domingo, 9 de diciembre de 2007

16 semanas después


El título de esta bitácora nos remite a una excelente película de zombis proyectada meses atrás en las pantallas de cine. Pero el presente comentario no aborda, no obstante, ese subgénero del cine de terror, hoy tan cultivado amén de metafórico de la estirpe humana actual pronta a desembocar en una suerte de hecatombe caníbal, a mordisco limpio, a juzgar por la agresividad y el encono que casi todos practicamos sin necesidad de estímulos previos… por no hablar de las específicas circunstancias cainitas de la vida política española de la era ZP. El objeto de este comentario es el siempre vetado y tabuado asunto del aborto, oculto como sucedía antaño con los niños deformes, a cuento del caso espeluznante de las clínicas abortistas de Barcelona. Un asunto espinoso e ingrato por sus derivadas morales.

Con relación al caso de las clínicas abortistas investigadas por agentes de la Guardia Civil, hemos sabido que la clientela acudía a las mismas en avanzado estado de gestación, con embarazos documentados de hasta 30 semanas, cuando el límite legal es de 16, y que muchas mujeres sometidas a la intervención procedían de otros países con un sistema legal o sanitario más vigilante y menos permisivo ante determinadas infracciones o irregularidades en dicho ámbito, inaugurando una suerte de turismo abortivo.

Un documental periodístico rodado con cámara oculta por una reportera de nacionalidad danesa descubrió el pastel al sostener una cita previa con responsables de las clínicas implicadas, por así llamarlas. Esas prácticas abusivas habían sido reiteradamente denunciadas por asociaciones pro-vida como e-cristians contrarias al aborto en general y al aborto libre en particular, es decir, más allá de los supuestos de interrupción del embarazo contemplados por las leyes vigentes.
No obstante, ni las citadas denuncias ni el revelador reportaje tuvieron demasiado eco en su día y la investigación iniciada obtuvo resultados irrelevantes. Según el gobierno regional, con competencias transferidas, luego de las pesquisas realizadas por los Mossos d’Esquadra -demasiado ocupados repartiendo leña a destajo en la comisaría de Les Corts a las órdenes del ecotorturador Saura-, no se apreció materia delictiva en las clínicas de marras. El muy ilustre Colegio de Médicos de Barcelona, como tantos otros colegios profesionales siempre a partir un piñón con las autoridades, secundó las mismas conclusiones y confundieron, parece ser, las máquinas para desmenuzar restos humanos con trituradoras de documentos como la que tiene Rubalcaba en su despacho para hacer trizas las actas de las reuniones, sistemáticamente desmentidas, de los emisarios gubernamentales con sus interlocutores etarras.

Aquí no nos ocuparán consideraciones morales, y no es fácil obviarlas, pues un asunto como el aborto interesa sobre todo a la moral, tan relativizada, como todo, hoy día. El aborto es un tema tabú, el verdadero tabú de nuestra sociedad y de nuestro tiempo, casi al nivel del cambio climático, pues incluso en Cataluña es factible, complicado pero factible, disentir del nacionalismo… no así del aborto legalizado. De tal suerte que si alguien se declara en público anti-abortista al punto es tomado por un extraterrestre, un bicho raro. Si encima no es nacionalista tiene todos los números para que lo exhiban en una caseta de feria junto a la mujer barbuda.
Por ello, por temor a ser interceptado por una patrulla de loqueros provistos de una camisa de fuerza de la que no escaparía ni el legendario Houdini, Tolerancio se limitará a realizar algunas consideraciones estrictamente cronológicas, pues carece, lo admite, de sólidos fundamentos científicos sobre tan delicada materia; fundamentos que sí tiene el resto del mundo pues no hay quien sobre el particular no se sienta autorizado a pontificar, empezando por la operadora telefónica que acaba de llamar a su casa de usted ofreciéndole una ventajosa oferta para instalar un aparato climatizador de aire condicionado.

