miércoles, 5 de agosto de 2009

Crónicas berlinesas (I)



A Antonio Ramos por recomendar a Tolerancio una provechosa visita a Berlín

Foto de bitácora.- Tolerancio ante la embajadilla de Cataluña en Berlín. Con la mitad del presupuesto anual de esta legación de pacotilla se podría mantener un retén de bomberos perfectamente equipado en Horta de Sant Joan, pero el sonderkommando Montilla y los nacionalistas catalanes prefieren bomberos abrasados y viudas desconsoladas a renunciar a sus delirios diplomáticos.


Berlín es una ciudad desconcertante. Recibe hostil al visitante recién desempacado como un bulto en la inmensidad de Alexanderplatz… pero le va atrapando poco a poco.
Berlín multiplica por 10 la extensión de Barcelona. No es fácil orientarse sin un plano pues apenas hay referencias que destaquen en esa descomunal planicie, salvo en el centro, en Mitte, donde se yerguen la torre TV de la antigua RDA, un pirulí gigantesco, y el coloso del hotel Park Inn. Desde la torre de TV los transeúntes toman la escala de hormiguitas convirtiendo en entomólogos aficionados a quienes otean el horizonte desde el mirador con forma de ovni, de cápsula espacial.

Berlín, dicen, ha tomado el relevo a Barcelona como ciudad cosmopolita, abierta, Meca del diseño, de la arquitectura contemporánea, de la innovación urbanística y del ocio. No nos sorprende. En Berlín hay mucho que hacer más que mucho que ver, pues a pesar de sus atractivos no es una ciudad monumental. Cierto que entran en el menú visitas de interés: los jardines del Tiergarten, el castillo de la reina Carlota, en Charlottenburg, el museo de Pérgamo, que es una maravilla, o la galería de pintura contemporánea con lo mejor del expresionismo europeo.

Berlín fue arrasada durante la II Guerra Mundial… y para rematarla del todo fue la casilla del tablero donde se dirimió la Guerra Fría entre bloques. Lo que para el resto del mundo fue un choque entre grandes potencias y sus satélites sobre un mapamundi o en los noticieros de la tele, en Berlín esa contienda silenciosa se libró en sus calles, casi finca por finca. Ese proceso culminó con la construcción del tristemente célebre Muro de Berlín y con el puente aéreo aliado que salvó a miles de berlineses de sucumbir al aislamiento y la escasez provocados por el cerco de piedra erigido por las autoridades comunistas de la república títere de Alemania Oriental.

Hoy, 20 años después de su demolición, apenas quedan tramos del muro, aunque aún el turista puede retratarse ante diminutos fragmentos en las inmediaciones de la Postdammerplatz junto a figurantes disfrazados de polizontes que le sellarán un visado de pega a guisa de souvenir.
El muro físico ha generado separaciones familiares e incluso asesinatos… -más de 100 berlineses cayeron abatidos por disparos desde las torretas de vigilancia en su intento de burlar el sitio soviético y pasar a Occidente-… y ha creado unas inercias y condicionado la conducta de la gente.

Berlín se ha deshecho de su muro para los restos, a martillazos, excepto en esa residual dimensión de la explotación comercial para solaz turístico. En cambio, Barcelona, cabeza de Cataluña, alza el suyo. No ha sido éste fraguado con el cemento de la albañilería, sino con materiales más resistentes si cabe… con la argamasa de la estupidez.
Suena a fatalidad: para un no nacionalista catalán que aterriza en Berlín, al punto se establecen correspondencias fantasmagóricas que para otros visitantes pasan desapercibidas. Y de ese modo a uno le asalta la curiosa idea de que Berlín, para echar a volar, había de colgarle el muerto a otro, como en un contagio vírico. Como si Berlín, a resultas de un fatídico mecanismo compensatorio, se abriera al mundo al precio de que Barcelona, y con ella Cataluña, quedara un poco más cerrada, clausurada tras un invisible muro. Como si la idiotez, como la energía, ni se creara ni destruyera, tan solo transformara. Y ese muro que fue berlinés es ahora catalán.

