jueves, 19 de marzo de 2009

Rubén, el niño con pijama de rayas



A Rubén Vidal

El niño se llama Rubén, como su padre. Con una tiza en una mano y un borrador en otra soluciona una suma más complicada de lo que parece: 1 + 1 = 2. Es el niño pecoso vetado por la compañía publicitaria Promedios que gestiona los anuncios que pasean por Barcelona los autobuses de TMB, la empresa municipal de transportes. La misma agencia que autorizó hace unas semanas la campaña atea… -Probablemente Dios no existe, así que no te preocupes y disfruta la vida-… y por no quedar mal, también su contraria. Y que un día no muy lejano gestionará campañas del tipo: Permite que tu hija menor aborte sin decirte ni pío o Mételes un cóctel de arsénico y ketamina en vena a tus mayores y líbrate de ellos, que son unos pesados y ya no da la vaca para abonar tanta pensión teniendo que abrir emabajadillas catalanas en Beluchistán y Corea del Norte u otras similares.

La compañía Promedios se ha retratado y ofrecido como escupidera para no salpicar a TMB, por extensión al Ayuntamiento, y cargar sobre sus espaldas el papelón de ejercer voluntariamente la censura… ancilar gesto que será, es cosa segura, recompensado por la inquisitorial administración del régimen catalanista. Se les ha visto el plumero, pero los contratos publicitarios de tipo institucional se agolparán muy pronto en su carpeta de encargos. Promedios, por méritos propios, se ha ganado un lugar honorífico en la galería ilustre de personas y entidades encantadas con sus labores subalternas de mamporrería al servicio del nacionalismo.

Una sentencia del TSJC parece cosa casi delictiva, indecente o inmoral que no se debe publicitar bajo ningún concepto no sea que se produzca la gran hecatombe… que la polémica y la crispación eleven de tal modo la temperatura media del planeta que derrita ésta los casquetes polares y sucumban tres quintas partes de la humanidad bajo las aguas del océano.

Rubén suma mientras otros restan. Es su primera travesura. Un desafío, una declaración de principios, infantil si se quiere. Rubén hace sus cuentas en una pizarra transparente. Le vemos como del revés. La pizarra de Rubén es uno de esos espejos que colocan en las salas de interrogatorio de las comisarías de Policía para observar a cubierto los gestos y muecas del presunto delincuente. Rubén está bajo sospecha.

Pero Rubén es ajeno a las miradas indiscretas, a las triquiñuelas de los mayores. Con naturalidad agarra la tiza, alza el brazo y saca la lengua para solventar ese cálculo que a muchos se les resiste. No hay manera de que les entre en el magín: 1 + 1 = 2 lenguas.

Quiero abrazar a Rubén… pero no puedo. El cristal me lo impide. Está ahí, pero él de mí nada sabe. De mi existencia. Lo tengo muy cerca. Nos separa la superficie pulimentada de ese espejo. No es simplemente un icono, un dibujo… Rubén es real, sólo que habita a un paso dimensional de nuestras coordenadas cotidianas… ese mundo paralelo, ese universo fronterizo de un Borges o de un Bioy Casares que no encontraríamos ni con un plano detallado salvo que nos topáramos de bruces con él abriendo nuestras mentes y corazones.
Grito su nombre pero no puede oírme. Me aterra que Rubén piense que está solo. Recuerdo una canción de Bambino que dice ahí está esa pared que separa tu vida y la mía, esa pared que no deja que nos acerquemos. Y me entra miedo y pienso en otra canción de ese genial intérprete… miedo, tengo miedo, miedo de perderte.

Miedo de perderte para siempre. Y de perderme a mí… miedo a que el niño que fui y que se formó como persona, peor o mejor, en su lengua materna, sea un vago recuerdo que no tendrá continuidad en las generaciones venideras. Miedo a que mi infancia sea una infancia espectral, vaporosa, fantasmagórica, abstracta, extinta. Pues nunca más ningún niño cantará en la escuela las canciones que yo canté. Nunca más ningún niño repetirá en mi lengua la tabla de multiplicar que yo aprendí.

¿Qué hemos hecho, Rubén? ¿Qué te hemos hecho? ¿Qué nos hemos hecho a nosotros mismos? ¿Por qué hemos callado?... Siendo adultos nos perdimos y acaso tú, un mocoso, nos ayude a reencontrarnos.

Me muero por abrazarte, Rubén… y te abrazaré… no pienso rendirme nunca… tendrán que cortarme la lengua y los brazos para impedirlo. La canción dice… ahí está esa pared que separa tu vida y la mía, esa pared que no deja que nos acerquemos, pero luego añade… esa pared, esa maldita pared… yo la voy a romper cualquier día. Sólo así podré abrazarte, Rubén. Sólo así podré abrazar al niño que fui.

2 comentarios:

Reinhard dijo...

En esta historia, Sr. Tolerancio, confluyen muchos factores, tantos y tan variados que darían lugar a muchas tesis doctorales en sociología, antropología....Quizá la solución a este problema lingüístico sería la desobediencia civil: si los padres que quieren que sus hijos sean educados en español dejasen de llevarlos al colegio....se acabaría el problema.Pero eso, mucho me temo, es imposible en un país como el nuestro, más preocupado y sensibilizado por garantizar los derechos de algunas minorías-maricón el que no bote-que en luchar por lo evidente.Que nos den por culo, es nuestra penitencia: No, we can´t. Salúdole.

Josefina dijo...

Si hay un colectivo que es especialmente sensible a los tejemanejes políticos y sus devaneos con los votos, ese son los niños. Ellos en su inocencia no entienden nada, excepto aquello que les vamos inculcando las mamás en su más tierna infancia. Y una de esas cosas es el idioma, enseñarles a "hablar". Yo tengo unos amigos que son el español y su esposa francesa. Ella habla a sus hijas en francés y su padre en español. Las dos hijas hablan a la perfección ambos idiomas desde muy pequeñas. Ahora empiezan a aprender inglés en el Colegio. ¿Cuál es el problema para que en Cataluña hagan igual con el catalán y el castellano? En casa y en la escuela, por supuesto.
Debe haber "alguna razón más" que se escapa a la sencillez y sensibilidad de unos niños.

Saludos