viernes, 4 de enero de 2008

Las 7 diferencias del señor Iceta


Ya conocemos el remedio para sanar los dolientes medios de comunicación de titularidad pública de esa costra nacionalista -que tergiversa a diario su cometido informativo- denunciada unas fechas atrás por el diputado del PSC, señor Joan Ferran, algo picajoso porque la CCRTV efectuó un despliegue bárbaro para retransmitir minuto a minuto la manifestación nacionalista convocada con la excusa del mal funcionamiento de la red de cercanías de RENFE. No es el yodo ni el agua oxigenada, ni un redoblado esfuerzo por trasladar una cierta apariencia de objetividad… la receta mágica nos la ha proporcionado en una reciente entrevista el señor Iceta.

La solución no pasa por pregonar a machamartillo, hasta el empacho, como nos tienen acostumbrados, las tesis nacionalistas a través de los micrófonos incluso en los programas de entretenimiento, en la información meteo o en las retransmisiones deportivas -donde nos hablan de selecció estatal cuando se refieren a la española y de selecció alemanya cuando aluden al combinado tudesco, por ejemplo, sabido que los locutores de la cadena tienen electrodos conectados al velo del paladar que les sacuden descargas de medio voltaje si se les escapa el infando nombre de, según Rubianes, la puta España-, sino, esa es la novedosa ocurrencia y admirable doctrina, fabricar sin descanso una audiencia catalanista. Y no es una broma, esas fueron las palabras textuales del fulano mentado más arriba, sin que deban, aunque en justicia puedan, enojarse las fulanas o meretrices trotonas por tan ofensiva identificación.

De modo que los catalanistas son como las bombillas o las tuercas: se pueden fabricar a destajo en una cadena de montaje. Se trata de ensamblar unas cuantas piezas, lubricarlas adecuadamente y una vez completadas caen de la cinta transportadora a un gran banasto de mimbre. Y… voilà, ya tenemos una nueva hornada lista para invadir las calles y formar en círculo aplecs sardanistas. De este modo los catalanistas-probeta del señor Iceta nos recuerdan los epsilones de Un mundo feliz de Aldous Huxley reclamando no su dosis de soma, una suerte de droga nutricia que sirve para reproducir su fuerza de trabajo, sino su diario pasto informativo de inspiración catalanista. No les faltará alimento, desde luego. Basta con enchufar la tele o sintonizar Catalunya Ràdio -entre otras- y comprueba uno que esos catalanistas en rodaje, una vez desbrozado el terreno durante los primeros años de socialización escolar, donde las dosis de catalanismo adaptado al consumo infantil son abundantes, corren el riesgo de cebarse en exceso y adquirir un preocupante sobrepeso nacional con el bandullo patrio hipertrofiado a la guisa de esas ocas alimentadas sin descanso, con embudo, para obtener el suculento foie a partir de un hígado descomunal.

El señor Iceta tenía que salvar el honor nacional del PSC emborronado por las declaraciones del diputado Ferran. Curiosamente, aunque tardía, la opinión de este último era descriptiva y exacta como una fórmula matemática, como un diagnóstico médico impecable. Pero a los socialistas no solo les faltan bemoles para suscribir todos a una el mentado diagnóstico sino que se han visto obligados a respaldarlo mediante una rectificación que, dando un gran rodeo, lo contradice totalmente. Magia potagia.
El señor Ferran dijo en una enternecedora entrevista concedida días atrás al diario El Mundo que sus compañeros de partido compartían al 90% su opinión sobre los medios públicos de comunicación. La conclusión es obvia: el señor Ferran no tiene ni la más remota idea de en qué partido milita. Lo que es completamente factible, pues si ha tardado 25 años en darse cuenta de la escandalosa manipulación nacionalista de TV3 y de Catalunya Ràdio, cabe que piense que esté en las filas de la UCD o del ya desaparecido PIPPA, ¿Lo recuerdan?, el Partido Independiente Pro-Política Austera, que concurrió sin demasiado éxito a las primeras elecciones legislativas.

