sábado, 26 de julio de 2008

Stop


Tolerancio se siente representado por los diputados de C’s como nunca se ha sentido representado por nadie. No solo eso: les profesa veneración… lo que no es del todo conveniente pues nunca debemos abandonar una actitud analítica y crítica, racional, ni ante los nuestros.
Pero qué le va a hacer, a todos los quiere y a todos los jalea. Tienen un mérito que muchos no aprecian en su justa medida: tres diputados contra el resto de un hemiciclo hostil. En el centro concéntrico del altar de los sacrificios. En ese lugar, por no decir otra cosa, donde se silenció el escándalo de las comisiones por licitación de obra pública al 3 o al 20% a cambio de no descarrilar el nuevo estatuto de autonomía que, según las encuestas del momento -¿recuerdan?- le importaba un pimiento a la inmensa mayoría del paisanaje. Ese lugar, por no decir otra cosa, que recibió con alfombra roja -ceremonia presidida por ese cafre de Benach- a los familiares de presos etarras tras la fellatio imperialis, es decir, hasta la campanilla, que Carod Rovira, como vicepresidente en funciones y en nombre de Cataluña, le prodigó a los encapuchados de ETA a cambio de la no comisión de atentados por estas latitudes.

Recurrimos a un símil futbolístico, pues es la herramienta de moda para hablar de cosas serias -Champions League de la economía mundial, crisis que rozan el larguero y otros jugosos ejemplos- dado el impresionante nivel del colectivo. Tolerancio aprecia a sus diputados tanto como apreció a Urquiaga, defensa lateral que tuvo el equipo de sus amores, el RCD Español, allá por los años 80, aunque no daba el pobre un pase bueno a cinco metros ni de casualidad. Quien tenga edad y alguna noción balompédica comprenderá cuan lejos lleva Tolerancio su afecto por los diputados de C’s que se baten el cobre a diario rodeados de hienas.

Pero eso no quita darles un tirón de orejas si meten la pata. Y el otro día C’s la metió en un debate parlamentario a cuento de las señalizaciones de tráfico, que habrían de ser bilingües, desde luego, como tantas otras cosas, tal y como dicta la lógica más elemental. Metió C’s la pata, no en el fondo, en el espíritu de su intervención, pero sí en el desarrollo argumental.
C’s dijo que una de las razones por las que habría que rotular todas las señales de tráfico también en español es que un 10% de la población, de los residentes en Cataluña, no conoce el idioma catalán y que ese desconocimiento podría ocasionar algún accidente. Los diputados nacionalistas al punto, y ante tal razonamiento, se conmovieron de lo lindo. Pero no es un planteamiento acertado.
¿Quiso decir mi diputado que si el 100% de los residentes en Cataluña entendieran el catalán y acreditaran el nivel C sería innecesario entonces rotularlas en español? Es un error, y de bulto, pues la razón aducida incurre en el defecto de aceptar de manera subalterna uno de los argumentos del contrario: el nivel de comprensión de la lengua frente al inalienable derecho de uso y su dignificación académica e institucional. ¿Y qué si el catalán en las señales de tráfico lo entiende, no el 90, sino el 100% no solo de los residentes, incluso de los transeúntes, sean peatones o automovilistas cordobeses, calagurritanos o de allende nuestras fronteras, de Alemania, Suecia, Uzbekistán… o aldebaranitas, marcianos, alienígenas con los carneles convalidados por las autoridades de la DIT, la Dirección Interestelar de Tráfico?

Al ceñir el razonamiento estadístico por un lado al índice de comprensión y por otro al ámbito regional, que tiene esa dimensión también, qué duda cabe, aceptamos empero que ése es el ámbito, en última instancia, de actuación del partido y, por ende, de su filosofía e ideario. No solo hemos de pensar en los no nacionalistas de casa… nuestra obligación es contemplar siempre el más amplio espectro nacional… -pero el de verdad, no el de juguete, a pesar de lo que digan los preámbulos estatutarios admitidos, es cosa segura, por la claca domesticada del TC-… porque eso es precisamente lo que nos diferencia de las demás fuerzas representadas en el parlamento de Cataluña y porque eso es lo que mortifica a nuestros nacionalistas y a sus afines o ayudas de cámara, incluida Alicia Sánchez Camacho, en cuyos trazos bucales, bezudos, carnosos, vislumbra Tolerancio refinados, soberbios y complacientes servicios a la transversal causa del catalanismo… a la manera, según es fama, chup-chup, de las sofisticadas cortesanas boloñesas.

No entremos, pues, al trapo de sus restringidos códigos de territorialidad porque si lo hacemos, transigimos, sin darnos cuenta, con la condición de anomalía sociológica que perversa e interesadamente nos atribuyen, cuando la anomalía, no estadística, pero sí mental y muy difundida, es el nacionalismo. Y las carreteras tienen mucho que ver con lo dicho, pues unen puntos distantes entre sí y están hechas para que las transitemos independientemente de donde hayamos nacido y donde vivamos, hacia dónde nos dirigimos y en qué idioma hablamos con la suegra o con las plantas para estimular su crecimiento.

El único argumento de peso es que el español es idioma oficial en todo el territorio de la nación -de naciones- incluidas carreteras y vías públicas. Y cuando un automovilista catalán o un automovilista segoviano circulan entre Tarragona y Barcelona tienen derecho a que las señales de tráfico estén redactadas en español, tal y como sucede cuando transitan la red viaria que une Dos Hermanas con Bollullos del Condado. Y punto final. No hay nada más que decir. Nada de porcentajes… ¿Y qué los porcentajes?... Pues Tolerancio, que comprende el catalán a la perfección y lo habla si s’escau -si se tercia- con no menos solvencia que Montilla, exige, reclama que todas las señales de tráfico que requieren texto estén también, o como mínimo, en español aunque solo les diferencie un acento de nada de las equivalentes expresiones catalanas.

En todo caso, si se demostrara que del idioma en que se redacta la leyenda de una señal de tráfico pudiera derivarse un solo accidente mortal, a un nacionalista-pata negra, es decir, furibundo y rabioso, le resbalaría completamente, le importaría un soberano pito aunque muriera su madre en el accidente de marras provocado por ese automovilista nada políglota que no codificó adecuadamente la expresión paviment moll u otra similar. Nos diría, para consolarse, que siempre habrá accidentes… -efectos colaterales que no han de estorbar el camino hacia la construcción nacional y la soberanía y que la independencia tiene, como las autopistas, peajes a pagar que son caros y no hay manera de rescatarlos-… y achacaría la tragedia a la fatalidad… pero para él lo único verdaderamente importante, enterrada ya su madre, es que las señales estén escritas en catalán, y a lo sumo en inglés, francés, chino, árabe o en caracteres cuneiformes… pero jamás de los jamases en el puto idioma español.

Si caemos en trampas como ésa acabaremos por admitir que no es necesario escolarizar a los niños en español, siendo lengua oficial -aún- porque goza de buena salud y ya se habla en la Patagonia, en la calle o en casa… -hasta que nos instalen micrófonos en la mesita de noche para averiguar en qué lengua follamos o soñamos, si padecemos el común trastorno de la onirolalia*-… e incluso que el 98% de las películas proyectadas en salas comerciales están dobladas al jodido, latoso y omnipresente idioma español. ¿De qué nos quejamos?... Es que lo queremos todo, también las señales de tráfico, fíjate.

Por favor, diputados míos, diputados de mis entrepaños, que estamos… sobre todo vosotros… rodeados de alimañas.

*Una duda: ¿Vale onirolalia por hablar en sueños?



No hay comentarios: