En torno a un sistema de valores y creencias cohesionado, compartido o impuesto, actuado o representado a diario por sus individuos, los surma (ese pueblo ágrafo e incontaminado aún por la acumulación de excedentes alimenticios, la especialización del trabajo y la división en clases sociales, paraíso retrospectivo del materialismo histórico) son felices de verdad de la buena y no conocen la depresión, eso nos dicen los antropólogos que motivaron la bitácora anterior y ese es el caramelo delicadamente envuelto que nos quieren vender para que lo chupeteemos con delectación. Un matasanos -del Colegio de Médicos de Cataluña- que pretendiera recetar Prozac para ganarse unos cuartos por esas latitudes acabaría con cocodrilos en los bolsillos y tendría que buscarse otro medio de vida.
Pero el de los surma no es el primer paraíso colectivo en la tierra que hemos conocido. La estirpe humana ha transitado, y muy recientemente, otros paraísos de los que, vaya fatalidad, siempre ha salido escaldada y lamiéndose las heridas como un chucho apaleado. Algunas ideologías, como inescrupulosas agencias de viaje, venden paraísos con fotos trucadas. Le llaman a esa añagaza de la mercadotecnia publicidad engañosa.
La felicidad colectiva, total, sin enmienda, una felicidad irradiada generosamente y que fue algo así como la turbina que hizo girar el motor de la historia a unas revoluciones superiores, constituyó el argumento capital -es un chiste malo- y recurrente de todos los regímenes socialistas. Hasta el punto que la desdicha, la infelicidad individual, era considerada un acto de disidencia, de cínico egoísmo, un vicio burgués y retardatario, una actividad contrarrevolucionaria auspiciada por la CIA o por vaya usted a saber qué emboscados agentes del capitalismo imperialista. En los países socialistas todo el mundo era feliz… o debía serlo por decreto. Dicho así: el semblante de Juan Lanas estaba iluminado a diario por una sonrisa franca, sana, moderada, en absoluto irónica o le pasaban las ganas de mofa y befa y lloraba de lo lindo en el gulag o en un campo de reeducación por espacio de unos añitos de nada.
Testimonios de esa época los hay a miles, pero citaremos por descriptivo y en absoluto truculento, un revelador pasaje de la novela de Milan Kundera titulada La broma que ilustra mejor que cualquier ensayo histórico lo que aquí decimos:
“Corría el primer año posterior a febrero del 48: había empezado una nueva vida, en verdad completamente distinta, y el rostro de esa nueva vida, tal como se quedó grabado en mis recuerdos, era rígidamente serio, y lo extraño de aquella seriedad era que no ponía mala cara, sino que tenía aspecto de sonrisa; sí, aquellos años afirmaban ser los más alegres de todos los años y quienquiera que no se alegrara era inmediatamente sospechoso de estar entristecido por la victoria de la clase obrera o (lo cual no era delito menor) de estar “individualistamente” sumergido en tristezas interiores”.
En una bitácora anterior citamos una esclarecedora secuencia de la película Citizen X interpretada por Stephen Rea y Donald Sutherland basada en la metódica investigación policial que condujo a la detención del Carnicero de Rostov. Uno de los comisarios del PCUS en la región reprochaba al detective al mando del operativo que su teoría no tenía ni pies ni cabeza al sospechar que el autor de los crímenes era un asesino en serie, un psicópata; siendo público y notorio que en la URSS, el paraíso de los trabajadores, no tenían razón de ser esas conductas problemáticas y desarregladas en los individuos por tratarse de enfermedades mentales circunscritas a los países capitalistas por causa de las tensiones y frustraciones imputables a su contradictorio y decadente modelo productivo y social. En la Unión Soviética no hay chiflados que violen y estrangulen niñas y mutilen sus cadáveres salvajemente porque la felicidad es universal y las pulsiones de los individuos son sanamente disciplinadas por el modo de vida socialista, le dijo en pocas palabras.
Más recientemente hemos asistido en España a variaciones de ese mismo tema, aunque, es cierto, de menor calibre. Al poco de ganar el PSOE de ZP las anteriores elecciones generales, Tolerancio presenció o participó en conversaciones en bares y cafeterías -donde, por cierto, se aprecia claramente, por su desenfrenado ambiente consumista, en opinión del ministro Solbes, ese camelo deleznable de la crisis económica urdido por desvergonzados antipatriotas de nueva generación- sosteniendo algunos ponentes que la gente era por esa causa, la victoria de ZP, más feliz y que se respiraban renovados aires de libertad. Y si uno discrepaba y no admitía de entrada que la felicidad le invadía de tal modo que le faltaba solo una pizca más para inflarse como un globo aerostático y surcar el firmamento, recibía miradas de reproche o insinuaciones tan sutiles como ¿No serás un facha del PP?
