En marzo de 2009 se conmemora el bicentenario del nacimiento de Mariano José de Larra. Si no andamos mal informados el escritor se suicidó a los 28 años metiéndose un balazo con pistola de chispa delante de un espejo. Como el hombre no llevó una existencia demasiado feliz… -tuvo el pobre un ojo nefasto para los romances-… cupo que esa ausencia de tino amoroso se trasladara a su destreza con las armas y aún apoyando en la sien la bocacha de la pipa marrase el tiro. Pero acertó.
No abundaremos en lo que todo el mundo sabe, es decir, lo que sabe de Larra poco más de un 4% de la ciudadanía española, según el estudio demoscópico encargado por Tolerancio al Instituto Tr-opina después de realizar 1.200 entrevistas a pie de calle, habiendo confesado un 85% de los encuestados no tener ni repajolera idea del personaje en cuestión y confundiéndolo algo más de un 7% de los informantes con un legendario ariete del Athletic Club de Bilbao autor de un celebrado gol contra Inglaterra, la pérfida Albión, en Maracaná, Brasil, año 1950.
No sabemos si alguien rendirá homenaje al pobrecito hablador. Si la figura de Larra gozará de parabienes institucionales. Ni sospechamos qué reacciones despertaría hoy una conmemoración del bicentenario de su nacimiento en esta España lobotomizada y pintiparada para la estupidez y el conformismo muelle, blando, alelado y follón. Pocas, eso es seguro, habida cuenta del nivel del colectivo, del paisanaje entero, empezando por el primero de los españoles y acabando por el último, pasando por jueces, fiscales, políticos, periodistas, banqueros y electores del común.
Larra tuvo una existencia sentimental turbulenta y amarga, de chasco en chasco, pues se enamoró de una mujer que resultó ser la amante de su padre, un cirujano afrancesado que tras la derrota napoleónica hubo de exiliarse y que en 1818 regresó a España acogiéndose a indulto y perdón reales. Nuestro personaje vivió un temprano e infeliz matrimonio y cometió adulterio que, solidariamente con el resto de su biografía, fue un nuevo fracaso. Lloviendo piedras y desengaños. Por eso, dicen, se metió un tiro, copiando la fórmula romántica y suicida popularizada por el Werther de Goethe.
Atendiendo a dichas vicisitudes quizá hoy su trayectoria se habría colado en el plató de uno de esos programas de TV llamados del corazón con un caché tirando a mediano por sus exclusivas, habida cuenta del nulo interés que despierta la cultura en este paisanaje nuestro desorbitadamente aborregado.
Fue uno de los primeros periodistas en hacerse hueco en la historia de la literatura española. Sus artículos sobre el modo de vida de sus contemporáneos, artículos costumbristas, así fueron catalogados, son en realidad mordiscos ácidos, vitriólicos. Artículos agudos, acutísimos, mordaces y críticos, nada complacientes. En ellos late el distanciamiento, a causa del dolor… -anticipo del me duele España unamuniano-… de quien ve su país postrado en la envidia, el atraso, el cerrado y la sacristía, la indolencia, el revanchismo cainita, la mezquindad, instalado a sus anchas en un tono mediocre y sin sustancia. Pero no hay en sus retratos a la tinta una voluntad escapista, la fuga íntima de quien se desentiende de cuanto, disgustado, ve a su alrededor y se evade con cínico desplante o armando una burla sardónica, recurriendo a la humorada. Pues la evasión y el escapismo, el desahogo, los trasladará de la cuartilla en blanco al gatillo del pistolón.
En el fondo Larra ama su país. Es, como en su vida privada, un amor no correspondido. Larra desea una regeneración en la gestión pública, en la educación, en el gobierno. De ahí su modernidad y su actualidad. Y también la necesaria recuperación de su espíritu para esta España zambomba, a la rebatiña por el puchero, anestesiada, caediza en el engaño, en la molicie conformista de la estupidez colectiva, en la blandura sin músculo ni nervio de país desagregado, de hato ovino pastoreado por trincones sin principios. Un país sin nivel que permite, entre un millón de cosas más, que sus bachilleres, por ejemplo, pasen de curso con cuatro asignaturas suspendidas sin que los docentes, pendientes exclusivamente de su retribución mensual… -salvo honrosas excepciones (remitimos a la bitácora titulada Andalucía Oriental)-… asalten el ministerio de Educación no dejando piedra sobre piedra. Un país de mierda…
Un país que ha hecho de la instrucción académica depauperada la bomba-lapa que le han plantado bajo el trasero para acelerar su destrucción. Por no hablar de otras modalidades localistas de envilecimiento masivo de la población y de las inverosímiles cesiones a los caciques tribales que desgarran España regalando prebendas a sus camarillas amaestradas de voraces termitas.
La conmemoración de este significado aniversario habría de ser el punto de partida y encuentro, el chek-point del no nacionalismo que se articula aquí y allí quizá con mejor voluntad que acierto. Esa cita habría de ocupar un asiento preferente en las agendas de todos los conjurados que han decidido comprometerse en la configuración política de una tercera vía para la regeneración de la democracia española, superando discrepancias o banderías inútiles de siglas y cediendo en aras del interés general los personalismos de todo tipo. Una democracia española hoy envilecida por los intereses partidistas de PSOE y PP, y por el chantaje infame y permanente de los nacionalismos étnicos, o mejor etnoides, y de los regionalismos llamados presupuestarios.
Al pie del monumento a Mariano José de Larra habría de leerse un manifiesto y, como en aquel célebre cuadro del Juramento del juego de pelota, todos los presentes se exigirán a sí mismos no retroceder un paso hasta blindar de una ver y para siempre la igualdad de todos los españoles ante la ley en cualquier punto del territorio nacional. Los mismos que habrían de citarse al cabo de tres años en Cádiz para conmemorar el bicentenario de la primera Constitución española y ponderar lo conseguido hasta entonces y renovar el juramento hecho ante su estatua. Y repetir siempre, sin descanso, sin enmienda, la divisa de Larra:
LA LIBERTAD NO SE DA, SE TOMA
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