Esta bitácora esta dedicada a Manuel Aguilella, sindicalista, ciudadano y activista y militante no nacionalista.
No es el título de una de esas películas producidas en Hong-Kong que nos pasaban en las sesiones matinales de los cines de barrio cuando éramos unos mocosos. Programa doble: Gorgo y Superman se citan en Tokio o Nueva York bajo el terror de los zombis.
Esto es verídico, real como la vida misma: Ciudadano Aguilella contra el imperio Gisa. Si alguien duda de lo que aquí decimos no tiene más que acudir al diario El Mundo en su edición para Cataluña del pasado martes 5 de agosto. Allí verá, junto al relato de los hechos, una fotografía del conjurado héroe de esta historia contra el abuso de autoridad de la administración regional por intermedio de la empresa Gisa con sobrada experiencia, affaire Carmelo, en la opaca adjudicación de obra pública conducente a la construcción nacional, en su versión edilicia, y en el incumplimiento sistemático de toda normativa legal.
La historia sucintamente es la que sigue, aunque ya figura en la crónica periodística indicada: a dos fincas de vecinos de la Gran Vía les piden su beneplácito para edificar un centro de atención diurna para disminuidos psíquicos. ¿Quién va a negarse, que no sea un desalmado, a tan loable iniciativa?
Les enseñan unos planos. Les juran -y perjuran- que no levantarán más que unos bajos y un piso, que respetarán la obligatoria separación entre bloques para favorecer la necesaria iluminación y ventilación de las viviendas colindantes afectadas, entre otras muchas y verbales garantías. Llega el período vacacional y cuando se ausenta la mayoría de vecinos aprovechan los operarios, siguiendo las instrucciones de la superioridad, para elevar alturas a toda mecha y tapiar las ventanas de propietarios e inquilinos, quedando aquellos que no tienen salida a la fachada frontal prácticamente tapiados en vida dentro de su casa. Un estropicio de tomo y lomo.
Pero no cuentan con que nuestro héroe está de baja por accidente y un traumatismo óseo le mantiene anclado a una silla de ruedas y dispone de tiempo libre por una vez en su vida… fatal circunstancia contraria a los intereses de Gisa.
Por una vez porque Manuel Aguilella no para, es un espíritu inquieto. Fue el primer caso de niño hiperactivo conocido, sólo que ese desarreglo no estaba aún diagnosticado por la pediatría y de él decían sus mayores que era un polvorilla.
No hay manera de retenerlo en ningún sitio porque tiene siempre un nuevo lugar adonde acudir, un nuevo entuerto que desfazer, otro asunto de su apretada agenda que atender. Y algunos de esos trámites los resuelve satisfactoriamente y otros no, pero siempre lo intenta. Nada se lleva de todo ello salvo un montón de problemas que, no pocas veces, recaen sobre sus espaldas y acaban por afectarle e involucrarle personalmente. Lo sabe, pero le importa un pito.
Nuestro héroe, Manuel Aguilella, que no está afectado por la obra de marras, decide encadenarse en su silla de ruedas, bajo la pancarta que anuncia pomposamente la obra y lo hace por solidaridad con sus convecinos, muchas personas mayores y también minusválidos, pues la finca es propiedad del Patronato Municipal de la Vivienda y los bajos del edificio, precisamente los más dañados por el chapucero apaño, fueron en su día asignados a personas discapacitadas. Y planta su tenderete reivindicativo pertrechado con una pancarta, fotocopias que distribuye a los curiosos, megáfono, casco de albañil, un equipo básico de supervivencia (bocatas, refrescos, protector solar) y una buena provisión de paciencia.
A todo el que pasa por allí y huronea alrededor de la parada, Aguilella le explica el por qué de su acción. Da lo mismo que sea la señora Engracia, que Pepito, Juanito o el agente de la Guardia Urbana que delega el contuso y confuso Vilaró hasta el lugar para levantar acta de posibles incidentes. Y llega la prensa, El Mundo, el Punt, TVE.
Algunos vecinos colaboran, otros, temerosos, no. Una vecina, la más perjudicada de todas, niega el paso al fotógrafo de El Mundo y a las cámaras de TVE porque dice que ella es catalana y que esos medios españoles no entran en su casa, que sólo abrirá sus puertas a TV3, que, por cierto, ya ha declinado la invitación a tomar imágenes de la acción y dar como noticia la problemática de los vecinos y la singular protesta, fiel con tesón a su código deontológico de silenciar todo aquello que suponga un microscópico atisbo de crítica al poder nacionalista.
