheos e insultos a las delegaciones que acuden a depositar su ofrenda floral ante la estatua de Rafael Casanova. Quema impune de banderas españolas, gritos a favor de la independencia, de ETA, pasividad de los mossos d’esquadra… todo conforme al gusto y guión habituales del separatismo tronado y alienígena. Sorprende que los radicales congregados en el lugar, que se desahogan de lo lindo berreando como posesos, llamen botiflers o espanyols incluso a los componentes de las comitivas, nada más y nada menos, de CiU y de ERC… ¿Qué lindezas no le dirían a este humilde no nacionalista si supieran de él y le arrinconaran en un callejón?
Asombra por otro lado que los nacionalistas rabiosos, los energúmenos apostados ante el monumento, no premien con aplausos y vítores a Montilla, que no siendo de los suyos, hace más por la causa que muchos de sus correligionarios. Lo que demuestra la ingratitud del papel de tropa auxiliar. Nunca se reconocen suficientemente los servicios a esos oteadores sioux o apache que lleva en avanzadilla el Séptimo de Caballería de Michigan, ataviados con casaca azul pero con su tradicional tocado de plumas. Los sonderkommando podrán ser tolerados, agasajados, pero nunca admitidos en la familia.

Nunca agradeceremos bastante la necesaria labor pedagógica que con motivo del 11-S lleva a cabo Ciudadanos desde hace un par de años a pesar de sus limitados medios y del silencio hostil del entorno.
Siempre nos dijeron que la gente de amplitud de miras, de espíritu crítico, tirando a rebelde y contestataria, acude a los mitos para desmitificarlos, como acude con bravura al quite el toro de lidia. Rebufando y embistiendo con todo. Salvo, cómo no, en Cataluña, donde la progresía, ésa gente que se jacta de transitar otros caminos, de rehuir los tópicos y los lugares comunes, se cuadra ante mitos y símbolos y todo el refrito patrio cocinado durante el tardo-romanticismo decimonónico, más vigente en casa que en ningún otro lugar del planeta, dando un disciplinado taconazo, ar, como lo haría un apolillado visigodo, lanza en ristre, ante la tumba de don Pelayo.

Esta bitácora no pretende contender en el campo del historicismo… Ciudadanos ya lo hace muy cumplidamente aunque sin la deseable proyección pública por causa del consabido discurso oficial de esa Cataluña en viaje astral permanente, extrañada de la realidad a causa de la clase política dominante, de los medios de comunicación públicos y semi-públicos o intervenidos y del tejido asociativo subvencionado, sin olvidar la voluntariosa colaboración escapista de patronales y sindicatos aborígenes.
Cuesta mil sudores romper el cerco del silencio y llegar a más gente, soñar con introducir un atisbo de duda racional en tantas cocorotas blindadas, impermeables, anestesiadas por tanta y tan sistemática tergiversación y propaganda en una suerte de fatal hipnosis colectiva.

Una vez mostrada la versión más fiable, alternativa a la oficial, ya saben, que la guerra fue de Sucesión, que no de Secesión… -que algunos confunden con la guerra civil americana entre unionistas y confederados-… que austracistas y borbónicos se topaban por todas partes, también en Cataluña, y que Casanova no murió en el sitio de Barcelona, sino que herido puso pies en polvorosa y murió mucho años más tarde, de viejecito, postrado en su lecho tras obtener el perdón real… toca afrontar sin más demora la fase más delicada: la desmitificación o desacralización simbólica y ritual de tan señalada efemérides que es, presumiblemente, de difícil ejecución, pues acarreará la iracunda reacción del establishment catalanista… una reacción rayana en la vesania homicida que procurará el empalamiento en plaza pública de los provocadores iconoclastas en caso de ser interceptados.

Conviene, pues, proceder de manera resuelta, con campechanía y desparpajo, sin complejos, para confundir al rival, dejándolo sin aliento, mermando su capacidad de reacción, que será la mejor forma de salvar el pellejo aprovechando la inacción o parálisis connatural al shock infligido.

Para explicar el formato de Diada que propone Tolerancio, hay que efectuar unas consideraciones previas que serán a su vez los ingredientes que, en su justa medida combinados, darán con la mezcla definitiva:

-Un latiguillo que a mano tienen los creadores escénicos para explicar sus eruditas obras al gran público y que goza de gran predicamento es la llamada versión o revisión moderna de un mito o de un clásico. Consiste en trasladar a otra época, a menudo la del autor que versiona, el núcleo argumental de una obra clásica, modificando atrezzo, vestuario, decorados, situaciones, pero respetando aproximadamente el desenlace y las densas relaciones entre personajes.
-Una actividad lúdica que funciona de un tiempo a esta parte y que goza del rango de actividad cultural de interés turístico es la actualización del pasado mediante ferias medievales con gran profusión de tenderetes de artesanía o recreación de batallas famosas, siendo de las más nombradas una que se celebra en Galicia -no recordamos la localidad- que, con la excusa de un documentado ataque vikingo, aprovechan lugareños y visitantes para agarrar un tablón de campeonato. Son propuestas llamadas participativas pues pretenden que la gente se implique activamente en la celebración del acto conmemorado.

-No hay mejor gancho para atraer al personal que el fútbol, el deporte rey, si exceptuamos los concursos de miss camiseta mojada.

