El gobierno regional presidido por el sonderkommando Montilla ha olvidado una de las promesas que hizo en su día y que los obedientes medios locales de comunicación difundieron a los cuatro vientos entonando jubilosos cánticos de redención, de herida restañada al fin por el nuevo milenarismo -fecha clave: 2014- instaurado por el nacionalismo tripartitoide: el mil veces reclamado rescate de los peajes de las autopistas. Este asunto ha sido uno de los motivos recurrentes de la ciudadanía autóctona blandido siempre en formato de agravio comparativo: Aquí somos los únicos paganos del país mientras en otras regiones las autopistas son gratuitas.
En efecto, no ha habido tertulia radiofónica, televisiva, sección de cartas de los lectores en la prensa o conversación de cafetería donde no aflorase el citado apartado argumental y probatorio del expolio minuciosamente diseñado por nuestros conjurados enemigos, los a veces llamados mesetarios, nombre con aire como a moradores de la Tierra Media de un relato de Tölkien. Por cuenta de los peajes de las autopistas los fabricantes de pañuelos de papel para enjugar el llanto incontenible han dado por estos predios con un verdadero filón.
Lo malo de algunas decisiones ventajosas o reparadoras es que solo se pueden tomar una vez. Que muerto el perro de los peajes se acabaría la rabia -en uno de sus muchos avatares- del victimismo que tan pingüe rédito político proporciona a quienes lo atizan como ingrediente fundamental de su latosa coctelería de desafecciones emocionales, como dijera en su día ese felador por antonomasia del nacionalismo, chup-chup-chup, que es Pepín Montilla.
Cabe que el olvido/descuido del affaire peajes por parte de las autoridades regionales, que deben andar muy atareadas las pobres diseñando sin descanso los diferentes capítulos a subvencionar de la construcción nacional, responda a no muy nobles intereses. La gestión de algunas autopistas de pago corresponde a concesionarias participadas por entidades financieras de enorme y patrio prestigio como La Caixa, distinguida por cívicas condonaciones de intereses sobre multimillonarios préstamos concedidos a partidos con responsabilidades de gobierno, como fue el caso reciente del así llamado crédito amontillado.
La buena disposición de esa entidad financiera, que pregona a menudo las excelencias verdaderamente conmovedoras de su Obra Social, y que con loables prontitud y desprendimiento acude en auxilio de cuantas personas menesterosas habitan el ancho mundo, merece desde instancias gubernativas una agradecida y afectuosa recompensa a través de renovadas prórrogas de las licencias de explotación, tan a propósito para allegar esos fondos imprescindibles para acometer sus desinteresadas campañas que instilan en nuestros corazones el inefable orgullo de la pertenencia a la estirpe humana.
Por lo tanto, sólo el egoísmo más desatado y un deleznable interés por el vil metal explican que proyectemos nuestro enojo sobre las concesionarias por el aumento de tarifas repercutido a los usuarios, es decir, por la no condonación -tantas veces anunciada- de los peajes.
Con el nuevo año, rescatamos, no peajes, pero sí propósitos mil veces anunciados, siempre demorados y jamás cumplidos. Uno de ellos es abandonar los malos pensamientos, las infundadas sospechas acerca de las conductas de nuestros semejantes, a quienes a menudo atribuimos ruines motivaciones. Demos un paso al frente y llevemos de una vez ese elevado propósito al concreto mundo de las formas: las concesionarias de autopistas no tienen por objeto vaciar nuestros bolsillos para inflar las cuentas corrientes de sus directivos para que éstos se den la vida padre, por ejemplo… nada de eso, sino recaudar medios para implementar sus campañas filantrópicas.
Por lo tanto la próxima vez que afore usted el peaje de una autopista de la red de carreteras trasferida a la Generalidad, en lugar de afear su semblante una mueca de fastidio, sonría y felicítese a sí mismo por su ejemplar contribución a tan encomiables afanes humanitarios, pues la caridad o la solidaridad, según prefiera, no sólo precisa buenas palabras sino también hechos, es decir, financiación.
Por otro lado, el rescate aplazado de las autopistas, nos provee de ese capital argumento, ya glosado anteriormente, del victimismo nacionalista para sumergirnos y hozar a nuestras anchas en el mullido légamo del expolio, de la persecución, de la incomprensión que, como catalanes, nos conforta, nos motiva e incluso, por una extravagante conexión simpática entre los lagrimales y la genitalidad, entre dos funciones aparentemente tan distantes entre sí como el llanto y la libido, nos provoca sólidas y rutilantes erecciones.
Que las autoridades del tripartito han anunciado un aumento de los peajes de las autopistas de su titularidad -ésas que dijeron rescatarían para subsanar de una vez y para siempre un intolerable agravio comparativo- superior al de las autopistas de la Red de Carreteras del Estado, un 4 y pico por ciento frente a poco más de un 2… no reviste la menor importancia, es una minucia, una bagatela insignificante, pues el auxilio de personas necesitadas no tiene precio.
Para muestra un botón y con esto concluimos: hemos sabido que Carod Rovira, camino de Perpiñán en coche oficial -ninguno habría sido más apropiado que un Dodge 3700- para mamársela en nuestro nombre con fruición a los etarras, pagó sin rechistar todos los peajes que se encontró en ruta para mejor pasar desapercibido y no disgustar a los automovilistas que hacían cola ante las barreras levadizas.
Es cierto que las autopistas son de peaje… y menudos peajes… pero no debería importarnos en absoluto rascarnos el bolsillo… ¡Por Cataluña! ¡Por La Caixa!
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