Los socialistas, sin duda, están molestos porque en la CCRTV abundan más los guiños abiertamente separatistas que otros más acordes a sus intereses, lo que tiene una clara explicación pues si uno se pasa la vida diciendo y desdiciendo, siendo hoy catalanista, mañana nacionalista, al otro federalista asimétrico y también el oráculo que interpreta la progresiva desafección emocional de Cataluña a España, es normal que muchos periodistas afines al régimen les pierdan la pista aburridos de tanto escorzo manierista y puestos a difundir mensajes y congraciarse con alguien decidan no complicarse la vida, ahorrar energía intelectual -de la que no anda muy sobrada la estirpe humana- y abrazar sin tapujos el nítido credo nacionalista poniendo sus micrófonos al servicio de una causa por demás rentable y conveniente a su promoción profesional.

El busilis de la cuestión es la pretendida dualidad nacionalista/catalanista que nos presenta el señor Iceta. No hay que ser tan nacionalista pero, eso sí, hay que fabricar catalanistas a toda mecha. El Colegio de Periodistas de Cataluña no ha protestado porque le marquen tan descaradamente una pauta que supone una flagrante intromisión política en su cometido, al estilo de algunos regímenes precariamente democráticos y con un talante intervencionista al estilo bolivariano, sino porque le afean su evidente connivencia con el nacionalismo y su función, no principalmente informativa, sino instrumental, quedando el gremio a la altura del betún, convertido en un agente más enrolado en el proceso de construcción nacional. Ellos están para eso, lo saben y les gusta, pero no quieren que nadie lo diga públicamente por conservar un prurito de cierta apariencia de objetividad. No obstante tampoco entiende uno su airada reacción pues a la Cataluña oficial y a sus valedores, una acusación como esa no les hace mella alguna y la indisimulada militancia nacionalista de los medios de comunicación públicos es un bien deseado, un bien a proteger e incentivar. Al contrario, no pocos voraces consumidores del rancho patrioperiodístico diario les reprocharán que su proselitismo en pro de la causa es aún insuficiente y que habrían de redoblar sus esfuerzos propagandistas.

Pero a lo que vamos. A estas alturas ya no sabe uno qué es catalanista y qué nacionalista. Al menos esa es una discriminación que escapa al modesto entendimiento de Tolerancio, que, haciendo zaping, captó al azar la imagen del Molt Honorable Montilla con motivo de un mensaje navideño. El jefe del sonderkommando, por las cosas que decía y su entonación, trasladaba la impresión de ser un marciano patético, procedente de una lejana galaxia colándose en los hogares de los televidentes por obra y gracia de una fatídica conjunción espacio-temporal. Ni se entendía qué diantre chamullaba ni qué chorradas decía.
Gracias a Dios, con el mando a distancia en su poder, Tolerancio cambió de canal tras autoinfligirse un par de minutos de suplicio con aires de perversión masoquista. Lo suficiente para ver que el catódico intruso citaba como paradigma de una irreprochable conducta catalanista al finado Paco Candel, sonderkommando honorífico del nacionalismo a título póstumo*. La conclusión es evidente, Tolerancio preferirá siempre, de un rato lejos, a los nacionalistas que a sus palanganeros, pues con los primeros sabe muy bien a qué atenerse desde el minuto uno del partido.

Pero si alguno de ustedes, como en ese pasatiempo de los diarios que proponen al lector buscar las 7 diferencias entre dos viñetas prácticamente idénticas, sabe qué diantre distingue a un catalanista de un nacionalista, no dude en ilustrar a ese zote de Tolerancio para su mejor comprensión del mundo. Gracias.


* Título otorgado en una bitácora anterior a Paco Candel con motivo de su reciente y lamentabilísimo óbito.




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