martes, 22 de enero de 2008

Nacionalismo Fútbol Club


Durante años Tolerancio no ha tenido más remedio que escuchar una milonga cargante y repetida hasta el empacho: ésta es una sociedad madura que debe separar la política del deporte, pues la política tiene sus propios cauces de expresión y no debe colarse en los recintos deportivos. Eso que dicho así suena divinamente y que cualquiera firmaría es en el fondo una trola que nadie se cree, sobre todo quienes más énfasis han puesto en blandir, cual un latiguillo, el citado argumento para denostar los usos y costumbres, por ejemplo, del régimen anterior y convertir en un episodio risible el nacionalfutbolismo franquista, término acuñado en su día por el escritor Vázquez Montalbán, que de haber vivido unos años más habría pugnado con el llorado Paco Candel por hacerse con el preciado galardón de sonderkommando honorífico, con palanganería cum laude, al servicio del nacionalismo catalán.

Algunos regímenes, es sabido, aprovechan los espectáculos deportivos de masas para pregonar sus divisas y unir la suerte de sus atletas a la de sus afanes produciéndose una suerte de transferencia emocional del graderío a la cancha y viceversa. En no pocas ocasiones es el honor de la patria lo que se dirime a pelotazos -cierto que mejor a pelotazos, o canastas, que a tiros, aunque a la hora de la verdad son compatibles ambas modalidades-. Pero ese rasgo, el presunto honor deportivo de la patria, propio de una sociedad inmadura, manipulable, hipnotizada, alelada, alienada por el opio de un sucedáneo religioso, el deporte de alta competición, parafraseando la terminología marxista clásica, nos acompaña aún hoy y de qué manera. Más aún, no solo el nacionalfutbolismo del que hablara Vázquez Montalbán para escarnecer el franquismo no ha menguado sino que a diario crece en Cataluña, sin ir más lejos, ni en el tiempo ni en el espacio, bajo los auspicios del nacionalismo dominante.

Siempre se nos ha dicho que no era apropiado, elegante, exacerbar los sentimientos con subterfugios deportivos, primar las identificaciones de un modo tan burdo. Que la política debía mantenerse al margen de las competiciones deportivas. Nada de eso, pues no se ha hecho otra cosa en los últimos tiempos: exacerbar los sentimientos y potenciar las identificaciones patrias, en particular en aquellos lugares donde el nacionalismo identitario o esencialista toca pelo. Hubo años atrás guiños, amagos, intentonas, pero todo ha sido una broma, pura filfa, en comparación con la actual y sistemática fusión políticodeportiva, en particular políticofutbolística, promovida sin descanso por el sacerdote, el intérprete por excelencia de esa bazofia populista: el presidente del Barça, señor Joan Laporta.

1) Ha cedido el estadio del club que regenta, con o sin permiso de sus socios, para escenificaciones gratuitas -en ambas acepciones: coste cero e innecesarias- de la Plataforma per la Llengua, Ómnium Cultural o alguna entidad por el estilo, con el actor público -abonado a la tele pública- Joel Joan como maestro de ceremonias, en los compases previos a la disputa de partidos oficiales -sin que las autoridades competentes sancionaran al club por el uso indebido de las instalaciones, silencio en absoluto sorprendente habida cuenta de la ineptitud, cobardía y blandenguería ante el nacionalismo de todas las instituciones españolas, siendo el Consejo Superior de Deportes un órgano paradigmático en la materia como hemos comprobado ante los constantes desafíos de algunas federaciones catalanas respaldadas por el gobierno del sonderkommando Pepe Montilla-.

2) Ha obligado a suscribir cláusulas contractuales a sus jugadores para que tomen lecciones de catalán aunque no parece que los alumnos progresen demasiado, impericia que en el fondo al mandatario y a su Junta le importan un pimiento, no así el repetido anuncio ante la prensa de dicha circunstancia para dotarse de una fama y nombradías impecables ante la parroquia nacionalista.

3) Ha criticado acerbamente la cesión de jugadores de su club a las diferentes selecciones nacionales (refiriéndose, claro es, a la española sin citarla expresamente) alegando cuestiones económicas e hipotéticos riesgos de lesiones, manifestándose en cambio a favor de las selecciones catalanas… y sin que soltara prenda, callado como una putilla, cuando uno de sus jugadores se lesionó gravemente en el partidillo disputado en Navidad entre una supuesta selección vascongada -con un jugador riojano pero de una localidad reclamada para la Gran Euskalherría por los nacionalistas porque in illo tempore Sabino Arana durmió una siesta bajo un castaño en dicho término municipal, aprovechando el dulce sopor de la somnolencia para cascársela, pero esa es otra historia- y un combinado catalán en medio de un auténtico aquelarre separatista alentado por Carod Rovira, y otros cargos políticos de distintas regiones, desde el césped de San Mamés.

