viernes, 15 de febrero de 2008

Cataluña es como... ¿Escocia? ¿Kosovo? ¿Quimbambistán?


Cuando nos pasamos la vida siendo como algo o como alguien sucede a menudo que en realidad abrigamos serias dudas sobre nuestra verdadera identidad… (siempre que las identidades sean verdaderas, profundas, hondas o por el contrario artificios, instrumentos sujetos a mudanza, máscaras)… Sobre quiénes somos realmente. En efecto, si somos como ése o aquél, no tenemos en el fondo muy claro qué o quiénes somos, sumidos en una dinámica, en una vorágine de identificaciones sucesivas que, más o menos, se suman, a veces se afirman y otras se niegan por la disparidad, repelencia o distancia entre las magnitudes tomadas como referencia de la comparación.
Cierto que la diferenciación del resto del mundo es un proceso ineludible que el niño debe acometer y la comparación es un procedimiento que hace al caso, pero corremos el riesgo de establecer unas afinidades que el objeto de nuestra proyección no tiene por qué compartir. Podemos ser como A si nos place enunciarlo, más tarde como B, y luego como C y puede ser, en efecto, que entre A y B exista un vínculo relacional que no estorbe la proyección anterior, que se dé una cierta similitud, pero también que C se parezca a A y B como un huevo a una castaña.
Y al final uno se hace un lío mayúsculo y acaba no sabiendo ni quién es ni como quién es ni como quién quiere ser, instalado en una duda permanente, como ese adolescente que culebrea y se estrella reiteradamente por causa de un afanoso experimento de afirmación de la propia personalidad que no pocas veces acarrea chascos, disgustos, un auténtico rosario de pruebas fallidas.

Esto, más o menos, hablando llanamente, sucede con los sumos sacerdotes del nacionalismo, y por extensión y obediencia, con sus atribulados feligreses abocados a un necesario blindaje de sus caudales emocionales colectivos, de su personalidad tribal artificialmente uniformizada como nación -que siempre es, mira tú por dónde, una nación elegida pero incomprendida, perseguida, martirizada, a un tris de la extinción (como los velociraptores) y que por ello encarna a la perfección la capacidad para el sufrimiento de la estirpe humana y que el día de la parusía nacional será recompensada por la redentora y catártica apoteosis soberanista, trasunto étnico de las escatologías milenaristas-.
De este modo, los nacionalistas proceden a una suerte de degustación de etéreas identidades que se esfuman en el aire como volutas de humo. Y con tanto símil desbarajustado acaban por configurar un complejo cuadro como de personalidad tribal múltiple o de trastorno multipolar colectivo que habría de requerir el esfuerzo urgente, conjunto y continuado de un nutrido y competente grupo de especialistas.

La búsqueda de conductas, de modelos a imitar, a replicar, a mimetizar, nos instala en la confusión, en el delirio. Ahora hemos descubierto que Cataluña es como Escocia, Carod Rovira dixit durante la última etapa de su World Tour, al tiempo que España no es Gran Bretaña -en realidad no recordamos si dijo Gran Bretaña o Inglaterra, que no es lo mismo e ignoramos si nuestro discreto y elegante vicepresidente lo sabe-.

No consta que Carod haya vestido el kilt, la tradicional falda escocesa, ni si ha comparado la ratafia o los Aromas de Montserrat, esa bebida digestiva que nada más catarla vertió usted, sabiamente, por el desagüe, con el whisky de malta de las Highlands o de la isla de Jura. O si estableció algún paralelismo entre alguna de las criaturas de nuestro bestiario tradicional y el célebre monstruo del lago Ness. O entre los consejeros de la Generalidad que en octubre del 34 hicieron mutis por el foro y al primer cañonazo obediente a la República abandonaron el palacio presidencial por el alcantarillado y William Wallace o Rob Roy.
Lo que es seguro a fecha de hoy es que los hinchas del Celtic de Glasgow, equipo emparejado con el Barça en una eliminatoria de la Champions League, esa competición que trasladada al ámbito de la economía lidera España, en opinión de ZP, devolverán en breve la gentil visita de Carod Rovira y, como hicieran los aficionados de su equipo rival, el Glasgow Rangers, podrán aliviar sus vejigas por la calle tan ricamente ante la pasividad de los agentes municipales y adornar con sus bufandas el busto del monumento a Macià -esa maravilla escultórica que, a pesar de postularla Tolerancio en una bitácora anterior como candidata a las 7 Maravillas del mundo, no pasó la criba, incomprensiblemente-.

Cuando Carod Rovira explicó a Salmond -el nacionalista del SNP que preside el gobierno regional de Escocia- el programa de inmersión lingüística vigente en Cataluña, éste no dio crédito a semejante melonada. La sorpresa del mandatario británico -separatista, pero británico aún, y que no piensa sustituir el inglés por el gaélico, o por un lenguaje tonal interpretado a gaitazos, más o menos a la guisa del silbo gomero- corrobora que, incluso en esa cargante lotería de los irredentismos étnicos, a los catalanes nos ha tocado sino el gordo, sí una jugosa aproximación, con una nutrida representación de los más idiotas.

Cataluña fue, es o será, cualquiera sabe, primero como el Québec, luego como Lituania, como Croacia, como Irlanda… Montenegro o los surma del continente africano* que, benditos ellos, no conocen la depresión. Ahora toca como Escocia y muy pronto como Kosovo -ese espejo donde uno suspira por mirarse- en cuanto la región balcánica proclame su independencia. Curiosamente no ha sido, es o será como Santacruz, región boliviana donde dominan los afanes autonomistas y la oposición a Evo Morales, alumno aventajado en el altiplano andino de ese tiranuelo de Hugo Chávez.
Casualmente nuestros nacionalistas, prontos a reverenciar cuantas experiencias secesionistas afloran por los más apartados rincones del ancho mundo, nunca han dicho ni mu respecto a las ansias separatistas de esa región, acaso porque es la más rica del país, con mayoría de blancos y criollos y la más refractaria al indigenismo de corte bolivariano… acaso porque, si jugamos a las correspondencias, por disparatadas que parezcan, y salvando las distancias, si Bolivia fuera España, la insolidaria Santacruz sería lo más parecido a Cataluña.

Sucede que cuando uno es como esto, como lo otro o como lo de más allá, cuando uno es como muchas cosas simultánea o sucesivamente… pasa que al final es como nada. Y esto lo sabe bien el zote de Tolerancio que cuando niño quería ser como el detective gordito de Los Tres Investigadores, que era un lince resolviendo los casos más intrincados, como el reportero Tintín, que recorrió medio mundo poniendo en un brete a villanos y malhechores de diverso pelaje o como el mago Juan Tamariz, que hacía por la tele unos trucos que eran la monda… y ha quedado en lo que ven, en ese patán gafotas, calvorotas y bigotudo que afea con su foto la cabecera de esta bitácora.

* Ver, si le place, la bitácora titulada Los surma/Prohibida la tristeza I


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