Todo el mundo da por sabido, sea o no una interpretación interesada difundida por los partidarios del aborto libre a través de sus creadores de opinión, que el límite razonable para proceder a un aborto no debe exceder las 16 semanas. Es la barrera que no debemos franquear, bien por preservar la salud de la madre, bien porque un supuesto y dominante consenso científico, o eso nos han contado, considera que más allá de ese plazo nos hallaríamos ante un ser vivo de la especie humana en calidad de nasciturus, que antes no era mas que un amasijo de células en crecimiento susceptibles de ser eliminadas pero que ya no lo es a partir de ese hito cronológico.
Hemos de insistir en este punto. La percepción social de que la vida humana se forma a partir de la semana decimosexta de la gestación ha hecho fortuna en España y es hoy prácticamente un dogma de fe, de fe laica, claro es. No importa que sea ese el busilis de los argumentos científicos que avalan las tesis pro-abortistas, la cuestión es que se ha instalado en la opinión pública y, sea o no cierto o veraz, actúa como tal, como un antídoto contra toda crítica y está investido del don de la infalibilidad. En efecto, un razonamiento erróneo o que suponga una tergiversación o vulgarización de un discurso científico o de una interpretación de la realidad puede instalarse en la vida cotidiana y gozar de una amplia aceptación. Para muestra un botón: en nuestra vida diaria es más rentable y operativo repetir, por ejemplo, que el PP no quiere la paz y que por eso se opone a las negociaciones con ETA o que a Ciutadans solo le preocupa el tema de la lengua -cantinela que repiten hasta la saciedad quienes, por cierto, no hacen otra cosa que gobernar por y para la llamada lengua propia del territorio- que saber trigonometría o formular correctamente las leyes gravitatorias de la física newtoniana.

Que en muchos casos el aborto supone una experiencia dramática para la madre es cosa evidente. Que no es una decisión fácil, también. Pero no se trata de eso. Ni de que en otras muchas ocasiones sea el aborto un alivio calculado, un remedio incómodo sin duda pero necesario para deshacerse de las indeseadas consecuencias de un desliz promiscuo. Sino del consenso tantas veces repetido sobre esa suerte de cifra mágica y que no admite discusión: las 16 semanas. Y todo el mundo la repite con una certeza absoluta como siglos atrás nadie dudaba del geocentrismo terrestre en el universo hasta la divulgación del paradigma copernicano. Usted sube al ascensor de su finca, se topa con el vecino del cuarto, le pregunta a quemarropa cuándo un nasciturus es un ser humano y le responderá con una mueca de extrañeza ante tan torpe pregunta, mirándole con la estupefacción que nos inspiraría un marciano verde y con un par de trompetillas en la azotea: pues a las 16 semanas. Obtendrá la misma respuesta si formula la pregunta a la señora Gertrudis en la frutería del barrio mientras su conocida agarra una bandeja de champiñones o rebusca en el canasto de las berzas.

La vida humana, nos dicen, se inicia a partir de la semana decimosexta de gestación. El contador se pone en marcha cuando un espermatozoide penetra en el óvulo y lo fecunda. Es posible que en una semana de diferencia, entre la 16 y la 17, se produzcan unos cambios de tal calibre que expliquen convincentemente el por qué de esa apreciable mudanza. Una semana da para mucho. Y si no lo creen ahí tienen el ejemplo del Altísimo, que hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó instituyendo la figura recogida en convenio de la libranza semanal. La creación del mundo llevó, pues, mucho menos esfuerzo que restablecer el servicio de Cercanías de RENFE, por ejemplo.

Pero la percepción no es tan evidente si trasladamos esa magnitud a otras unidades de tiempo. En efecto, 16 semanas son 112 días. Por lo tanto habríamos de concluir que el paso de la condición de embrión o masa amorfa de células a la de vida humana en el vientre materno se produce entre los días 112 y 113 de la gestación, asistiendo en un solo día a una suerte de prodigiosa mutación biológica. El milagro de la vida. Para su vecino del cuarto o para la señora Gertrudis, resultará más complicado mantener con la misma firmeza y convicción su anterior veredicto si elegimos días en lugar de semanas para determinar el momento exacto de la irrupción de la vida, si es que en el fondo tiene algún sentido concretar un momento exacto.

