lunes, 11 de febrero de 2008

La pesadilla de Montilla


Un licenciado adscrito al Colegio de Psicólogos de Cataluña, traicionando el sagrado principio de la estricta confidencialidad de las consultas de sus pacientes, nos ha remitido por correo la trascripción literal de una de esas sesiones. En una anotación al margen parece leerse lo que sigue: J. Montilla, natural de Iznájar, provincia de Córdoba, afincado en BCN, pero tratándose de una fotocopia, los caracteres están algo borrosos y tanto identidad como procedencia geográfica son una suposición que no hemos podido verificar con absoluta certeza. Por supuesto, hemos destruido ese material inmediatamente para preservar el inalienable derecho a la intimidad.

Lunes, 28 de enero de 2008. 09h AM.

Pepe, así le llamo, me saluda en un ininteligible chapurreo lejanamente emparentado con el catalán, pero es una mera hipótesis, pues mis conocimientos filológicos son limitados. Se tiende en el diván. Afuera esperan sus guardaespaldas echando una partidita a los chinos. Se que miran con glotonería a Puri, mi secretaria. Se la quieren tirar, lo sé, como en su día también quise yo. Nada que hacer: es lesbiana. Pepe parece ausente y se afloja el nudo de la corbata. Preparo el magnetófono. Carraspea e inicia el relato de su sueño.

-Me veo en una estación de tren… es como la de Córdoba, de donde salí para Barcelona hace muchos años con la maletilla de madera en la mano, pero también parece la estación de Sants, patas arriba, por culpa de las obras del AVE… Hay una loca por ahí gritando que va a inaugurar un busto en su honor por la excelencia y calidad del servicio de Cercanías de RENFE… pero una dotación de Mossos a las órdenes de Saura la ametralla sin piedad. La chiflada expira diciendo a voz en grito”Antes partía que doblá”.
Luzco un espléndido uniforme: casaca negra, pantalones bombacho, botas de caña alta. En las solapas, los rayos de las SS y en la gorra de visera la calavera de nuestra temible unidad de asalto, la SEG -Sonderkommandía Enceratübben Grüppen-… y al cinto mi querida Lugger, ideal para reventar cráneos a corta distancia…

Advierto una mudanza volumétrica en la entrepierna de mi paciente. Mientras describe las galas de su uniforme nazi tiene una sólida y rutilante erección. Continúa:

-Superviso la operación con rostro serio, frío, implacable, esculpido a martillazos en mis facciones aristadas, mentón erguido, mirada puesta en el horizonte… facciones que sirvieron de modelo a las esculturas de Arno Brecker que adornan las dependencias del Reichstag. Soy un dios encarnado. No mido más de metro sesenta, pero con las calzas ortopédicas llego al metro ochenta fácil. Dispongo de un par de horas antes de tomar mi lección diaria de catalán. Se me resisten los “pronoms febles” y algunos fonemas: soy incapaz de pronunciar “Pallejà”. He de liquidar el asunto del tren en un plisplás.
Mis judíos suben a los vagones del convoy disciplinadamente. Algunos me miran y sonríen, creen que soy uno de los suyos y que todo es una broma, que nos vamos de excursión a Valls a comer calçots. Todos mis judíos son castellanohablantes. Hemos separado a los niños de los adultos. A los peques les inocularemos dosis masivas de Zyklon-C para obtener el llamado “extrañamiento familiar” que consiste en la superación de su obediencia idiomática materna mediante sesiones intensivas en los campos escolares de reeducación lingüística. Los separaremos culturalmente de sus padres y promoveremos la vergüenza respecto de sus referentes domésticos. Los niños serán de la nación y no de sus progenitores A y B. Hemos de sacarlos, aunque sea con fórceps, del ambiente contaminado, pútrido y maloliente donde han nacido antes de que la infección sea irreversible.


Hace un alto y prosigue:

-He comprendido que no basta con sacrificar toda esa mugre subhumana en los altares de la patria. Entiendo a la perfección en qué consiste mi cometido, qué se espera de mí. He de ser yo personalmente quien les dé el pasaporte. De ese modo se certificará para siempre la distancia que, terrible paradoja, me une a esos desgraciados. Ha de entregarlos uno de los suyos para que no recaiga la responsabilidad histórica de la degollina sobre la causa, que ha de permanecer impoluta: cargaré esa pesada losa sobre mi espalda. Ya lo dijo un antropólogo en cierta ocasión, un tipo muy prometedor años atrás llamado Manuel Delgado, autor de un magnífico libro titulado “De la muerte de un dios” y que más tarde hizo llamarse Manel, no sé si Prim:“Odiamos todo aquello que nos recuerda a nosotros mismos”.
A ese pobre diablo, como a mí, le tocó lametonear un considerable número de nardos para ser aceptado en el club. Por entonces se pitorreaba del nacionalismo identitario, pero últimamente le sacaban por la tele para quitarle hierro a la violencia terrorista inspirada en claves étnicas, coincidiendo casualmente con las negociaciones del gobierno con ETA. Pero esa disposición lacayuna a la felación intelectual no le ha servido de gran cosa, pues le he visto subir a uno de los vagones entre las compactas filas de deportados, con su hatillo al hombro. Pero, pero… eso no es todo…

Mi paciente se agita nerviosamente en el diván, parpadea, patalea, babea, gimotea, pero no cede un ápice su sólida erección.

-… También veo a una anciana que me recuerda a mi madre… Dios, la obligan a subir a empujones a uno de esos pestilentes vagones de ganado… un mosso de Saura le clava un culatazo de su tercerola Mauser en el costado. La pobre se dobla, aúlla de dolor. Gira la cabeza y me ve, me reconoce… me fulmina con su mirada… no abre la boca, no grita, pero advierto un severo reproche en su expresión y aunque telepáticamente me dice… “Te perdono”… también me pregunta desolada: “¿Por qué te avergüenzas de tu gente?”

Mi paciente llora a lágrima viva, babea copiosamente y cambia de idioma pasando al catalán:

-No sóc fill seu!... No sóc espanyol, no sóc un andalús llardós i fastigós… no sóc un espanyol fill de la gran puta!... Sóc català, collons, un català de soca-rel!... I puc anar al Liceu com ara un d’ells... i als guardons literaris també... i esmorzar amb el president de La Caixa, d’ Òmnium Cultural i del Cercle d’Economia… no m’avergonyiu més... deixeu-me, si us plau...

Las facciones de mi paciente se contraen en un rictus grotesco, en la fea mueca del orgasmo. En efecto, se ha manchado los pantalones. Cae en un estado de sopor, de pesada somnolencia, como zombizado. Al cabo de unos segundos se normaliza su ritmo respiratorio. Apago el magnetófono. Es su pesadilla recurrente.

1 comentario:

Reinhard dijo...

Apreciado Tolerancio:
Montilla me recuerda al gran gestor del exterminio en las filas de las SS: el obersturmbanführer Adolf Eichmann. Era un tipo bajito, gris, poquita cosa y poco dotado intelectual y culturalmente,, pero de una eficacia demoledora y fiel cumplidor de las órdenes recibidas.