martes, 11 de agosto de 2009

Crónicas berlinesas (II)

Desde Bahía de Alcudia

A Antonio Ramos

No sabe uno si se topará por las calles de Berlín con los personajes pintorescos, filósofos, menesterosos y hampones que retrató Döblin en su novela Alexanderplatz o la gente del común que se asoma a las crónicas periodísticas de Joseph Roth. Las prostitutas las encontrará el turista en la calle Oranienburger… -en la acera de la Nueva Sinagoga, siempre custodiada por agentes de policía-… perspectiva al copo de terrazas y bares de copas. Putas altas, rubias, bellísimas, top-models del folleteo tarifado. Chicas espectaculares, de las que paran el tráfico. Los turistas, intimidados por esos bellezones, cariátides de esquina, aceleran el paso y no se atreven a aguantarles la mirada.
Eso le pasó a Tolerancio, que se las miraba de soslayo y, timorato, se resistió a retratarse junto a una, a sugerencia de su locuaz señora, por no parecer Alfredo Landa al lado de una muñeca eslava escultural, de piernas quilométricas:

Sra. de Tolerancio.- Hazte una foto con esa chica para que la vean tus amigos o no te creerán…

Tolerancio.- No es posible que sean de verdad. Ni las de las revistas… son hologramas.

Los Trabant, el modelo que monopolizó el parque móvil de la antigua RDA, circulan por la avenida Unten der Linden y rodean la plaza de París ante la puerta de Brandenburgo para animar al turisteo a un safari automovilístico a bordo de esos cochecitos tan simpáticos que parecen de juguete y que recuerdan el entrañable 600 del desarrollismo español.
Se dan un garbeo por la Bebelplatz, donde los estudiantes nazis quemaron libros de autores depravados o judaizantes durante la Brandnacht… entre ellos los de Joseph Roth, el autor de La Marcha Radetzky y uno de los mejores cicerones literarios, a su pesar, de la ciudad de Berlín. Los nuestros, año 2009, tienen un programa literario en una televisión pública donde sumergen los libros malditos en un cubo, o barril, de agua. El presentador del espacio progre-inquisitorial es un tipo con cara de zampabollos y aires de pelársela mirando por la tele las cargas de los mozos de escuadra a las órdenes del ecotorturador Joan Saura.

Segunda Pascua. Campaña en Berlín de las elecciones europeas del 7-J. Los partidos cuelgan de las farolas sus reclamos y carteles. En la misma calle, como en un foro gráfico de la democracia, conviven sin estridencias las fotos de los distintos candidatos. Cada uno con su eslogan bajo el retrato.
No sabemos alemán pero uno percibe que no hay insultos, ni sectarismos desatados, ni estridencias. Ni un cartel electoral rasgado o pintarrajeado. Por la misma razón acaso que alcohólicos empedernidos y jóvenes alternativos con rastas, perros y malabares, no se meten con nadie, a nadie increpan, a nadie molestan. Echan sus tragos en un banco, en el parque, y se cuidan mucho de tirar al suelo la botella vacía para hacerla añicos.
Los okupas reciben sin distingos a los curiosos en el taller escultórico del Tacheless, en la acera frontera de las esculturales meretrices. Es una delicia. Le dejan a uno huronear entre las esculturas. Un artista, soplete en mano, perfila su obra. Hay asientos en un arenal. Media bañera es un sillón Luis XV y una criatura monstruosa, metálica, un bicho de estética Alien, el octavo pasajero hace de balancín en un parque infantil sobre un flexible muelle. No falta un bar para tomar una copa y escuchar música. Acuden familias enteras y no se ven pancartas de contenido político marginal o antisistema. Nuestros okupas pro-etarras de casa bien, hijos de concejales y de ministros, bostezarían allí de aburrimiento y mearían las birras por los rincones.

