Tolerancio ha aprendido una bonita expresión por causa de las sedaciones no autorizadas a manta practicadas, ejecutadas, en un hospital de Leganés. Los jueces, contra el criterio del Colegio de Médicos de Madrid -dos de los ilustres magistrados habían suscrito con anterioridad al caso juzgado un manifiesto a favor de la eutanasia-, han establecido que la mala praxis, si la hubo, es irrelevante judicialmente. Para un lego en la materia como Tolerancio se abre un nuevo mundo de posibilidades en el ámbito de la judicatura, lo que es relevante o no judicialmente, que cobra así una desconocida dimensión oracular, entendiendo ahora el por qué de los ropajes, ropones, que componen el atuendo del gremio de Sus Señorías. Son, en efecto, vestiduras talares, como las de aquellos sacerdotes augures y pitonisas que interpretaban enigmas y adivinanzas a la manera délfica, entrando en estado de trance o mediante regresión hipnótica. De tal modo que la irrelevancia judicial se suma al fatalismo judicial invocado meses atrás por el ministro Bermejo a cuento de la extrema dificultad de hacer cumplir ese papel mojado conocido como Ley de Banderas.
Para mala praxis hospitalaria -relevante o no judicialmente- la que fechas atrás se coló de rondón por los socavones informativos que no taponaron a tiempo los centinelas del Colegio de Periodistas de Cataluña: pacientes que se lían a hachazos, infecciones descontroladas, incendios, averías eléctricas, todo un muestrario de descabelladas incidencias sanitarias. Otra mala praxis es la nacionalista. Mala praxis que es una redundancia pues no hay buena praxis nacionalista. Nada bueno sale del nacionalismo como no sea los anticuerpos que generan sus dosis abusivas. Cierto que los anticuerpos puede que no frenen la infección a tiempo y que el nacionalismo provoque la gangrena generalizada, desbocada, la metástasis total del colectivo, el cortocircuito mental irremediable y la instauración definitiva y sin posibilidad de enmienda de una sociedad completamente acrítica, anestesiada. lobotomizada.
Hace unos años era impensable una respuesta organizada de una parte de la sociedad al hegemónico y monocorde discurso nacionalista. Contrariamente a lo que uno pensaba, con arreglo a ciertas fórmulas sociológicas con pretensión de exactitud matemática, la reacción de un segmento de la sociedad, mayoritariamente estupidizada por la martingala nacionalista, no se ha producido cuando era objetivamente posible y las circunstancias permitían un margen más amplio de maniobra, sino cuando la presión se ha revelado como verdaderamente asfíctica e insoportable y unos cuantos -no tantos como Tolerancio quisiera- han hecho suya al fin la causa del no nacionalismo, que estaba hasta ayer en pelota picada y hoy, al menos, en mantillas.
El cambio consiste en lo siguiente: si hasta hace unas fechas obraba en poder de los nacionalistas un listado con 40 nombres de no nacionalistas confesos, la nómina ha aumentado apreciablemente, pues los hay que han salido del armario de la indiferencia apolillada o de la obediencia ovina o lacayuna al nacionalismo, han dado un paso al frente, abierto blogs, acudido a actos, conferencias, se les ha visto la cara, se han significado en el trabajo, en la familia -para disgusto de ese cuñado de ERC o afín a la sonderkommandía amontillada- o en su círculo de amistades, avisados, o no, de que no hay marcha atrás ni habrá perdón para ellos.
Ahora los nacionalistas tienen una lista, no con 40, sino con 4.000 nombres -es una cifra orientativa- con lo que, metafóricamente hablando, el nacionalismo necesitará muchas más balas para neutralizar a la resistencia, y por razón de ese incremento numérico necesitará también un plan minucioso, detallado, para deshacerse de los cadáveres sin dejar rastro, mediante fosas comunes con una capita de cal viva o algún otro procedimiento igualmente efectivo que habría de contar con el provechoso y obligado asesoramiento del doctor Morín, el de las clínicas abortistas de Barcelona que se deshacía de los restos humanos tirándolos directamente a la basura, exitoso procedimiento por el que no tardará en postularse como ministrín de Sanidad del gobierno regional tripartito.