En Charlottenstrasse 18, calle paralela a la Friedrichtrasse, una de las arterias comerciales por excelencia de Berlín, donde se conserva el chekpoint Charlie, punto fronterizo entre ambos berlines, con soviéticos y americanos mirándose las caras y apuntándose entre las cejas, Tolerancio se retrata junto a la discreta placa que anuncia al transeúnte la embajadilla abierta en la capital alemana por la Generalidad de Cataluña del sonderkommando Montilla. Bajo la placa de la embajadilla descubrimos otra del Consulado del Mar de la ciudad de Barcelona. Cierto que en Berlín no hay mar, pero el río Spree es navegable y da en el lago Wansee, donde los berlineses practican deportes náuticos y donde los jerarcas nazis decidieron la llamada solución final de la cuestión judía.

Nadie verá ningún muro por las calles de Barcelona. Pero lo hay, lo están levantando a marchas y multas forzadas… y es un muro peor que uno de piedra, porque es un muro que no se derriba ni con una división acorazada de bulldozers. Un muro que aísla, que encierra y separa. Un muro invisible, intangible, que transforma una ciudad de aires y pretensiones cosmopolitas en la capital de una región aldeana que, enfrentada a un mundo diverso, apuesta por la pequeñez, por una suerte de reductora autarquía espiritual y que se encierra y repliega sobre sí misma como un rollizo caracol en su concha en espiral.
El muro que tiende Barcelona se llama esencialismo, tribalismo, inmersión monolingüe obligatoria. Y ahorma a sus gentes a la comodidad y a la seguridad lanares de las referencias afectivas e identitarias que el nacionalismo promueve. Con el tiempo no hay muro ni más denso ni compacto que ése. Sóc un tap de bassa, lleig i un ruc, però sóc català de soca-rel (Soy bajito, feo y burro pero soy catalán de pura cepa). No hay muro más indestructible que ése.

4 comentarios:

Atreides dijo...

Interesante relato, pero dos cositas: En Charlottemburgo lo que hay es un Palacio Real, no un castillo (Schloss = Palacio; Burg = castillo). En Berlín no hay castillos, sólo una ciudadela en Spandau, antiguo fuerte de la edad media, y un resto de muralla medieval en frente de la Audiencia Teritorial, cerca del barrio Nikolaiviertel.
La caseta del Checkpoint Charly es una imitación (la auténtica está en el Museo de los Aliados en Reinickendorf). El alcalde socialista quitó esa caseta, quería eliminar todo vestigio de la separación, pero ante las protestas tuvo que volver a poner algo que recordase aquello.
Queda muro en la zona de la Estación del Este (Ostbahnhof), Oberbaumbrücke (Puente de Obernaum).

;-)

Willi dijo...

Atreides, te veo muy puesto y te pregunto...¿ crees que Heinrich Müller y Martin Bormann sobrevivieron al cerco soviético sobre Berlín?

Atreides dijo...

Willi, estoy muy puesto en historia alemana y berlinesa, pero no en personajes nacionalsocialistas, que me parecen todos aborrecibles. En concreto estos dos sólo me suenan por sus nombres, no por detalles de sus actividades criminales. No cabe duda que muchos se salvaron y se establecieron en Sudamérica, pero tantas dudas puede haber respecto a estos dos cerdos como respecto al paradero de Hitler o su muerte en el búnker; con lo cobarde e hijoputa que era, lo mismo se salvó, ya había hecho el trabajo sucio a las potencias que querían acabar con Alemania y Prusia.

Willi dijo...

Yo creo que a Hitler lo sacaron, vivito y coleando, los rusos de Berlín y a Moscú lo trasladaron; es más, me consta que estuvo asesorando a Stalin hasta su muerte, aunque ya no pasó del XX Congreso, pues la condena del culto al la personalidad le privó de suceder a Koba en beneficio de Nikita. Creo que le dieron un dacha a orillas del Mar Negro y allí pasó a mejor vida, entre óperas de Wagner y crónicas de la División Azul..