Todos aquellos que negaron el derecho a escolarizar a los niños en español en parte del territorio nacional o que hicieron la vista gorda ante la flagrante vulneración de ese derecho pasarán a la historia para su vergüenza y espanto de las venideras generaciones como idiotas de solemnidad, ignorantes en grado superlativo, como tontos de baba, del culo, del quince y como miserables traidorzuelos y lacayunos palanganeros al servicio del nacionalismo.
Nadie comprenderá que transigieran con semejante aberración, con la descomunal anomalía de impedir la escolarización de los niños en la lengua oficial de un estado moderno en una parte del mismo siendo además su lengua materna… restricción desconocida en el resto del mundo, salvo en las islas Feroe aún bajo soberanía danesa.
Que consintieran tamaño atropello, insólito en el mundo civilizado e incivilizado, en el mundo en su conjunto y en el universo, si es que hay vida inteligente allende nuestro sistema solar pues aquende no andamos muy sobrados. Que lo hicieran por aritmética parlamentaria, por pegarse como lapas a la poltrona o por cualquier otra consideración: dará lo mismo. Su memoria, si queda alguna, estará para siempre vinculada al bochorno y al ridículo.
Prevalecerá un día el sentido común y su triste hazaña será sinónimo de cobardía, deserción, de marranada infame a su acervo cultural y, por encima de todo, de vulneración monstruosa y espeluznante de los derechos y libertades individuales. Quedarán retratados para siempre jamás a la altura del betún… ¿del betún decimos?... ya quisieran… a la altura de una plasta reseca de chucho callejero con los cuartos traseros atrofiados por el moquillo.
Y no nos referimos a los nacionalistas pues a ellos les va en las tripas, y, una vez institucionalizado el nacionalismo, en el sueldo. El odio a España, en cualquiera de sus manifestaciones, y a los españoles, es su religión, el motivo que les insufla aliento vital, la brújula que dirige sus pasos… su dulce paraíso en la Tierra.
No hablamos de mamarrachos como Carod Rovira, un monigote histriónico que va dando la brasa por medio mundo en vuelos oficiales pero que nadie toma en serio y que de allá a donde va se quitan de encima con alivio como quien suelta la vejiga tras una prolongada continencia. Ni del sonderkommando Montilla a quien confunden cuando viaja al extranjero, pese a encabezar la comitiva, con un camarero o el mozo de las maletas. No nos referimos a esos humanoides de la política que no traicionan a nada ni a nadie. Acaso el segundo a su infancia, a lo que fue cuando niño y se empecina en negar como innoble paradigma de conversos y cuyo afán último es cosificarse en un caganer tocado con barretina en lugar del sombrero cordobés que le corresponde por razón de cuna. Pues ambos, si pasan a la historia, lo harán en formato de efigies conmemorativas instaladas en el vestíbulo de la Federación Catalana de Lanzamiento de Huesos de Aceituna a Escupitajos por haber promovido su participación en torneos internacionales al margen de la española.
No traicionan a nadie, en definitiva, desde un punto de vista emocional. Otra cosa es su deslealtad a los fundamentos de la democracia y de la separación de poderes, pues ya han anunciado que se pasarán por el forro de los cojones la sentencia del TSJC que establece la obligada inclusión de la casilla de lengua materna en los impresos de matriculación escolar o la que pueda dictar el Tribunal Constitucional respecto al estatuto de autonomía recurrido, si no es de su agrado… motivo por el que, si la democracia española estuviera homologada a otras más consolidadas y contara con los debidos mecanismos de control y fiscalización de la acción de gobierno, serían al punto inhabilitados para el desempeño de cargo público y debidamente procesados.
No nos referimos a ellos o a sus antecesores sino a quienes durante años les han bailado el agua y reído las gracias. El Molt Honorable Pujol, por ejemplo, fue considerado un hombre de estado. Incluso la estulticia sobrecogedora de la acomplejada clase política capitalina, envilecida por la fatiga de la tensión nacional, llegó a concederle el título de español del año y no es una coña marinera. El artífice de tan preciado galardón fue el diario ABC dirigido entonces por Luis María Ansón o Anson -así de panoli es el interfecto- obcecado entonces, como tantos, como tontos, por contentar a los nacionalistas con atenciones y parabienes… que no pensaban agradecer, claro es, con arreglo a su costumbre.
Nos referimos al ministro de Cultura César A. Molina y a la ministra Cabrera de Educación. Uno dijo poco menos que estaba chiflado quien sostuviera que en alguna región de España no está garantizado el aprendizaje del idioma español, dando una absurda cambiada y sustrayéndose al debate real, que no es el aprendizaje del idioma español, más o menos, que también está garantizado en Dublín o Damasco si uno se matricula en el Instituto Cervantes o en una academia privada, sino la escolarización del alumnado en dicha lengua por deseo de los padres o tutores legales.
