Andorra es el plan B de muchas de las maquinaciones y trapacerías de la política exterior nacionalista. No sólo es el país de la nieve, o antaño, el país del azúcar, el whisky escocés y el tabaco de matute. Andorra, ese principado nominalmente regido por dos co-príncipes, el obispo de la Seo de Urgel y el Presidente de la República francesa -tiempo ha ese papel lo ejercía el vizconde de Foix desde ese castillo imponente sobre un promontorio que parece la guarida del conde Drácula-, se ha puesto al día y ha sustituido en parte el contrabandeo por montuosas sendas por el blanqueo de capitales a la guisa de un paraíso fiscal caribeño o de Gibraltar, que es la réplica meridional del país de los nivosos valles, donde los monos del peñón sustituyen los rebecos asilvestrados sobre roquedos abruptos.
Andorra ha colgado pues sus ropajes medievales, alguno de esos tics que la asimilaban a un ficticio país balcánico como de comedia de los hermanos Marx o de una aventura del intrépido reportero Tintín, para adecuarse pizca más o menos a los tiempos presentes. En Andorra, por ejemplo, hasta hace poco, los trabajadores no podían sindicarse, y es posible que así continúen las cosas, salvo que se trabaje para una empresa extranjera residenciada en el país quedando la plantilla sometida a las reglamentaciones laborales foráneas.
Se comprende en parte el atractivo que ejerce Andorra como referente de las ensoñaciones de nuestros nacionalistas. Ese aire decimonónico casi de gran ducado danubiano, sin algunas de las cortapisas inherentes a la moderna concepción de los derechos individuales y las libertades civiles que tanto hastían a nuestros conspicuos prohombres de la patria. Esas libertades, esos derechos que constituyen un impedimento, un estorbo para la aplicación sistemática de los presupuestos clánicos del tribalismo nacionalista. Su división administrativa en parroquias, una cosa como casolana i petitona, su tamaño y modelo demográfico de vecindario disperso que se reúne todas las fiestas de guardar en ermitas y devotas romerías es el rien ne va plus que mece en trance onírico-erótico a nuestros nacionalistas más agropecuarios.
Porque, en definitiva, parece que Andorra permanece aún anclada a ese pasado mítico, añorado, enquistada en la historia, que pertenece aún a ese mundo anterior a 1714. Ese mundo de nobles y plebeyos, el mundo de los usatges y de los fueros pre-modernos y pre-democráticos, y donde el catalán es, a mayor abundamiento, la única lengua oficial.
También fue el andorrano el pabellón que habría de acoger a los atletas catalanes en competiciones olímpicas, con arreglo a la delirante propuesta formulada en su día por Artur Mas, que, como un lama tibetano, levita y se la pela como un rijoso babuino, transido de amor patrio, en presencia del sagrado sepulcro de Godofredo el Peludo en el monasterio de Ripoll. Y de otras muchas melonadas y zarabandas, convertido, acaso a su pesar, el país de los valles pirenaicos en promisorio lugar de asilo, de acogimiento a sagrado, de las proyecciones internacionales del nacionalismo catalán.
En esa línea, hará cosa de un año o dos -no recordamos con exactitud- nos dieron la matraca a conciencia en TV3, uno de esos medios con un costrón nacionalista que tira de espaldas y supura fluidos residuales, según el diputado del PSC, señor Joan Ferran, con las eliminatorias previas del Festival de Eurovisión, ese evento televisivo que aguarda usted durante todo el año en un auténtico sin vivir. Se trataba de elegir la canción que representaría a Andorra en el certamen musical mediante votación vía SMS o algún procedimiento similar. De superar el representante andorrano la criba previa, el idioma catalán habría participado por vez primera en el birrioso concurso. Pero el hado nos fue esquivo y Andorra no obtuvo plaza para contender en el melódico palenque. Menudo chasco. Grrrrrr… Tolerancio aún no se ha recuperado del doloroso trauma.
Este año Andorra presenta a concurso una canción interpretada en… ¡¡¡inglés!!!... ¡¡¡Comorrrrr!!! El tema corre a cargo de Gisela, una cantante catalana que alcanzó cierta popularidad gracias a su participación en un insoportable programa televisivo de promoción de artistas y que obtuvo un gran éxito de público: Operación Triunfo, al que concurrieron no pocos cantantes autóctonos para desesperación de los garantes de las purezas patrias. Un bodrio de programa explotado por la rentable empresa de los antiguos componentes de La Trinca, grupo musical de gran notoriedad en Cataluña… circunstancia que, a muy temprana edad, hizo pensar a Tolerancio que buena parte de sus paisanos habían sido irremediablemente abducidos por una poderosa organización de origen extraterrestre.
Para muchos puristas, Andorra, ese Shangri-La del nacionalismo, se desvanece en lontananza como un pueblito entre las brumas. Andorra ha tomado la senda, ya no del contrabando romántico, burlando a civiles y gendarmes, sino de la traición, del blanqueo de capitales y del inglés eurovisivo. Y el rito lo oficiará Gisela, catalana por más señas, que solo por lo jamona que está la criatura, se clasificará sin despeinarse.
No sabemos si los nacionalistas destacados al evento por el tejido asociativo generosamente subvencionado, desplegarán, llegada la hora, una pancarta llamando traidora a Gisela por cantar en inglés -por aquello de la honra y los barcos, que es mejor idioma sin Eurovisión, que Eurovisión sin idioma- como la desplegaron semanas atrás en San Mamés para insultar a los jugadores catalanes que compiten con la selección española de fútbol.
Si así fuera, Tolerancio, animado por un afán compensatorio, se presentaría voluntario a brindar a Gisela afecto y calor aunque, así es la vida, no en el formato que verdaderamente le gustaría, pues la chica está, ya se ha dicho, como un tren cargado de jamones.
Andorra: ten points.
1 comentario:
La verdad, Sr. Tolerancio, es que lo que más he escuchado en Andorra, las pocas veces que he estado, es el idioma gallego. De hecho, la última vez, y en una cafetería, había un tipo que era clavado a Pío Moa.Saludos.
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