Cuando decimos que la praxis nacionalista es mala no queremos decir que lo sea para sus intereses, nada de eso, que ese extremo se le da de fábula, ganando voluntades mediante la repetición incansable de sus lemas, a todas horas y en todos los foros y púlpitos para adoctrinar casi por hipnosis al colectivo, aborregando al personal a marchas forzadas, de manera intensiva, gracias también a la devaluación persistente y premeditada de los contenidos académicos en el ámbito de la educación, entre otros factores que siempre suman y nunca restan. O comprando voluntades mediante el salario, el momio de la subvención o del temor a la represalia y a la muerte civil, a la no promoción profesional. Cuando nos referimos a la mala praxis nacionalista nos referimos aquí a la caótica gestión de las competencias transferidas por mandato estatutario.
La mala gestión nacionalista es, paradójicamente, un hito necesario del periplo hacia la soberanía plena. Un requisito indispensable. Hasta la fecha nos decían que las cosas gestionadas desde casa funcionaban mucho mejor que aquellas otras dependientes del gobierno central. La realidad cotidiana demuestra que no es así, sino todo lo contrario. Pero no se trata del tornadizo azar sino de un plan conscientemente diseñado pues ya no se pueden reclamar nuevas competencias -casi todas han sido transferidas- y esa fase ha sido superada… sino de forzar la ruptura y soltar amarras definitivamente mediante un nuevo rapto de victimismo lacrimógeno tendente a propagar la sensación colectiva de hastío, de fatiga, imponiendo la conclusión, por economía de pensamiento, que no hay otra solución que la soberanía política, la independencia.
Es obvio: si el funcionamiento de los servicios públicos básicos fuera óptimo, o razonable, no pedimos más, no tendría caso pretender ir más allá, pues bastaría con mantener el estatus actual. Además, un elevadísimo porcentaje de la población ni siquiera atisba o intuye qué administración, si la central, la autonómica o la local, es en muchos casos la (ir)responsable o (in)competente en la gestión de esos servicios catastróficos, desconocimiento que ayuda a los promotores del descontento a extender la confusión a beneficio de inventario. Y cuando la situación no es nítidamente aprehensible mediante la inteligencia, de la que no anda muy sobrado el colectivo -para qué mentir- por causa de ese barullo competencial, una salida que se ofrece rápidamente, porque aclara el horizonte, es la de en medio: Pues que nos dejen en paz… seguro que nosotros solos lo haremos mejor, sin tutelas de ningún tipo… que nos den la independencia de una puta vez.
Entretanto la mala praxis en la sanidad pública -pero no en Leganés, bajo los auspicios del doctor Montes, ese prodigio de la ciencia médica a cuyos cuidados se sometería usted alegre y confiado- tutelada por los nacionalistas ha alcanzado su cota más elevada. Averías y apagones a tutiplén por falta de mantenimiento adecuado en las residencias de Bellvitge y del Valle de Hebrón. Pacientes que se lían a hachazos en un hospital ilerdense. Infección en la planta de neonatos del hospital Trueta de Gerona y una paciente con un electrodo olvidado tras intervención quirúrgica en Reus, por citar algunos de los casos que han pasado el filtro del Colegio de Censores y Periodistas de Cataluña y llegado a una parte de la opinión pública. Eso sí, la complicidad de la administración regional con las clínicas abortistas del doctor Morín dedicadas al troceado y picado de nasciturus de hasta 30 semanas de gestación para surtir de proteínas animales las cadenas de hamburgueserías, es determinada y la mar de voluntariosa.
La ventaja que ofrece el nacionalismo a sus secuaces es la utilitaria y sistemática proyección de la culpa que les deja la conciencia más limpia que la patena. Si trazan un churro de carretera, la culpa no será del ingeniero colegiado en Cataluña, ni de la concesionaria que ha escatimado en la calidad de los materiales, por ejemplo, sino de los conjurados enemigos de la patria. Si la gestión de la res publica es pésima, no importa, ahí está la bandera para envolverse en ella y transferir a la tela sus miserias morales, la falta de honestidad, la tendencia al latrocinio o al cobro de comisiones por licitación de infraestructuras entre otras cascarrias, indignidades y porquerías. Con llevar luego esa bandera repleta de manchurrones y sucedumbre a la lavandería, asunto zanjado… y listos para montar otro desaguisado y trincar lo que toque conforme al modelo clientelar o caciquil instaurado por el irredentismo localista. La nación, confesor indulgente, absuelve a los pecadores siempre que renueven sus votos de patriótica lealtad. Y aquí paz y después gloria.
