jueves, 10 de enero de 2008

Oliver "Lameculos" Stone



Tolerancio advierte al lector que esta bitácora contiene expresiones obscenas


Si pensamos que los cineastas, actores y directores, más idiotas del mundo son los españoles… estamos, sin duda, en lo cierto. Sólo que la imbecilidad no tiene fronteras ni sabe de pasaportes y se extiende por el ancho mundo a la par que la humanidad itinerante. Vaya por delante que casi nadie está libre de culpa. Y decimos bien, pues si de la ignorancia no cabe culpar necesariamente al individuo, sí en cambio de la estupidez.

Supimos días atrás que el director de cine Oliver Stone, uno de los abanderados del así llamado pensamiento avanzado de Hollywood, se desplazó a Colombia para captar en formato documental las sensacionales imágenes del supuesto rescate o liberación de tres personas secuestradas por los narcoterroristas de las FARC, una de esas bandas criminales que encandilan a nuestro giliprogres -dirigida por un fulano que se las de milhombres y que hace llamarse Tirofijo-, prontos a sucumbir bajo el poder fascinador de las milongas revolucionarias y guerrilleras y otras pamemas por el estilo.
El citado director cuenta con un amplio historial a sus espaldas y se le conocen devaneos y amorosos suspiros por sanguinarios dictadores como Fidel Castro, siguiendo la estela de uno de nuestros actores más célebres, Javier Bardem, que hizo reciente escala en Cuba para presentar sus respetos al régimen y de paso, ya metido en harina, poner a caer de un burro el american way of life -en cuya industria cinematográfica pugna por hacerse un huequecito- mientras en las cárceles torturan de mil formas distintas a los disidentes (justo cuando Bardem ofrece su mejor perfil al fotógrafo del diario Gramma y sonríe jugueteando con las varillas de sus lentes polarizadas de alta gama, a un preso cubano le sumergen la cabeza en un balde repleto de excrementos) y donde ya recaló, por cierto, años atrás para disculparse ante los camaradas isleños por haber interpretado en una de sus pelis -primer y fallido intento por instalarse en Hollywood- el papel del poeta disidente y homosexual Reinaldo Arenas.

En esta ocasión el modelo inspirador de los espasmos de Oliver Stone, de sus embelesos transportados al celuloide, es el cafre de Hugo Chávez, a quien ya reverenció meses atrás el actor Sean Penn, quien regresó a su opresivo país encantado de una edificante gira por Venezuela tras sostener sesudas y enriquecedoras conversaciones con el mandatario bolivariano. Por decirlo gráfica, pero descriptivamente, fue el troncho de Chávez el que Oliver, en adelante Oliver Lameculos Stone, se apresuró alegremente a succionar, a chupetear con afanosa glotonería, rodilla en tierra. Pero su incontinente deseo de mamársela quedó insatisfecho. Abrió la boca, es cierto, con extraordinaria predisposición, dilatando sus fauces como una cobra real de la India para introducirse hasta la campanilla el codiciado objeto… pero sus expectativas fueron contrariadas por el hado cruel y sólo pudo saborear una bocanada de aire. No obtuvo, pues, el trofeo, el premio a sus serviles y ancilares cabriolas alrededor del petrolero sátrapa del Orinoco.

Acaso la operación Transparencia, que debería inmortalizar para el septeno arte Oliver Lameculos Stone, fracasó estrepitosamente por un fatídico desfase horario en el lance supremo, que hemos visto en tantas películas, de sincronizar los relojes cuando los intrépidos comandos con la cara pintarrajeada de camuflaje diseñan su operativo al segundo, a la micra, con esa urgencia de las grandes ocasiones. Es sabido que ese bamboche de Chávez acaba de imponer a sus sufridos compatriotas un nuevo uso horario, prolijamente explicado ante las cámaras de TV, tan prolijamente que su exceso de verborrea ocasionó una confusión descomunal que malogró la prueba piloto. Chávez, a lo que se ve, sobrepasado por la magnitud y complejidad de la tarea, se hizo con la pilila un lío y no supo el muy zote si tocaba adelantar o atrasar el minutero.

Tanto atrezzo, escenografía y figurantes para nada. Helicópteros, soldados uniformados, prensa acreditada e incluso la envidia de un huroneante Sarkozy que también pretendía meter cuchara en el puchero para sacar un bocado de rentabilidad política, en esos ratos libres que le deja su nueva y despampanante novia -que está la señorita Bruni para perder la cabeza y también la Quinta República-. Al final no hubo liberación de rehenes y Oliver Lameculos Stone, como un pintor colgado de la brocha pero sin escalera debajo, se ha quedado con la cámara en la mano, un palmo de narices y sin escenas para el rodaje. Ha hecho el papelón de su vida, bien entendido que de haber salido todo acorde a sus planes, el papelón habría sido también infecto, solo que el chasco final le añade unas insuperables pinceladas de patetismo.

Pero que no desespere. Se cierra una puerta, pero al punto se abre otra. Dios aprieta pero no ahoga. Le sugerimos al prestigioso cineasta americano que, conchabado con la diligente diplomacia española, la más fiel intérprete del legado del príncipe de Metternich, se dé un garbeo por Marruecos y filme el retorno de su embajador a Madrid.