Otro de los antídotos contra la depresión, el extravío, el naufragio espiritual del individuo, es el nacionalismo… aún más efectivo si cabe que la receta socialista. La felicidad nacional supera a cualquier otra porque es inmediata y no atiende a circunstancias personales, sociales o económicas, a criterios variables, contingentes o de libre alineamiento. Es una felicidad que se transmite en el instante mismo de la generación y su germen se desarrolla a partir del nacimiento y acompaña al individuo en su proceso de maduración hasta alcanzar la edad adulta. Necesita, claro es, el mimo, el cuidado diario, su alimento generosamente prodigado desde las guarderías y el parvulario, las necesarias inoculaciones por procedimientos hipnóticos -como sostiene el diputado de C’s, Antonio Robles, hasta el día que aíslen cepas víricas de nacionalismo y se inyecten por vía parenteral- de precipitados míticos e históricos debidamente tergiversados*, de la concurrencia de los medios de comunicación y del entorno en general para que el diseño de la personalidad del individuo armónicamente acogido en el reconfortante y mullido seno de la tribu, prolongación del seno materno, no se tuerza y nos salga un retoño pasivo, conflictivo o indiferente al hecho nacional.
La ventaja del nacionalismo sobre las mal llamadas utopías igualitarias o socialistas -de utópicas nada, pues fueron dramáticamente reales- es su economía de pensamiento lógico, innecesario para abrazar la fe redentora y propendente a la felicidad. Basta con nacer en el lugar apropiado, en el presente caso en Cataluña, o hacer méritos y ser aceptado como uno de los nuestros -que sería el caso de los voluntariosos sonderkommando Montilla, Paco Candel, que en gloria esté, o Pepe Rubianes-. Lo mismo da tener un cociente intelectual de 70 o de 150, ser alto y guapo o un adefesio, ganarse la vida recogiendo cartones o pilotando un avión comercial. Si uno ha nacido en la tierra elegida, si pertenece a esa tribu depositaria de los más nobles rasgos de la estirpe humana tiene la felicidad garantizada, al alcance de la mano. Pero, eso sí, hay que dejarse llevar, zambullirse en la emoción colectivamente orquestada, sumarse al desfile uniforme y aborregado y no enfrascarse en debates estériles y en odiosas cautelas intelectuales sobre la libertad individual y otras pamemas. Ese es el peaje a pagar.
¿Qué se gana con esas absurdas complicaciones?... es lo que nos diría el poli bueno nacionalista, mientras el malo nos multa por rotular nuestro comercio en español o rebusca en casa algún diario desafecto al régimen, un transistor sintonizado con la emisora inapropiada o cualquier documento o articulo sospechoso que avale una acusación de traición a la patria, como podría ser la figurita de porcelana de una bailaora flamenca encima del televisor, baratija que sacaba de quicio al patán que fuera ministrín de Comercio y Turismo, señor Huguet.
La infelicidad entre los catalanes será cosa del pasado una vez que completemos nuestra singladura hacia la soberanía plena, nos dicen los nacionalistas para regresar a esa edad de oro de la bendita inocencia que nunca debimos abandonar, para abrazarnos fraternalmente a los surma y a los bimin-kuskusmin -siempre que el abrazo con estos últimos se realice precavidamente con su panza llena, pues hasta los años setenta del pasado siglo se documentaron por aquellas latitudes, las tierras altas de West Sepik, en Papúa-Nuev Guinea, episodios de antropofagia ritual- y desterrar de nuestra alma para siempre el lacerante azote de la depresión.
* Sobre Mitos y Leyendas del nacionalismo y la manipulación histórica que conlleva nada ya hay que añadir tras la lectura -obligatoria- del artículo de cabecera del señor Reinhard publicado con ese título el 17/12/07 en el blog nickjournalarcadiano. En adelante Tolerancio se centrará, si sus fuerzas y capacidades lo permiten, en estrujarse el magín para combatir el nacionalismo y no en explicarlo, pues no tiene sentido repetir lo que ha sido expuesto de manera inmejorable.
.
1 comentario:
Inapelable su entrada, Sr. Tolerancio, y gracias por su reseña de mi humilde comentario en el blog citado, que si usted me lo permite paso a enlazar:
http://nickjournalarcadiano.blogspot.com/2007/12/mitos-y-leyendas-o-el-delirio.html#comments.
Un saludo
Publicar un comentario