Pero los días también se componen de horas y la dificultad aumenta si descendemos a dicha unidad cronológica, siendo así que 112 días tienen 2.688 horas y que la barrera entre una condición y otra, entre revoltillo celular y ser humano, según la teoría o elucubración más aceptada, se sitúa en la hora 2.689 de la gestación. A la señora Gertrudis, que la dejamos unos párrafos atrás agarrando una hermosa coliflor -a 1’99€ la unidad-, le llevará mayores escrúpulos o cierto cargo de conciencia jurar ahora sobre los santos evangelios que la vida humana, contra la que está penado atentar, irrumpe en el seno materno a partir de tan preciso hito horario.

Sólo que las horas tienen minutos y 16 semanas, 112 días o 2.688 horas comprenden la bonita suma de 161.280 minutos. El minuto de la vida sería el siguiente, el que hace 161.281. Pero, como ustedes han intuido acertadamente, los minutos se componen de segundos, nada más y nada menos que 60. La vida humana, como la teoría del big-bang de Stephen Hawkins, y según la percepción social mayoritaria, estalla en todo su rutilante esplendor, por así decir, a los 9.676.801 segundos de gestación. Y no un segundo antes.

Pues bien, los responsables de esas clínicas, es decir, los matarifes de esos asépticos antros de la muerte, le daban matarile -y luego desmenuzaban los restos en las trituradoras como las que usted ve en la carnicería del barrio cuando pide que le piquen carne magra para hacer una hamburguesa- a los fetos con 30 semanas de gestación, es decir, 14 semanas después, 98 días más tarde, o lo que es lo mismo tras 2.352 horas, 141.120 minutos u 8.467.200 segundos. Cuando ya eran vida humana en el vientre de la madre.
Acaso por esa situación de total dependencia orgánica de los nasciturus y su ausencia de autonomía, porque no hablan, ni se quejan ni lloran, porque no les vemos si no es con el aparatejo de las ecografías -y claro, ojos que no ven…-, aunque se muevan, pero nada más que un poquito en el momento de la punción y agiten un poco, una chispa de nada, sus piernecitas y bracitos, pero solo por espacio de unos segundos, o porque pensamos que no sienten, no padecen -lo que es difícil de sostener ahora que sabemos que incluso los crustáceos con su primitivo sistema nervioso, tan poco evolucionado, sufren en la sartén cuando nos preparamos una mariscada- es más llevadero para algunos meterles un chute, con una aguja muy fina pero larga y afilada, de vaya usted a saber qué mejunje, traspasando su blanda materia de una estocada mortal.

Desconocemos el procedimiento exacto de neutralización de los fetos de 30 semanas, molestos o sobrantes, en esos quirófanos horripilantes, más limpios exteriormente, desde luego, que los barracones donde experimentaba el doctor Mengele con sus cobayas humanas, pero también sucios y despreciables. Pero en justicia, si la hay en este país, patria de los cobardes y de los que miran para otro lado, no debería formarse otro cargo contra los imputados que el de asesinato múltiple con agravante de absoluta indefensión de las víctimas.

Tolerancio deja aquí esta bitácora para rezar en silencio por esos niños asesinados en el vientre de sus madres. Hacía mucho tiempo que Tolerancio no rezaba ni apretaba los puños con tanta rabia e indignación. Sólo le consuela pensar que con algunos, algún día, ya se verá las caras.

PS.- Los detenidos están en libertad bajo fianza. Una mujer holandesa ha sido detenida en su país por haberse sometido a un aborto de las citadas características en una de las famosas clínicas de nuestra ciudad. En Holanda, el límite para proceder a un aborto legal son 24 semanas, período suficiente para que un feto sobreviva fuera del vientre materno en una incubadora. Una página web de la Generalidad de Cataluña anuncia las clínicas investigadas y las ofrece como solución a las adolescentes con embarazos no deseados que no saben a dónde acudir.

1 comentario:

Josefina dijo...

Pues aquí, GRACIAS por escribir esta bitácora.
La idea del "todo vale" con tal de enriquecerse, de lucrarse.....esta sociedad nuestra carente de valores, de los más elementales valores.

Rezar por esos niños y no cejar hasta que los asesinos acaben en la cárcel.