viernes, 27 de febrero de 2009

Waikiki o Bahamas, provincia de Gerona


Waikiki está en la Costa Brava. Y si no es Waikiki, la de la foto es una playa de arena blanca de las Bahamas con sus cocoteros, sus nativas en bikini, desinhibidas, sonrientes, labios coralinos, bailando el hula y dando la bienvenida a los viajeros con guirnaldas de colorines. Y en lontananza las aletas de los tiburones que balizan la línea de arrecifes. Noticias del paraíso, de David Lodge.
El archipiélago de las Bahamas es un paraíso natural, además de fiscal, como Liechtenstein… que es el Shangri-La del papá de Artur Mas, héroe del catalanismo fiscal que supo salvaguardar sus haberes de la codicia recaudadora de la Hacienda española, obcecada en el implacable expolio de Cataluña, según es fama.

El Patronato de Turismo de la Costa Brava, controlado por ERC, el partido de las manos limpias… (hasta que las metieron en la caja)… ha editado una campaña promocional de esa bellísima franja de nuestro litoral trucando la foto de una playa de las Bahamas y haciéndola pasar por un enclave idílico entre Blanes y Port-Bou.
Chocante y sorprendente anécdota. A los patriotas de antorcha en mano de ERC se los imagina uno llorando de emoción ante una instantánea de cualquier rinconcito de Cataluña. Lo mismo da de las nevadas cumbres del Pirineo, de una iglesia románica del valle de Boí, de la zona cero del Carmelo o de una calle de alta densidad prostibularia del barrio del Raval. Son todos ellos rincones de su amada, de nuestra amada Cataluña… y ante la contemplación de sus símbolos, paisajes y gentes, cualesquiera que sean, los de ERC, o eso pensaba Tolerancio, alcanzan el éxtasis, a un paso de la unión mística con Dios… a punto de levitar.

Roda món i torna a Camprodon. Es decir, nada comparable al terruño. Ésa es una de las premisas fundacionales, inaugurales, del nacionalismo. No se entiende por qué razón los patrioteros palurdos y cansinos, insoportables, de ERC han recurrido a una playa extranjera para publicitar los encantos innumerables de la Costa Brava, que no precisa de suplantaciones fotográficas de ningún género para enamorar a cualquiera que tenga ojos en la cara. Insondable misterio.

Esta anécdota recuerda, en cierto modo, el chapucero desliz de la Junta de Andalucía que trasladó de un corta y pega en Google la catedral de Mallorca a orillas del Guadalquivir, a tiro de piedra de la Torre del Oro. La diferencia es que éstos cometieron un fallo garrafal que denota la imbecilidad inconmensurable del organismo que vela por la promoción turística en aquella región, que también es nacionalidad preambular, mientras los nuestros eran conscientes de la engañifa y se jactaron de ello, una vez descubierto el gazapo, alegando que la suya es una estrategia comercial recurrente, adoptada por otros estafadores en el ancho mundo.

Si en un caso el error fue inconsciente, en éste no. Luego la figura llamada publicidad engañosa le cuadra al incidente a las mil maravillas. Publicidad engañosa perpetrada, cómo no, con dinero público manejado por los de las manos limpias. Limpias porque a mano siempre tienen un lavatorio con la banderita catalana en el toallero a la que transferir sus caspicias y suciedades.
La novedad no es que destinen dinero de los contribuyentes… -bastante alelados, por no decir palabras más gruesas… luego por ahí no les acecha riesgo alguno-… para malgastar millones a paladas en aras de la llamada construcción nacional o para cometer fechorías presupuestarias sin cuento ni cuenta, pues no sueltan prenda de cuánto parné nos cuesta su embajadilla en Nueva York, sino que por una vez la pifia responde a una figura fácilmente reconocible y tipificada, publicidad engañosa, que conlleva en ocasiones, previa denuncia de particulares o de asociaciones de consumidores, expedientes sancionadores y multas.

Se trataría de copiar esa foto promocional, trucada, de una playa de las Bahamas, transmutada por arte de birlibirloque en una calita acaso cercana a Lloret de Mar, y remitirla a las agencias de noticias y mayoristas del sector turístico de aquellos países europeos que surten nuestras playas de visitantes… los llamados guiris que, tumbados a la bartola bajo la solana, adoptan la tonalidad rojiza de un crustáceo y aterrizan en España locos por deglutir raciones de paella y de tortilla de patatas regadas con barriles de sangría por hectolitros. Cierto que en Bahamas podrían agradecer esa publicidad gratuita de sus paradisíacos rincones, pero el blindaje de la Denominación de Origen es cosa compartida acá y acullá en todos los ámbitos comerciales, defendida con uñas y dientes por aquello de la preservación de la calidad y autenticidad del producto a la venta. No se admiten imitaciones.

En esta nación virtual… que cobra forma y hechuras de estado soberano con sus selecciones deportivas, sus embajadillas, su banca nacional, La Caixa, sus aerolíneas, su memoria colectiva diseñada desde los despachos y los sentimientos nacionales inoculados a través de continuadas sesiones hipnóticas desde la más tierna infancia, ya en el parvulario, y grapadas en la corteza cerebral vía radiaciones catódicas emitidas por los medios de comunicación de titularidad pública… -y privada-… nos cambian las calitas de la Costa Brava por las playas caribeñas de las Bahamas… y cuela.

Sean paraíso y su antípoda, el infierno, conceptos abstractos, virtuales, o en este caso geográficos, queden un pelín retirados, cerca de Nínive, en el Tibet, en las Bahamas o junto a Cadaqués… asoman a cada paso que damos cuando volvemos la mirada hacia adentro de nosotros mismos.
Como dijo Alberto Moravia el infierno de unos es el paraíso de otros. Y esto es así, pues el sonderkommando nacionalista Montilla, que es el Pedro Botero del infierno de Tolerancio, un diablillo menor, expande su alma contemplando con regocijo, embelesado, babeante y empalmado quizá, el árido y monocorde paisaje de la construcción nacional… que son las tinieblas que Tolerancio no quisiera transitar ni a bayonetazos.

¡Aloha!... Waikiki, Tossa de Mar…




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