4) Cede parte de la recaudación del último Barça-Real Madrid a la promoción de la lengua catalana. En Frankfurt -¿qué diantre pintaba allí, salvo que fuera a hincharse a salchichas y a pimplar cerveza rubia como la mies?- proclamó la independencia futbolística del Barça, sin que hasta la fecha haya pasado de las musas al teatro y lo tiene fácil, pues basta con darse de baja en la Real Federación Española de Fútbol, montar una liga aparte con el Caldetes y la Cultural Rapitenca y contender ante los tribunales o ante la UEFA para que le reconozcan dicha verbena.

5) Recaen ciertas sospechas sobre el interfecto, que se dirimen actualmente en los tribunales, de no haber convocado elecciones en tiempo y forma a la presidencia del club, según una denuncia interpuesta por un colectivo de socios. No sabemos en qué parará dicha denuncia -y cual será el fallo, es decir, la rifa judicial- pero la interposición de la misma, suponemos que motivada, avala que, como buen nacionalista, para el señor Laporta la democracia tiene un mero valor instrumental.

6) Y, para cerrar plaza, participó también en la manifestación nacionalista convocada por 2/3 partes del tripartito, más CiU y el tejido asociativo anexo, con la excusa del descacharre del AVE y del pésimo servicio de Cercanías de RENFE para reclamar más soberanismo, cuando no ha sido usuario del transporte público en su vida… bien entendido que cualquier persona está en su derecho a solidarizarse con otras aun no estando directamente concernida por esa determinada reivindicación.

Lo que sucede es precisamente lo contrario, no sólo la politización del deporte, del fútbol en particular, va a más, sino que la política se futboliza en la peor acepción del término que es la forma actual de comprenderlo: un deporte mercantilizado, que no une grupos humanos, sino que los separa y los confronta incentivando repelencias de diversa índole y a menudo alimentadas artificialmente, como casi todas, y que sirve como excusa o plataforma para que algunos avispados adquieran protagonismo social y cuotas de poder.

En efecto, el fanatismo de los hinchas más aguerridos y vociferantes se importa a la política donde el sectarismo es creciente y el debate de ideas es sustituido por la exposición pública de lemas, de eslóganes, de filias y fobias, de consignas que se berrean como cánticos en el graderío de un estadio y también de amenazas. Nos dicen que hay que acercar la política al pueblo llano -y eso, en principio, suena la mar de bien-, que los políticos deben hablar el lenguaje de la calle, y sea o no ése el motivo, lo cierto es que el discurso político se vulgariza hasta extremos más que coloquiales, zafios, ramplones. No pretendemos halagar todos los oídos, por eso es preciso concluir, no queda otro remedio, que el nivel del colectivo no es demasiado elevado -abundan quienes dicen que el pueblo es sabio y no se le engaña (aunque las pruebas evidencian lo contrario, que no es tan sabio y que se le engaña cuanto se quiere)- y que uno de los lenguajes, de los sociolectos especializados que más habla la gente del común es la jerga futbolística y el fútbol propicia como pocas actividades la bandería, la identificación emocional de una disforme masa de individuos con un símbolo.

Los aficionados más entregados y furibundos se tatúan en brazos y nalgas los emblemas del equipo de sus amores y ante las cámaras de TV hacen demostración pública de inquebrantable adhesión a sus colores y blasonan de la capital importancia de esa cuestión en unas vidas de limitada perspectiva: “Me he gastado el jornal en la entrada del partido/ Llevo horas haciendo cola ante las taquillas pero por mi Betis todo vale/ Por ver a mi equipo campeón sería capaz de estrangular a mi propia madre”.

Eso sucede hoy con la política, en particular en Cataluña, donde hay un equipo al que jalear por decreto: el Nacionalismo Fútbol Club. Y quien no pasa por el tubo, es un disidente, un adversario, un extraño al que hay que aplastar como al equipo rival en el terreno de juego. No importan las ideas, sino las consignas, es decir, los cánticos, y las adhesiones incondicionales. No hay debate, ni falta que hace, sólo obediencia y una vida pública, comunitaria, ahormada por el mandato imperativo del símbolo y sus apóstoles.

El sectarismo es hoy en Cataluña el busilis de la política futbolizada, por eso sospecha Tolerancio que a ese pedazo de atún de Joan Laporta, presidente del Barça, le aguarda a medio plazo un puesto relevante en la escena política catalana, pues tres décadas de hegemonía nacionalista, auxiliada especialmente por la izquierda doméstica, han potenciado el sentimentalismo tribal en detrimento del raciocinio, siendo más fácil y cómodo de digerir para la mayoría que el reto de la lógica, la libertad y los derechos individuales.


1 comentario:

Reinhard dijo...

Qué gran glosa la suya, Don Tolerancio, sobre Laporta. A añadir, pecata minuta, que el susodicho está emparentado, qué braguetazo, con la ultraderechsita familia Echevarría, no en vano su cuñaoooooo, preside, o presidía, la Fundanción en honor del Caudillo. Freudiano, pues.
Al charnego mozárabe de Váquez Montalbán dejémoslo estar, que finado tiempo ha todavía no sabemos a que coño había ido a Tailandia, y ¡¡¡¡¡sin su mujer!!!!! ¿ Serán vicios burgueses?