martes, 25 de noviembre de 2008

Pobre... pero catalán


Sábado, 15 de noviembre. 17h 30’.
Estación de autobuses de Gerona. Andén 12. Compañía Sarfa.

Tolerancio acompaña a su locuaz señora al pie del autocar de línea que la llevará hasta una localidad ampurdanesa a visitar a su familia. Tolerancio aguarda en el andén fumando un pitillo a que el autocar inicie la marcha para mover la mano en universal gesto de despedida. Su familia política come aparte, pero la suya propia también se las trae… es lo que pasa con las familias. Le espera una agradable velada en la cercana localidad de Salt, que recomendamos especialmente a los amantes del llamado multiculturalismo, o cosa parecida… municipio donde, Tolerancio se juega el bigote, se producen unas cuantas ablaciones clitorianas semanales sin que las autoridades lo sepan y/o reconozcan: A Salt???... A Catalunya???... Què dius ara!

Un chico caucásico, como dicen en las pelis americanas, de unos 35 años, aspecto razonablemente aseado, ronda por los andenes de la estación. Se le acerca. Es un menesteroso que le pedirá ayuda. Reproducimos la conversación casi textualmente:

Chico.- Ets català?
Tolerancio.- ¿Ein?

El inicio de la charla sume a Tolerancio en un relativo desconcierto. La pregunta no encaja en el esquema interiorizado de una situación estereotipada que gira alrededor de la petición de auxilio económico. Continúa:

Chico.- Espanyol?

Tolerancio cree desentrañar en parte las coordenadas coloquiales de su interlocutor. Pretende sondear, por alguna ignota razón, lo que llamaremos obediencia nacional del interpelado. El chico debe resolver previamente, a lo que se ve, autodefiniciones o procedencias patrias. Para él se trata de un dato relevante. Tolerancio reacciona con desconfianza, pues airear cuestión tan íntima ante un desconocido no es plato que su paladar demande.
Hay que admitir, en descargo del anónimo pedigüeño, que la estación de autobuses de Gerona es un ir y venir incesante de personas de muy diferente aspecto y condición… -aunque entre sus usuarios predominamos los de extracción social humilde-… y de muy variada adscripción étnica, por así decir, y no es fácil, a priori, clasificarlas rápidamente atendiendo a sus presumibles disponibilidades idiomáticas. No obstante, Tolerancio no se presta a seguir esas pautas en la conversación y, con no demasiado tacto, responde:

Tolerancio.- ¿Qué quieres?
Chico.- Una ayuda.
Tolerancio.- Llevo algo de calderilla en la billetera, pero no gran cosa. Soy persona de escasos recursos.

Y es cierto. Tolerancio es un pelanas, pero en ese momento obran en su poder unos 40 euros que no piensa compartir tan altruistamente ni con ese chico ni con nadie. No obstante echa mano de la billetera, busca en el compartimiento de la calderilla y le da una moneda de 50 céntimos. El destinatario del modesto óbolo, al abrir la mano para recibirlo, muestra una solitaria moneda de 10 céntimos, por lo que Tolerancio deduce que la colecta, la cuestación, no ha satisfecho aún sus expectativas.

Tolerancio, intrigado por esas pesquisas previas atinentes al ámbito de lo identitario, se dirige a su interlocutor en los términos siguientes, pizca más o menos:

Tolerancio.- ¿Por qué quieres saber si soy catalán, extremeño o de Mongolia Exterior? ¿Qué más te da?
Chico.- Para saber si puedo pedir ayuda en mi lengua. Soy pobre, pero catalán.

Al chico, algo tristón… -quién no lo estaría si le tocara andar por ahí pidiendo a la gente, lo mismo da para comer un bocadillo, tomar un café con leche o para gastarlo en vino, tabaco, en la máquina tragaperras, en drogas o putas-… al revelar su cuna, su nacionalidad, le brillan, empero, un poquito los ojos.

El orgullo patrio no entiende de situaciones de exclusión social o económica. La patria, cuando su alcaloide aislado en laboratorio es inoculado a los parroquianos gota a gota por vía parenteral, año tras año, nos salva incluso de nuestras más hondas debacles. El orgullo nacional, si ha sido metódicamente transmitido, permanece aunque subsistamos a base de caridad ajena.
En esta anécdota ve Tolerancio que el nacionalismo funciona como un antídoto para las más terribles hecatombes. Que da calor, calor emocional, el calor del hogar clánico, del seno materno, aún cuando en la calle hace frío y aprieta la necesidad. Que nadie caiga en la absurda y fácil tentación de pensar que en tiempos de crisis desbocada el nacionalismo recoge velas. Al contrario, asiste a sus feligreses, en medio de un mundo hostil y plagado de incertidumbres, con la promesa escatológica, en su sentido evangélico, de la salvación tribal, reforzando su potencia, su capacidad de seducción hipnótica. La Historia reciente ya nos lo ha enseñado. Que nadie se confunda. Que nadie lo olvide.

Soy pobre, pero catalán…

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