En efecto, Moratinos, ese hombre que inspira admiración, confianza y respeto por las cancillerías de todo el orbe planetario -y también por las guaridas de algunas bandas terroristas de Oriente Próximo- acudió días atrás al palacio de Mohammed VI para adoptar ante el monarca alauí exactamente la misma postura reclinada, genuflexa, que Oliver Lameculos Stone ante el dictador Hugo Chávez. Y con el mismo apetito del cineasta, y una insaciable voracidad que le hizo salivar copiosamente nada más descender del avión, corrió presto a rendirle pleitesía. Desconoce Tolerancio los intríngulis de la meteórica gestión de nuestro avispado ministro y las compensaciones pactadas alrededor de un humeante narguilé aromatizado con canela en el acogedor serrallo del reyezuelo moruno. En definitiva, Moratinos, con su cara gordezuela y su boca amplia, ictínea, de pez-ventosa, se salió con la suya y enceró tubos a lengüetazos a diestro y siniestro, incluidos los sables enhiestos de la guardia de korps palatina y del retén de camelleros, poniendo su honra en holganza, si alguna tiene.

Acabará esta bitácora con otra propuesta cinematográfica. En efecto, Tolerancio ha podido saber que un productor alemán se ha ofrecido al zoo de Berlín para rodar un documental sobre Knut, el oso polar más famoso del mundo que acaba de cumplir un año de edad, circunstancia que recordamos en una bitácora anterior.

Uno de los pasajes del filme podría contener el siguiente episodio ficticio. Nos referimos a la opinión expresada por el ecologista Frank Albrecht, favorable al sacrificio de Knut al poco de nacer cuando nuestro osito predilecto era una bolita de peluche. Hecho Knut todo un mozalbete, grandullón y poderoso, el ecologista de marras permanece mudo. No sabemos por dónde anda, pero recuperamos su figura para este capítulo que cedemos gratuitamente a los guionistas del documental.

Albrecht, jaleado por sus cofrades, se disfraza de oso para colarse en los dominios de Knut. La pandilla del ecologista se las promete felices. Mediante esa triquiñuela pretende acercarse a nuestro héroe para inyectarle un veneno letal y acabar para siempre con su odiado enemigo. Ese bandido se embadurna con grasa de osa para ganarse su confianza pero no advierte que la grasa desprende partículas odoríferas de un espécimen en celo. Albrecht se cuela furtivamente en sus dominios y parece tener al alcance de la mano sus inicuos propósitos, pero la percepción olfativa de Knut despierta sus pulsiones más elementales y antes de que el otro cumpla su horripilante misión, nuestro amigo, creyendo que ante sí tiene una hembra dispuesta al apareamiento, se abalanza sobre el intruso, lo pone mirando al Ártico de un manotazo y, sin más preámbulos, lo monta y sodomiza salvajemente, atravesando el grueso disfraz de un terrible y potente arponazo, causándole en el tracto rectal un desgarro de tejidos irreparable y espeluznante.

Albrecht reza -recuperando de golpe, como Voltaire en el lecho de muerte, la perdida fe en la trascendencia del alma, además de la debida obediencia a la autoridad espiritual de su paisano, el papa Benedicto XVI- para que el suplicio, esa dolorosa suerte de varas, cese lo antes posible… pero, para su desgracia, siendo Knut joven e impetuoso, tarda más de lo esperado en descargarse, y, pletórico de fuerzas y enamoradizo, no tiene suficiente con un solo asalto y al primer acoplamiento suceden 57 réplicas más, entre ronroneos de plantígrado arrebatado de pasión, caricias y mordiscos, con sus garras afiladas y sus colmillos de palmo, que Albrecht encaja sin demasiado entusiasmo.

El ecologista, hecho trizas, despedazado, agoniza sin que sus conmilitones puedan auxiliarle. Finalmente Knut, jugueteando torpemente -su fuerza es descomunal y no ha aprendido aún a controlarla- le asesta un zarpazo, le secciona las arterias, lo desangra y decapita para, a continuación, poner a prueba sus aptitudes balompédicas propinándole fuertes puntapiés a la rodante cabeza. Aunque no afecta al desarrollo de la acción, admitimos que la pericia de Knut con el balón es francamente mejorable y que no fichará por ninguna escuadra de la Bundesliga.

Los amigos de Albrecht recogen con espátula el fragmentado despojo de su camarada y le dan sepultura. Pero… Tolerancio, agazapado, envuelto en las sombras, les ha seguido y una vez que abandonan el cementerio, cabizbajos y compungidos por el desenlace fatal de su aventura… en la soledad y cobardemente, mirando a un lado y otro para asegurarse de que sus actos permanecerán en el impune anonimato, arma un espeso salivazo y decora la tumba de Albrecht con tan sórdido obsequio. Pero su vileza y su afán por escarnecer al finado no tienen límites y se recrea en el dolo y en su conducta infame administrándose un frasco de un potentísimo laxante que trae consigo. A los pocos segundos el bebedizo hace efecto y el tunante de Tolerancio completa su obra inmunda.


1 comentario:

Reinhard dijo...

Gran entrada, Tolerancio. Salvo raras excepciones, los cineastas y actores americanos son muy progres, odian el modo de vida americano pero no se largan de América, donde amasan grandes fortunas. Este Oliver, cuando la Eta decida entregar las armas, debería venir a España a filmar el evento, porque de ahí, fijo, sacaría un peliculón: fuego real al son de los "irrintzis" de vascos y vascas y Rubalcabra, el mono de la etiqueta del anís de Badalona, verificando en tiempo real la marcha del proceso.Sin desperdicio. Saludos.