La otra, la ministra o miembra del gobierno, se felicitó por la triple línea del sistema educativo andorrano, ese estado pirenaico y feudaloide de bolsillo, en catalán, francés o español. Sistema que no rige, en lo tocante al español, para Cataluña, País Vasco, Galicia o Baleares, sin olvidar algunas comarcas de Valencia, región gobernada, mira tú qué cosa, por el PP. Lo que está bien para Andorra, en suma, no lo está para España en opinión de Cabrera.
Cierto que tontos de capirote de similar calibre les precedieron en sendas carteras ministeriales… -y otros muchos apostados, y ahí continúan, en eminentísimos órganos judiciales-… que se hicieron también los suecos negando el problema. Pero éstos sobresalen como gigantes. Se llevan la palma, pues las excepcionales concesiones de su jefe de gabinete a los nacionalismos, amén de sus sonrojantes declaraciones pre-electorales (marzo 2008) en la cadena SER avalando las multas a rótulos comerciales en español impuestas por la Generalidad de Cataluña… les obliga a poner la cara y a mirarse en el espejo acaso experimentando, si les queda un ápice de dignidad, una insoportable sensación de asco: ¿Quién me mandará a mí jugarme mi prestigio por esta birria en la que no creo y me repugna?... ¡Con lo razonable, lógico y deseable que es que cualquiera que lo desee pueda escolarizar a sus hijos en español, que es lengua oficial, en Barcelona o Palma de Mallorca!
Pasarán a la Historia…si somos capaces de situar las políticas nacionalistas, sectarias, de inmersión lingüística, y otras de parecida laya, en el debate político nacional y de trasladar a la opinión pública española la idea, cierta por otra parte, de que la vulneración de un derecho fundamental en una parte del territorio no solo afecta a los administrados de esas regiones que se consideran lesionados, sino al conjunto de la vida nacional y al ámbito más amplio de las libertades nominalmente garantizadas por el ordenamiento constitucional. Pasarán a los anales de la historia como auténticos memos, bamboches, peleles, huevones… -huevón Molina y huevona Cabrera-… si somos capaces de abrir ese libro de la Historia y dedicarles un capitulo.
Cuando remita la fiebre nacionalista… -pues el nacionalismo jamás desaparecerá de escena, conectado como está a las terapias psico-sociológicas de identificación y consuelo grupales, al entendimiento mágico pre-racional en el sentido que le daba Lévy-Bruhl, al nepotismo y a la gestión caciquil de partidas presupuestarias-… muchos dirán que no, que ellos nada tuvieron que ver con la vulneración de ese derecho. Que se opusieron con todas sus fuerzas al nacionalismo excluyente, con especial énfasis y ahínco a sus fechorías sin cuento en el ámbito educativo. Que incluso militaron en la Tolerancia y que se jugaron el tipo repartiendo octavillas en la calle cuando nadie se ocupaba de esas cosas. Y nos dirán que quienes sí estamos no estuvimos. Que no nos recuerdan. Se inventarán un pasado a medida y saneado cuando toque distanciarse de esa patraña intelectual que es el nacionalismo étnico y lingüístico.
Dirán que se fajaron desde el minuto uno de partido contra ese abuso ignominioso, pues un día se calibrará en su justa medida la estupidez supina, colosal, del invento… como muchos otros que se han apañado una oportuna y apócrifa biografía antifranquista.
Pero a Molina y Cabrera nadie les creerá porque toda ponderación o revisión del pasado incorpora un ajuste de cuentas, más o menos abrupto, y reclama víctimas propiciatorias, boucs émissaires para cargar al lomo los pecados y culpas de los demás. E incluso sus compañeros de bandería les mirarán con desdén y se apartarán de ellos como de apestados para que no les gafe su lazaroso contacto, para que no les contagie su aliento mefítico. Serán los chivos expiatorios de la traición y, por sus propios camaradas, desterrados al páramo de la desmemoria y acaso ellos, disciplinados, aceptarán esa lastre en resignado y militante silencio.
Pasarán a la Historia… -si somos capaces de escribir y editar un capítulo-… como auténticos gilipollas del carajo de la vela que dieron por bueno no poder escolarizar a sus hijos, sobrinos o nietos, en español de haberse trasladado a vivir a Cataluña, la región más abierta, avanzada y cosmopolita, supuestamente, de España. ¿Qué decimos de España?... de Europa, del mundo… del universo incluido el 96% de materia oscura.
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