Ya tenemos los ingredientes. Ahora solo falta agitar la coctelera y… voilà.

-Se alquila un pabellón deportivo por unas horas, omitiendo con tiento y pillería la verdadera finalidad del acto.
-El día anterior aparece insertado en la prensa un anuncio convocando al heterodoxo evento: hora, lugar y sucinta descripción de las características del mismo. Cuña radiofónica y algo de cartelería distribuida por la calle, en lugares autorizados, desde luego, para evitar multas por incivismo.
-El público llega a las instalaciones y toma asiento, auxiliado y acomodado si es preciso por voluntarios y servicio de seguridad. Preferible un pabellón cerrado con graderío para, mínimo, 300 o 400 espectadores. Hay que asegurar el lleno tal y como merece tan alta ocasión. También se acreditarán unos cuantos medios por curiosidad, o morbo si lo prefieren, para dar cobertura informativa de una Diada que se presume distinta a las demás.
-Los participantes llegan al punto de reunión en carrozas. Como suena, en carrozas tiradas por caballos, con su cochero en el traspontín y atuendo dieciochesco. Participantes que son los contendientes porque…
-… en efecto, la revisión de la Diada según Tolerancio consiste en un partido de fútbol sala o fútbol-7 entre dos equipos, el de los borbones y el de los austrias. Una cámara de TV inmortalizará el momento en que los jugadores, con casacas y pelucas, camisas de puñetas primorosamente bordadas, pero en calzón corto y con zapatillas deportivas, pondrán pie en el estribo para descender de los carruajes y saltar al terreno de juego que se transmutará en palenque, en campo del honor, en acelerador de partículas retrospectivas donde se rescribirá la historia.
-Los contendientes se retiran al vestuario y la espera es amenizada por bellas cortesanas con la cara empolvada y miriñaques bailando un minué en medio de la pista a modo de animadoras de época rococó.
-Al cabo de unos minutos ambos equipos saltan al terreno de juego acompañados del trío arbitral. No hay evento deportivo sin confraternización de los adversarios, de modo que austrias y borbones, a ambos lados del colegiado*, también con peluca y casaca, pero negra, para diferenciarse de los jugadores de campo, forman en el centro de la cancha a la espera de oír el himno en garrida y marcial actitud, tripa adentro, mentón erguido.
Cada equipo cuenta con un gastador que enarbola la correspondiente bandera dinástica: por un lado, el águila bicéfala de los Habsburgo y por otro, la flor de lis de la casa de Borbón.
-Suena el redoble de un tambor. Se hace el silencio. Los focos iluminan a los protagonistas del evento… en el graderío se palpa la muda expectación… los jugadores se enlazan de la cintura de un extremo a otro de la fila y a través del hilo musical estallan al fin los compases de… Paquito chocolatero. El público se arranca espontáneamente y corea las simpáticas notas del pasodoble.
-Las asistencias sanitarias evacuan a toda prisa a un espectador fulminado por un ataque cardíaco. Se trata de un informador de incógnito destacado por los nacionalistas para levantar acta del obsceno sacrilegio. El pobre no pudo resistir la abominable representación.
-Tras el himno, el árbitro da el pitido inicial y comienza el partido. Ambos equipos evolucionan para obtener el mayor número de goles y llevarse el gato al agua. Los jugadores exhibirán su nombre a la espalda para facilitar la conveniente identificación a los espectadores que de este modo jalearán a sus ídolos o reprocharán, a sus autores, los torpes lances del juego.

De tal suerte que los austracistas podrían disponer sobre el terreno una alineación compuesta por el duque de Medina de Rioseco y conde de Melgar, Rafael Casanova, el Archiduque Carlos, el landgrave Jorge de Darmstadt, el mariscal Starhemberg, como estratega y centrocampista que distribuye juego, el general Moragas por la banda y Manuel Desvalls, Villarroel o Nebot en punta, con Antich Saladrich y Antonio de Berenguer en el banquillo a la espera de una oportunidad. Y los borbones presentar batalla con el duque de Pópuli bajo palos, los mariscales Berwick y Tessé en defensa, el duque de Vendôme o los notarios felipistas José de Marimón y Juan de Alós Ferrer en el centro del campo para enlazar con los arietes Francisco Ametller o Sabater de Copons, conde de Benavent.

Si el partido acaba en empate, se juega prórroga y, si fuera preciso, se tiran penaltis. Si la victoria cae del lado borbónico, la cosa queda como está, pero si la balanza se inclina del lado de los austrias se modifica la historia como en el 1984 de Orwell mediante las oportunas correcciones en los libros de texto. Y así de un año para otro. Mudanza que no es un grave problema en el fondo, pues al fin y al cabo las editoriales cambian sus ediciones de curso en curso, aunque solo sea el color de la cubierta o la ilustración de la página 147 para que los alumnos no puedan utilizar las anteriores.
La perfomance tiene su qué... pero no hay huevos. Ni Boadella.


* Tolerancio se reserva el papel de árbitro en esta mascarada pues uno de sus sueños incumplidos es pitar un partido de fútbol aplicando errónea e injustamente el reglamento, a caso hecho, para provocar las iras del respetable y abandonar el terreno de juego protegido por la fuerza pública.