Lo que nos faltaba por ver: a todo un Juan Marsé en posición de firmes y en tiempo de saludo ante la oligarquía local. Con motivo de la concesión del Premio Cervantes hemos leído unas decepcionantes declaraciones del escritor -metido a maestro pastelero- al diario El Mundo, diario que Tolerancio lee asiduamente y que en ocasiones le sorprende por sus penetrantísimos análisis y enfoques buenistas que le descubren matices que el muy zote no percibe llevado de sus propias impresiones.
Acierta Marsé, algo es algo, en su crítico diagnóstico del cine español, tal y como recoge la portada del semanario El Cultural, 17-23/04/09, aduciendo que el problema del cine español no es la piratería sino la falta de talento, olvidando mencionar su sectarismo ideológico insufrible al descarado servicio de unas siglas políticas concretas, aún financiándose mayoritariamente con dinero de todos, para importunar, lo exige el guión, a no menos de la mitad de los productores que somos los contribuyentes.
Claro que, según se desprende de su discurso de veterano enfant terrible, el laureado literato parece encantado con el sectarismo aludido pues… ¿no dice que la izquierda española… -la de la desmemoria histórica, la del aborto adolescente sin permiso paterno o la del vertiginoso desballestamiento del sistema constitucional-… es demasiado timorata?...
…Pero, donde las dan las toman, responde Vicente Aranda, cineasta en plantilla de la alegre trouppe de artistas orgánicos del régimen, que el mismo o parecido déficit de talento se aprecia entre los escritores. Fuego cruzado entre amigos, pues todos forman bajo la misma bandera.
Y, mira tú qué cosa, cuando se le pregunta por la política lingüística del gobierno regional del sonderkommando Montilla… ay… entonces Marsé, el huraño Marsé, desde ahora el sonderkommando Marsé, con marchamo de discrepante incorruptible de la política cultural de los sucesivos gobiernos nacionalistas… va y se la coge, la pluma, con papel de fumar, transitando la respuesta como quien progresa con cuidado de no pisar los frangibles huevos que alfombran el piso. Y recurre, qué original, a la cantinela cobardona que nos sabemos de carrerilla, como quitando hierro a tanto desmán: yo no tengo problemas, en la calle la convivencia es buena… y todas esas cortinas de humo que tienen por objeto escamotear el problema real, que no son ni los problemas individuales ni la convivencia, para ocultarlo a la consideración de la opinión pública tras el biombo de la corrección aborregada y de la propaganda estupidizante.
Ya pasa cuando uno recibe un premio de tanta nombradía… que conviene no hacer demasiado ruido. Uuuuuyyyyy… qué pillo, qué discreto nos ha salido el hasta ayer outsider de Marsé.
Marsé, respondiendo al reportero de El Mundo, no se ha tenido que esforzar mucho más de lo que es habitual en él para componer las tramas y descripciones literarias de sus imaginativas novelas. El discurso ya se lo han dado fabricado, masticado y digerido a fuerza de tergiversación machacona en la mayoría de los medios: en Cataluña no se persigue el idioma español/ el idioma español no corre peligro… y que si garrotín que si garrotán…
…hombre, Marsé, permítame que le tutee en adelante a pesar de su edad y talento… eso de que no se persigue… según se mire porque su expresión escrita en la vía pública y en determinadas circunstancias… va a ser que sí. Cierto que el lector puede adquirir tus fantásticas novelas en la librería o el diario al que concedes la entrevista editado en español en el quiosco, pero el quiosco, la librería y también la frutería de la señora Patrocinio, mejor que se rotulen en catalán o les caerá una multa del quince, mínimo 500 €.
A lo mejor no te has enterado de esas multitas insidiosas, y es comprensible, pues andas muy atareado en tu gabinete de estudio erre que erre exprimiéndote el magín para dar con ese adjetivo deslumbrante o con el final redondo para tu última novela…
… Sí, eminente prohombre de las letras, tú puedes escribir tus ocurrentes novelas con esa prosa magnífica que a todos nos maravilla, venderlas por millares y forrarte, pero Olav, un niño ibicenco disléxico de 11 añitos… -diario El Mundo, 20/04/09-… no puede redactar un examen en español porque le restan 0’5 puntos incluso por deslizar la fecha en ese idioma infame, obsceno, impúdico, pero que está la mar de bien, ¡anda!, para perfilar los personajes que colman tus novelas, en particular putas, camellos, charnegos, chorizos y travelos… personajes y tramas que te convierten en un presunto cimarrón socioclasta, en un presunto e indomable forajido social.