Pero hete aquí que la buena señora permite a la redactora del Punt turbar la paz de su hogar y tomar unas fotografías y la chica, monísima por cierto, sale al cabo de un rato diciendo que en su finca tienen un problema similar y que la chapucera obra, a lo Pepe Gotera y Otilio, es perfectamente legal. Su finca es de los años 70, confiesa… una época urbanística, la del tardofranquismo, denostada por excesos y abusos de toda índole pero que sirve ahora, quién lo iba a decir, para enmascarar los atropellos del presente, según quién los cometa, claro… como si la legislación en la materia no hubiera experimentado desde entonces modificación alguna.
Los amigos se dan el relevo para que nuestro hombre no quede solo ante el peligro. Que no se sienta desasistido. En parte porque a algunos el cartelito pegado a la valla con la bandera de la nación gitana, que tiene en todas las obras su mástil preferente y su consulado… ésta con una muy gráfica inscripción: Los Manolos… no deja de causarles cierto desasosiego. Sorprende que el cartelito citado, con turbias connotaciones que a nadie escapan, ocupe un lugar visible, dominante, en toda una obra costeada con dinero público.
La escena tiene en su conjunto ese aire surrealista, berlanguiano, de 13 rue del Percebe, de Aquí no hay quien viva, pero en casa, en la europeísima y avanzadísima Barcelona, con su gobierno municipal que se dice tan cosmopolita y sensible a la voz de la calle, donde no suceden esas cosas que traen los diarios de otros lugares de la inhóspita España, ese país de cabras y secarrales… pero no en casa, insistimos, donde todo es perfecto y legal y si no lo es, agarramos al punt -al punto- la banderita catalana para taparnos las vergüenzas, esa banderita que muchos dicen venerar pero que usan sin recato para limpiarse las cascarrias y el sudor de la moneda baboseada que en comisiones al 3 o al 20% llenan sus bolsillos sin fondo… dejando la pobre bandera pestilente y hecha unos zorros.
Tolerancio no sabe en qué parará su militancia no nacionalista. Se ha llevado alegrías y chascos. Y más que llevará. Pero de todo lo bueno, lo mejor ha sido dar con Manuel Aguilella. Para Tolerancio es un honor que Manuel Aguilella cuente con él de vez en cuando. Que considere que Tolerancio merece una pizca de su confianza y que es apto para esta o aquella tarea. Que exista un asiento en su apretada agenda a su nombre. Y eso que no para de incordiar al personal con mil ocurrencias a veces difíciles de digerir: Hay que hacer esto y lo otro, a lo que replica Tolerancio para sus adentros: ¿Qué mosca le habrá picado ahora a este tío?... como ese sueño compartido, acaso una quimera, de activar un día una modesta productora de documentales para denunciar a lo Michael Moore los escandalosos abusos y las melonadas sin cuento del nacionalismo. Si es muy sencillo, dice, basta con un esbozo de guión, una cámara y un micrófono. Con que fueran Tolerancio y un par más la décima parte de combativos que Manuel Aguilella ya habrían rodado una docena.
Manuel Aguilella vale mucho más que la pena. No sabe Tolerancio si le tendrá por amigo, pues son muy diferentes de temperamento y carácter, y nuestro héroe le pone de los nervios, pegado siempre a su media docena de celulares pitando, remedo de una diosa Kali de múltiples brazos de la telefonía móvil… pero Tolerancio sí presume de tenerlo por tal. Será una fórmula un poco anticuada, pero no hay otra mejor: estar cerca de ese tipo del casco y en silla de ruedas es un verdadero honor.
3 comentarios:
Mire usted, dígase con énfasis, como Aznar, que a un servidor este Aguilella siempre la ha recordado a Don Pío Moa: inasequible al desaliento, con múltiples enemigos, incomprendido y, sobre todo, auténtico. Decía el General Rodríguez Galindo que con hombres como los suyos de Inchaurrondo, sólo con un par de ellos, podría haber conquistado toda América del Sur: valga lo mismo para Don Manuel Aguilella. Saludos.
treinta años al lado de Aguilella,dan para corroborar tu exposición,siempre
al lado de quien le ha pedido ayuda,sin pedir nada a cambio,es el es Manuel Aguilella,eso si.........estoy totalmente de acuerdo en lo referente a lo de la telefonía móvil,pero es su manera de estar al servicio de los demás,pero es para "escanyarlo".Muchos mas como el,y nuestra utopía estaría mas cerca de hacerse realidad.
Un abrazo TOLE.
Aguilella viene de Aguila.
Espléndidas aves de bonito plumaje, elegante vuelo y de una increíble vista y reflejos.
Sin dudarlo, el águila real y el águila imperial son dos "maravillas" de la naturaleza.
Si Manuel Aguilella nota el cariño y aprecio de sus amig@s, es porque lo tiene.
Saludos
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