jueves, 7 de febrero de 2008

Tsunami


No será el cambio climático la tragedia que acabará con Cataluña. Será el bilingüismo escolar. Eso es exactamente lo que dicen los portavoces del PSC, el partido del sonderkommando Montilla. Un partido que recibe votos de castellanohablantes a carretadas en los municipios del área metropolitana de Barcelona.

Cataluña se romperá en mil pedazos, vaticinan los muy agoreros. El bilingüismo escolar propiciará una fractura social irreparable. Acabará con la cohesión… -esa cohesión que consiste, por supuesto, en tragar quina a cambio de no decir ni mu, no sea que se enojen los nacionalistas-… creará guetos, será el fin de la pacífica convivencia, el rompan filas, el despelote, la gran hecatombe, el holocausto caníbal… qué miedo, uuuuuyyyyyy…
En efecto, el castellano en las aulas será algo así como un arma de destrucción social masiva. Un artilugio explosivo con más peligro que el calentamiento global, el efecto invernadero, el despachurre de la capa de ozono o el programa de enriquecimiento nuclear de los ayatolás iraníes. Así es, nos dicen los nacionalistas confesos y su tropa de choque, los periodistas de los medios de comunicación de titularidad pública y, en la calle, los castellanohablantes amontillados adscritos al PSC: hay más peligro para la supervivencia de Cataluña en que el niño de Pepe y de Juani aprenda en el aula, en castellano, el aparato reproductor de las ranas que en una cabeza nuclear de tropecientos megatones, que en la subida del nivel del mar a causa del deshielo del casquete polar o que en las trapisondas terroristas de los integristas islámicos empadronados en el Raval -o Raval-pindi-, completamente inofensivos, según el consejero de hierro Saura… ese hombre que estremece de terror a todo un Vladimir Putin y a los más experimentados agentes del Mossad.

El Cataluña se rompe por culpa del bilingüismo en las aulas recuerda al España se rompe, que algunos repitieron hasta el hartazgo -y coló- como latiguillo para escarnecer los recursos presentados ante el Tribunal Constitucional con motivo de la reforma del estatuto de autonomía de Cataluña. Al día siguiente de su aprobación en referéndum, con una participación que fue la envidia de medio mundo, equiparable a la cosechada en Andalucía, la envidia del otro medio y también realidad nacional -ésta con el innecesario y aborregado respaldo del PP-, ya decían algunos en tono de mofa y befa que España no se había roto y que la caverna ultramontana atizaba sin descanso un alarmismo injustificado.
Por la misma regla de tres habría que ver si la supuesta fractura social desatada por el bilingüismo escolar borraría Cataluña del mapa luego que los escolares aprendieran la tabla del tres en español o vocearan en el patio de la escuela, Luisín, pásame la pelota, en lugar del pasa’m la pilota obligatorio so pena de requisa de balón por el profe o monitor destacado al recreo en calidad de agente lingüístico de paisano conforme a las consignas impartidas desde la consejería regional de Educación.
De todos modos, el potencial del armamento utilizado en ambos casos es de muy distinto alcance balístico. Será opinable, pero la seriedad, la gravedad de una ley de rango superior, una ley orgánica, como es un estatuto de autonomía, puede suponer un mayor riesgo de quiebra o fractura, sobre todo si el afán que ha motivado su redacción no es la lealtad al Estado precisamente, que no una minucia pueril como el idioma en que un alumno anota los apuntes de una asignatura en su cuaderno por muy desafortunados que sean los garabatos, los dibujos de marcianos, superhéroes y dinosaurios que pinta en los márgenes.

No sabe uno a santo de qué tanto miedo, tanta aversión y desprecio a un idioma hasta el punto de connotarlo, no ya como un instrumento especialmente diseñado para la comisión de pecados o delitos -delitos o faltas… como la rotulación de un establecimiento comercial- sino como generador de catástrofes naturales de una magnitud comparable a la destrucción del planeta por culpa de un meteorito errabundo y descomunal o por el hundimiento de un continente entero bajo las aguas oceánicas tras la impetuosa acometida de un espeluznante maremoto.

Que Cataluña pueda saltar hecha pedazos por causa del bilingüismo escolar es una bobada insostenible, un espantajo birrioso que agitan los nacionalistas y sus lacayos de librea, la sonderkommandía amontillada y afines, pues nuestra región ha demostrado templanza y coraje para soportar duros embates, difíciles pruebas -no se vino abajo ni cuando Guruceta Muro pitó aquel famoso penalti fuera del área a favor del Real Madrid- y aún, que sepamos, no han podido acabar con ella tres décadas de ruinosa gestión nacionalista.

Parafraseando a aquellos que afeaban a quienes se oponían meses atrás a la legalización de los llamados matrimonios homosexuales diciendo que, en el fondo, a sus detractores les irritaba la felicidad del citado colectivo de personas, habría que copiarles la fórmula, tomarles la palabra y concluir que aquellos que niegan a los padres la libre elección de lengua vehicular en la educación de sus hijos -con arreglo a la oficialidad del idioma español en todo el territorio nacional, rango que aún le adorna-, se oponen a su vez a la felicidad de dichos padres. Que no quieren que estos últimos sean felices. ¿Por qué la felicidad de Menganito puede depender del sexo de la persona con la que contrae nupcias y no la de Zutanito del idioma oficial en que desea escolarizar a su hijo?
¿Por qué ese miedo? ¿Dónde reside el riesgo para los demás? ¿Por qué deducen los agentes de la política lingüística que el ejercicio de un derecho ha de causar daño alguno a otro idioma? ¿Por qué Juanito o Luisito no pueden recibir en el aula una materia lectiva en su idioma, ese idioma que usan a diario en casa para procurar alegría o disgustos a sus padres, a sus abuelos? ¿Qué hay de corrosivo, de dañino, de maligno, en ese idioma aún oficial? ¿Es tan contaminante y sucio que, si no proceden sus hablantes a una sustitución idiomática más o menos voluntaria, o inducida -obtención de titulaciones, acceso preferente al mercado de trabajo- decidirán un día arrancarles la lengua con tenazas?

¿Por qué Montilla se opone a la felicidad de esas personas que consideran que su idioma es digno de estar en las aulas de sus hijos? ¿Qué ofensa terrible explica ese vesánico y furioso afán de revancha del sonderkommando cordobés y su alegre cohorte de palanganeros?


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