martes, 4 de marzo de 2008

Farenheit 451


Ha sucedido en un colegio público de la provincia de Barcelona. La orden del alto mando era: revisar los volúmenes de la biblioteca del centro escolar y “purgar” la mayoría de los títulos disponibles en castellano. Es irrelevante citar el nombre del colegio, ni siquiera el municipio o la comarca*, pues no pretende el autor de estas líneas meter en problemas a nadie.

Lo que espeluzna es el hecho en sí, el ataque despiadado a la cultura y al sentido común en un impensable e inquietante formato bibliocida que nos recuerda el índice de libros prohibidos a la manera inquisitorial o la quema de libros en los regímenes totalitarios. Es irrelevante aportar datos más concretos porque, sino cosa segura, es probable que esa criba deleznable y nauseabunda, que retrata a sus autores y cómplices, sea hoy costumbre generalizada en todas las escuelas públicas de Cataluña. Tolerancio se juega el bigote a que el procedimiento ha sido urdido mediante circulares difundidas desde la consejería de Educación del gobierno regional tripartito capitaneado por el sonderkommando nacionalista Pepe Montilla, natural de Iznájar, ozú, provincia de Córdoba.

El método empleado no es la combustión, con los ejemplares apiladitos, rociados de gasolina y reducidos a cenizas de un antorchazo, con estrofas de Espronceda o párrafos enteros de Galdós convertidos en pavesas errabundas, en aerolitos incandescentes, y con los agentes purificadores bailando en círculo, orgiásticamente, alrededor de la pira en una suerte de aquelarre solsticial a lo Fahrenheit 451, sino que el denigrante operativo se ejecuta de manera más sutil y civilizada, camuflado como aportación desinteresada a algunos países sudamericanos de habla española con graves deficiencias en el sistema educativo y con escasez de material y medios docentes. Los libros se puntean, se relacionan, se conservan 4 o 5 en castellano, El Quijote y alguno más, y los restantes se empaquetan y se envían como impresos, línea postal económica, a los países aludidos en la bodega de un mercante herrumbroso bajo bandera de conveniencia.

Lo que aquí se dice no es ningún secreto. Cierto que suena a un episodio de las Crónicas marcianas, pero no de Bradbury, sino de aquel vomitivo espacio de TV que dirigía el trincón y cantamañanas de Sardá. Los subterfugios nacionalistas para suprimir del ámbito público (la educación es uno de los más importantes) cualquier referencia bibliográfica, histórica, lingüística e incluso cartográfica vinculada a la idea de España es una obsesión enfermiza que habilita esa medida y otras más, tan hirientes como surrealistas.
De este modo privan a nuestros escolares de literatura española accesible, gratuita, en el tabernáculo de la docencia que es la escuela, donde -eso es más importante de lo que parece- está a disposición de los educandos aquello que debe ser leído, aprendido, pues la posterior adquisición de títulos editados en castellano en las librerías es otra y muy distinta cosa, un acto libre y voluntario cuando el lector potencial alcanza la edad adulta y dispone de medios para consumir un artículo a la venta, contando, a mayor abundamiento, que nuestros jóvenes leen poco o nada -el hábito de la lectura ha descendido acusadamente en las últimas décadas- y rara vez destinan sus escasos ingresos a determinados bienes culturales.
De tal suerte que la literatura española, la literatura clásica, deviene, por ausencia en la biblioteca escolar, un fenómeno tan ajeno a la formación académica, normativa, de los alumnos catalanes como la literatura francesa o la anglosajona, pongamos por caso -teniendo a mano, junto al Quijote o La Regenta, en pie de igualdad, alguna traducción de las comedias de Molière o de los dramas de Shakespeare… en definitiva, literatura extranjera toda ella- y esa amputación taimada, disimulada, miserable, de su legado cultural lo revisten de un halo de acción no-castradora ni culturicida, sino de un entrañable ejercicio de arrebatado altruismo en auxilio del alumnado de países con menor índice de alfabetización. Jugada redonda… y siniestra.

Nos dirán, repetimos, que la literatura española también está en los estantes de las librerías -de momento- como los melones en las fruterías y que uno, si le place, nadie se lo impide, puede comprarse una antología poética de Gabriel Celaya o las obras completas de Jardiel Poncela, por ejemplo, pero para eso debe haber una motivación, una invitación docente, una inquietud lectora estimulada en el período de aprendizaje, hoy inexistente, es más, que se escamotea a cualquier precio. Si nuestros chicos no viven como algo propio la literatura española, dada su desaparición progresiva de las bibliotecas escolares, amén de la hostilidad instilada contra todo cuanto huele a España o español en esos años fundamentales en que se forma la personalidad del alumno, difícilmente nacerá su interés azarosamente, como por generación espontánea, hacia un acervo, una riquísima tradición literaria que les pertenece, o cuando menos, perteneció a sus mayores, alimentándose desde las instituciones un infame y premeditado extrañamiento cultural. ¿Por qué he de leer a Boscán, Quevedo, Machado o Lorca si no escribieron en catalán?... nos dirán nuestros hijos y nietos. O peor aún: ¿Quiénes fueron esos pavos… jugadores del Barça?

Nuestros nacionalistas y sus agentes escolares en grado diverso, agentes activos o cómplices pasivos, no queman libros, es cierto, no les pegan fuego o incineran en grandes hornos crematorios, pero los empaquetan y se desprenden de ese material molesto, infecto, maldito, maloliente, pecaminoso o pornográfico, enviándolo al exilio, cruzando el charco, a miles de kilómetros de distancia, para que nuestros niños no se contaminen, para que no lo puedan leer… al menos en la escuela. Pero nada de censura, nihil obstat… porque no habrá libros que censurar.



*Quién me reveló hace unos meses esta escalofriante información me ha rogado que ni siquiera cite esa división administrativa, la comarca, para no ser descubierto ni de rebote, petición que aporta una idea aproximada del temor a las represalias en el mundo de la docencia gracias a la red difusa de agentes camuflados, sospechas y delaciones, tramada por el catalanismo militante (aunque no cree Tolerancio que su modesta bitácora sea a diario fiscalizada por esbirros de la Gestapo o de la Stasi nacionalista olfateando el aire como podencos prontos a emprender una caza implacable para identificar y neutralizar a mordiscos a su temerosa y asustadiza fuente).

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