La bitácora de hoy se escribe sola. Se la han servido a Tolerancio en bandeja de plata. Como la jugada soñada por el delantero centro de un equipo de fútbol: avanza en solitario hacia el área rival y desde la banda le centran el balón medido, clavado, a media altura, para adornarse en el lance, saltar en plancha con inusual plasticidad y conectar un certero testarazo a puerta vacía, con el portero batido. En efecto, el asunto elegido procura a Tolerancio una magnífica ocasión para revolcarse en el fango y hozar a sus anchas, porcinamente, en el detrito, en el humus de la salaz inverecundia. Un gerifalte de nuestro actual y providente gobierno recomienda a la población servir conejo a la mesa como plato principal de las comilonas navideñas para frenar la descontrolada escalada de precios.
La cunicultura es una actividad agropecuaria que guarda cierta relación con el ilusionismo. Disciplina, la prestidigitación -sacar conejos de la chistera- que cultivan con inusual pericia no pocos de nuestros dirigentes. El ilusionismo apela a la querencia infantil del alma humana por la magia, esa dimensión regida por las coordenadas de lo deseado y lo quimérico frente a los rígidos mecanismos que gobiernan el universo físico y tangible, esquivo a la conversión de nuestras fantasías y ensoñaciones en objetos concretos, reales. Y de ese modo, en base a esa querencia, se inauguró la presente legislatura. Fue lugar común en la calle -mensaje difundido por voceros remunerados en tertulias radiofónicas y de TV, y otros aficionados en cafeterías y mercados- que la gente era más feliz.
Tolerancio se ha preguntado a raíz de aquella observación tantas veces repetida por la instalación y ubicación en la vía pública -como esos radares camuflados que captan los excesos de velocidad de los automovilistas- de los aparatejos que podríamos denominar felizómetros que supuestamente registran los índices de felicidad -de felixtropina- irradiados por los transeúntes. Pero nunca dio con uno y rebuscó lo suyo bajo las papeleras o entre los discos de los semáforos. Si la felicidad fuera una magnitud mensurable, externa, y sensorialmente perceptible, Tolerancio se la imagina en forma de polínicas inflorescencias, esos pompones errabundos que de niños y adultos llamamos angelitos y que pretendemos atrapar al vuelo.
Hemos procurado conducir esta bitácora por una senda muy distinta. El cuerpo le pedía a Tolerancio deslizar algún comentario picante y, a colación de la dieta sugerida, un término latino de dos rombos, pero teme haber dado gato por liebre. No sabemos si el conejo acabará en la cazuela, siguiendo la estela del ave que vuela o si esa multitudinaria cabaña de conejos que sacan a destajo los ministros de su gubernamental chistera, con mayor profusión si cabe -casi con la cadencia de tiro de una ametralladora- ante la proximidad de las elecciones, bastará para saciar ese otro apetito ilusorio y un tanto bobalicón de una población en gran parte escapista y pusilánime que ansía oír solamente aquello que le agrada y reconforta.
Si hay un registro en el que este gobierno se maneja con prontitud y cierta solvencia es en el ámbito de la propaganda, para eso cuenta con multitud de terminales mediáticas y una legión de personas del común que practican con empecinamiento un voluntarioso proselitismo… pero ¿Se figuran la nueva consigna, Coma conejo: Gobierno de España, en boca, pongamos por caso, de Anne Igartiburu, de Sonia Ferrer o de alguno de esos bellezones televisivos pintiparados para despertar en la audiencia las más desatadas pasiones?... Esperemos que no se les ocurra.
De todos modos, experimente o no el consumo sustitutivo de conejo, chivo o conejo expiatorio de la inflación desbocada, un aumento en las cuchipandas navideñas, o solsticiales -si usted prefiere la fría terminología de la izquierda nativicida-, Tolerancio elevará sus preces en estas fechas tan señaladas para que no acabemos con todas las existencias, pues como saben esa simpática bestezuela es la principal fuente de proteínas de una de las joyas de la corona de nuestra fauna ibérica, hoy en gravísimo peligro de extinción: el lince.
El imponente depredador del sotobosque mediterráneo ha padecido como ninguna otra especie la epidemia de mixomatosis que ha diezmado considerablemente las poblaciones de conejos asilvestrados. Sin su pitanza favorita, y sin una dieta alternativa clara y efectiva, el lince elegante y majestuoso está abocado a un trágico e inminente final. Por eso rogamos desde esta bitácora que en particular en aquellas zonas donde se supone hay especimenes del más emblemático depredador de nuestra fauna, que la gente no compita por la misma secuencia trófica, por así decir, y que compre directamente, sin intermediarios, un conejo vivo y la mar de lustroso al cunicultor, y lo suelte en el monte para solaz del soberbio felino.
No sabía Tolerancio cómo ingeniárselas para colar de una vez, aunque fuera a contrapelo, con calzador, una alusión a su tótem faunístico predilecto, el lince ibérico, aprovechando una noticia de la más candente y estupidizante actualidad como ésta que nos ocupa. Pero al fin dio con la ocasión propicia sin forzar demasiado el discurso, o eso cree. El consumo recomendado de conejo, acaso mañana regulado por decreto -todo es posible con un gobierno tan meticón que si no conduce por nosotros es porque no puede- es la excusa perfecta. Y todo por rehuir otras acepciones no tan nobles del económico manjar que podrían ofender sus castos oídos.
Feliz Navidad a los hombres de buena voluntad. En todo caso, el conejo, tierno y sabroso, con su puntito fragante y aromatizado con hojas de laurel.
1 comentario:
Areciado Tolerancio:
Una vez más da usted en el clavo. Comeremos conejo, aunque sea en sentido figurado. Y para ello, aquí le dejo este enlace donde encontrará usted una de las muchas recetas para cocinar tan exquisito manjar, acompñado de alguna cosilla más: es un buen menú para estas fechas que nos amenazan.
Saludos y felices fistas conejeras.
http://nickjournalarcadiano.blogspot.com/2007/12/sin-recomendacin.html
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