Pero, claro, a ti todo eso te importa un bledo… cómo tú ya no estás en edad escolar y la seño ya no te castiga poniéndote cara a la pared u obligándote a hablar catalán en el patio como hacen las monjitas del colegio Betania…
Eso es, Marsé, escribes en una lengua que, donde resides, en la cosmopolita ciudad de Barcelona, no sirve para vender colchones o tomates porque la multan. Sucede, aunque no lo creas, que hay más gente que vende pimientos, colchones o zapatos que no lumbreras sublimes que publican novelas o reciben el Premio Cervantes. El problema no es que a ti te prohíban hablar en español o que dicho idioma corra o no peligro, sino, entre otras cuestiones, el vulnerado derecho que habría de asistir a los padres de escolarizar a sus hijos en una lengua oficial, el español, que lo es en todo el territorio de la nación. Cualquiera puede entenderlo, incluso tú.
Tampoco el idioma inglés corre peligro… pero a nadie, salvo que quiera pasar por un chifleta irrecuperable, se le ocurrirá que los chicos, contraviniendo el deseo de sus padres o tutores legales, no sean escolarizados en inglés en Gran Bretaña, en el último villorrio de Gales por ejemplo, donde se habla, menos que más otra lengua, el gaélico, y donde existe un considerable sentimiento nacionalista con representación parlamentaria en sus instituciones regionales.
Lo mismo vale para Francia donde cualquiera puede escolarizar a sus hijos en francés en Perpiñán o Biarritz sin que los nacionalistas de esos departamentos cuestionen ese precepto idiomático de cabal y obligado cumplimiento.
Pero ahí no se detiene el cuasi-converso Marsé, nuestro nuevo y flamante sonderkommando al servicio del nacionalismo, quién lo iba a decir, sino que da un paso más… ¿Pues no va y dice que aunque se han pasado un pelín con la inmersión ha servido ésta para salvar el catalán?… Es decir, no solo disculpa esa modalidad de pederastia lingüística docente que es la inmersión, sino que la justifica y da por buena… pues ha sido útil. Dudamos que la inmersión tenga como meta la pervivencia del catalán antes que la exclusión del español mediante el blindaje de un monolingüismo escolar sin fisuras para construir una realidad nacional de diseño inoculada en las permeables cabecitas del alumnado. Pero eso ya se ha apuntado en miles de artículos de más doctos pensadores y no vamos a insistir en esta modesta bitácora.
Lo chocante o irritante es que los redactores del diario El Mundo citan a Marsé como ejemplo a imitar por ese sector de la sociedad catalana que no comulga con las imposiciones de la asfixiante política lingüística de Montilla… política que permite a éste último ser presidente regional pero no bedel en una guardería. Tolerancio, tras leer sus declaraciones, es de una opinión muy distinta.
Marsé, lavándose las manos como Pilatos con esas manidas palabras que suenan a impostada equidistancia: que si los políticos abusan de este asunto, entendiendo que afea por igual el abuso de aquellos que promueven dicha política tanto como el abuso supuesto de aquellos que la deploran… -aunque es una equidistancia falsa, pues admite, no lo olvidemos, que la inmersión no es tan perniciosa ya que ha significado la salvación del catalán… el fin justifica los medios-… no es digno del galardón que le concede el diario, el laurel de la disidencia… un galardón infinitamente más valioso que no el que ha recogido de manos del Rey, ese monarca del que abomina declarándose en la citada entrevista republicano acérrimo e incorruptible.
Don Juan Marsé ha ganado un premio de relumbrón pero ha perdido un lector… esto sería cierto si Tolerancio hubiera leído su obra con fruición y asiduidad, pero no es el caso, para qué mentir, pues a pesar del prestigio que le adorna nunca le interesó en demasía. Para gustos hay colores.
Un cero patatero para Juan Marsé. Ésa es la ajustada, la merecida nota que le atiza Tolerancio, el trofeo que le otorga pues la cobardía no tiene disculpa cuando ya se ha hecho todo en la vida.