Aprovechamos para desmentir que Silvana Koch-Mehrin, cabeza de lista del FDP, los liberales, al parlamento de Estrasburgo, mantuviera un romance con Tolerancio. Tampoco es cierto que Tolerancio haya sido detenido por escándalo público por hacer fuentecitas en la vía pública delante de un cartel de la bellísima candidata, según el rumor propagado por lenguas viperinas, aunque es cierto que intentó descolgar uno de una farola, sin éxito, para cometer ese acto salaz e impúdico en la intimidad de la habitación del hotel.
De modo que, nada de detenciones. Además los polis son muy correctos, aunque grandes como armarios roperos. Sonríen a Tolerancio y señora en las inmediaciones de Postdammerplatz cuando ambos, al transitar la calle, se confunden con grupos de tamiles que organizan una manifestación reivindicativa contra el gobierno de Sri Lanka. Se libran del cacheo y un agente de dos metros, sonriente, con gesto afable, les invita a desviarse hacia otra calle. No les manda Joan Saura, eso es evidente, cuya libido, con gran acopio de babas, se dispara ante las cachiporras de los agentes antidisturbios.

Cerca de la Rathaus, la Casa Roja, ése es el color del edificio de ladrillos del ayuntamiento, pasean nuestros turistas por un parquecito y Tolerancio no puede evitar la tentación de hacerse una foto entre unas estatuas broncíneas de Marx y Engels. Son unos pensadores como gordezuelos, apegados a lo material, pero el conjunto no transmite sensación de pesadez, no así la doctrina debida a ambos que, además de latosa, plomiza, ocasionó en el siglo XX la muerte violenta de docenas de millones de personas en todo el mundo.
Son un Marx y un Engels casi entrañables que tienen un aire, ni utópico ni científico, a Botero. El mullido regazo de Marx recibe a Tolerancio para una foto ocurrente.

Caminan un poco más allá buscando un puente sobre el río Spree para pasar a la otra orilla y callejear el Nikolaiviertel en pos de un restaurante al gusto alemán y al pie de un árbol frondoso, en pleno centro de Berlín, a 10 metros de sus narices, ven, no es broma, un conejito.
En el micro-barrio de Nikolaiviertel, cuatro calles pintorescas, no abundan en Berlín, Tolerancio y señora cenan y luego toman una copa. Los camareros que les atienden son muy amables, poniendo en entredicho el tópico de la hostelería local huraña y distante. Han estado de vacaciones en España. Saben decir sangría, paella y unas cuantas cosas más.

La cena ha sido opípara. Tolerancio, expansivo, se frumela un par de gin tonics. Dando un pequeño paseo llegan ante una magnífica estatua de San Jorge lanceando al dragón en una plazoleta ribereña de las oscuras aguas del Spree. Uno, ante el santo vencedor de las tinieblas, se acuerda al punto de su Barcelona, de su Cataluña… y no puede dejar de pensar… qué sería del universo mundo sin nuestra embajadilla en Berlín… muy sencillo, que se detendría. La única forma de evitarlo es repetir como un mantra la inspirada frase de Kennedy: yo también soy berlinés.

PS.- Tolerancio ruega al sr. Atreides que señale, si le place, los errores que pueda contener esta bitácora: geográficos, toponímicos, ortográficos... en particular nos preocupa una más que posible transcripción errónea del famoso local okupa y artísitco que hemos citado, pues lo hacemos de memoria y la memoria falla como todo en esta vida. Gracias por su atención y cortesía.


1 comentario:

Atreides dijo...

Jajaja, Tolerancio, qué bueno el final. No tengo quejas del relato, muy literario y logrado, del paseo por el distrito centro de Berlín.
Que yo sepa, la casa okupa al final fue cedida para los fines artísticos descritos, y me parece que está hecha una pena siendo uno de los pocos edficios bonitos que se salvaron en la zona y merecería ser restaurado. La escena del arte alternativo ya tiene pocos lugares, al final todo se somete a las reglas de la economía y no se sostiene.
Interesante aspecto él de las meretrices eslavas en la calle Oranienburger, nunca me había fijado que estuvieran allí, pero igual es cuestión de la hora a la que pasa uno. Espero que visitaste la zona de Hackesche Höfe, en el otro extremo de Oranienburger, una zona del antiguo Berlín bastante recuperada, con sus patios pintorescos, donde están también los Sophiensäle, un teatro alternativo subvencionado (hay una entrada en mi blog dentro de la serie de Berlín y sus Teatros). Esa zona y Prenzlauer Berg son más auténticas que el barrio de Nikolai, ya que el barrio apenas tiene casas originales, se reconstruyó para 1986, el 750 aniversario de Berlín. Bueno, seguramente tendrás más crónicas. Las leeré con mucho gusto y deleite.