Cuando decimos que la praxis nacionalista es mala no queremos decir que lo sea para sus intereses, nada de eso, que ese extremo se le da de fábula, ganando voluntades mediante la repetición incansable de sus lemas, a todas horas y en todos los foros y púlpitos para adoctrinar casi por hipnosis al colectivo, aborregando al personal a marchas forzadas, de manera intensiva, gracias también a la devaluación persistente y premeditada de los contenidos académicos en el ámbito de la educación, entre otros factores que siempre suman y nunca restan. O comprando voluntades mediante el salario, el momio de la subvención o del temor a la represalia y a la muerte civil, a la no promoción profesional. Cuando nos referimos a la mala praxis nacionalista nos referimos aquí a la caótica gestión de las competencias transferidas por mandato estatutario.
La mala gestión nacionalista es, paradójicamente, un hito necesario del periplo hacia la soberanía plena. Un requisito indispensable. Hasta la fecha nos decían que las cosas gestionadas desde casa funcionaban mucho mejor que aquellas otras dependientes del gobierno central. La realidad cotidiana demuestra que no es así, sino todo lo contrario. Pero no se trata del tornadizo azar sino de un plan conscientemente diseñado pues ya no se pueden reclamar nuevas competencias -casi todas han sido transferidas- y esa fase ha sido superada… sino de forzar la ruptura y soltar amarras definitivamente mediante un nuevo rapto de victimismo lacrimógeno tendente a propagar la sensación colectiva de hastío, de fatiga, imponiendo la conclusión, por economía de pensamiento, que no hay otra solución que la soberanía política, la independencia.
Es obvio: si el funcionamiento de los servicios públicos básicos fuera óptimo, o razonable, no pedimos más, no tendría caso pretender ir más allá, pues bastaría con mantener el estatus actual. Además, un elevadísimo porcentaje de la población ni siquiera atisba o intuye qué administración, si la central, la autonómica o la local, es en muchos casos la (ir)responsable o (in)competente en la gestión de esos servicios catastróficos, desconocimiento que ayuda a los promotores del descontento a extender la confusión a beneficio de inventario. Y cuando la situación no es nítidamente aprehensible mediante la inteligencia, de la que no anda muy sobrado el colectivo -para qué mentir- por causa de ese barullo competencial, una salida que se ofrece rápidamente, porque aclara el horizonte, es la de en medio: Pues que nos dejen en paz… seguro que nosotros solos lo haremos mejor, sin tutelas de ningún tipo… que nos den la independencia de una puta vez.
Entretanto la mala praxis en la sanidad pública -pero no en Leganés, bajo los auspicios del doctor Montes, ese prodigio de la ciencia médica a cuyos cuidados se sometería usted alegre y confiado- tutelada por los nacionalistas ha alcanzado su cota más elevada. Averías y apagones a tutiplén por falta de mantenimiento adecuado en las residencias de Bellvitge y del Valle de Hebrón. Pacientes que se lían a hachazos en un hospital ilerdense. Infección en la planta de neonatos del hospital Trueta de Gerona y una paciente con un electrodo olvidado tras intervención quirúrgica en Reus, por citar algunos de los casos que han pasado el filtro del Colegio de Censores y Periodistas de Cataluña y llegado a una parte de la opinión pública. Eso sí, la complicidad de la administración regional con las clínicas abortistas del doctor Morín dedicadas al troceado y picado de nasciturus de hasta 30 semanas de gestación para surtir de proteínas animales las cadenas de hamburgueserías, es determinada y la mar de voluntariosa.
La ventaja que ofrece el nacionalismo a sus secuaces es la utilitaria y sistemática proyección de la culpa que les deja la conciencia más limpia que la patena. Si trazan un churro de carretera, la culpa no será del ingeniero colegiado en Cataluña, ni de la concesionaria que ha escatimado en la calidad de los materiales, por ejemplo, sino de los conjurados enemigos de la patria. Si la gestión de la res publica es pésima, no importa, ahí está la bandera para envolverse en ella y transferir a la tela sus miserias morales, la falta de honestidad, la tendencia al latrocinio o al cobro de comisiones por licitación de infraestructuras entre otras cascarrias, indignidades y porquerías. Con llevar luego esa bandera repleta de manchurrones y sucedumbre a la lavandería, asunto zanjado… y listos para montar otro desaguisado y trincar lo que toque conforme al modelo clientelar o caciquil instaurado por el irredentismo localista. La nación, confesor indulgente, absuelve a los pecadores siempre que renueven sus votos de patriótica lealtad. Y aquí paz y después gloria.
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