viernes, 11 de abril de 2008

Boicot olímpico


Hemos sabido que el afamado cineasta estadounidense Steven Spielberg promueve un boicot de última hora a los Juegos Olímpicos que este verano han de celebrarse en la capital china, antes llamada Pekín y que ha sido rebautizada como Beijing por muchos periodistas, razón que habría de animarnos por la misma regla de tres a decir London, hablando o escribiendo en español, al referirnos a la capital del Reino Unido, que, a su vez y por coherencia, habría de ser United Kingdom. Luego la idiotez no es patrimonio exclusivo de los artistas y cineastas, españoles o americanos, sino también de la muy noble y en ocasiones injustamente denostada profesión periodística.

Lo cierto es que el prestigioso cineasta americano se ha desmarcado del proyecto olímpico. El gobierno chino le había contratado… -largándole una buena pasta, suponemos, que por otra parte no necesita el genio del septeno arte, forrado gracias al taquillaje de la saga Indiana Jones y de otras cintas de éxito, algunas francamente excepcionales como La lista de Schindler-… para promocionar el evento a escala mundial, evento que tampoco precisa mucha promoción, pues una verbena consistente en competiciones atléticas y deportivas suscita por sí sola la atención de medio mundo a causa de la avidez globalizada de ocio y evasiones. Al tiempo que los Juegos Olímpicos son utilizados por todos los países y/o gobiernos para sacar pecho en caso de obtener alguna medalla su delegación, convirtiendo la trola, la monserga, de la hermandad planetaria a través del deporte, impregnada de un irenismo conmovedor, en un codiciado recurso de exaltación patriótica y nacional, o plurinacional -discutida y discutible- en el caso concreto de España.

Steven Spielberg ha dicho que nones. El detonante ha sido, según declaraciones a la prensa, la política exterior del gobierno chino con relación a la tragedia de Darfur, a las matanzas de civiles perpetradas por islamistas radicales, toleradas, consentidas -sino alentadas- por el gobierno sudanés. Parece ser que China, hablamos de memoria y podemos equivocarnos, con presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU hizo valer su derecho a veto para impedir la condena del régimen de Jartum y el despliegue en la región de un contingente de interposición de los cascos azules, esos cascos que al ser divisados por las facciones armadas contendientes de medio mundo se echan a temblar… de la risa que les da.
Coincidiendo con el boicot de Spielberg se ha desatado una oleada de represión en el Tibet, con algaradas, manifestaciones y más de un centenar de muertos, amén de un número indeterminado de secuestros y desapariciones. Por lo que Spielberg tendrá a mano un nuevo motivo para avalar su decisión… salvo que considere que la intervención de las autoridades chinas, en el caso tibetano, no concierne a su política exterior, sino a su política interna.

Y es que el busilis de la cuestión es ésa precisamente. A Spielberg, ese gran cineasta, pero, a lo que se ve, idiota como pocos, tanto que podría pasar por cineasta español, le enoja la política exterior China, mira tú por dónde… pero no le irrita la política del régimen chino para con los chinos, como si estos vivieran en un paraíso terrenal de libertades. China ya era una dictadura, y una dictadura feroz, cuando el fifiriche de Spielberg suscribió ese jodido contrato olímpico. ¿O no se había enterado haciendo gala de una olímpica ignorancia? Se cuentan por millones los chinos asesinados a causa de la planificación del crimen a escala industrial ejecutada con denuedo por el Politburó pequinés desde tiempos de Mao, ese carnicero extravagante que durante décadas se la puso tiesa a la progresía occidental (Tolerancio recuerda a algunos condiscípulos del Bachillerato con el Libro Rojo de marras en el cajón del pupitre dándoselas de jóvenes levantiscos y contestatarios, uuuyyy… y que hoy no recuerdan, fíjate tú, esas edificantes lecturas de mocedad).

Nos quieren vender la moto de que las autoridades chinas lavan, rascando a fondo, la fea cara de su legado político y regimental… ¿Será por sus ímprobos esfuerzos en materia de respeto a los derechos humanos? Hemos sabido que China, a la cabeza del ranking anual de ejecuciones, cierto que su demografía colosal le permite liderar diferentes tabulaciones estadísticas, del tipo que sea, ha decidido sustituir el tiro en la nuca -la munición, hasta la fecha, la costeaba la familia del reo sentenciado a la pena capital- por la inyección letal, método, no sabemos si menos drástico o abrupto y si más acorde a los tiempos presentes… novedoso procedimiento para el que el gobierno chino pretendía fichar -como a Spielberg para promocionar las Olimpiadas- al doctor Montes del hospital de Leganés, consumado especialista en jeringazos y, a mayor abundamiento, afecto a la ideología del citado régimen.

Lamentablemente tamaño avance registrado en materia de derechos humanos no ha cundido cuanto fuera deseable. El vecino régimen coreano no se ha beneficiado aún de tan alentador progreso y se ha filtrado que durante una reciente ejecución celebrada en un estadio capitalino, abarrotado por más de cien mil personas, se produjo un infausto accidente y a causa de una avalancha humana, al abandonar los espectadores el recinto deportivo, transformado por espacio de unas horas en un monumental patíbulo, murieron aplastados 6 desgraciados en un cruel sarcasmo de la fatalidad. Esto es, acudieron, acaso a desgana a una ejecución a modo de gaudio y esparcimiento, ya saben: o vas o te llevan de las orejas, y de propina la espichan 6 más, que acabaron esparcidos, pero de verdad, elevando a 7 el número total de bajas.

En resumidas cuentas a Spielberg le fastidia un rato la política China respecto al sangrante y olvidado conflicto en Darfur, y quizá también el de Tibet, pero, hablando en términos fácilmente comprensibles, y por ello me permitirán la siguiente licencia, le suda la polla -como antaño a Fernando Savater la idea de España- la política china en China.

A todo esto el COI afirma no entender de asuntos políticos… mostrando eso sí cierta preocupación por el alarmante nivel de contaminación que registra el gigante asiático, circunstancia que guarda quizá alguna relación con su vertiginoso desarrollo industrial impuesto, velis nolis, con apisonadoras y carros de combate, propiciando migraciones interiores y desplazamientos forzosos de millones de individuos a bayonetazos, es decir, por motivos políticos.
El campeón etíope de la prueba de maratón ya ha dicho que a él lo esperen sentado. Que no se juega el tipo por una medalla. Un tiparraco llamado Verbruggen, representante del COI, esa benemérita institución, dechado de humanas virtudes y reñida con cualquier componenda, soborno, conchabanza o comisión de tapadillo, ha manifestado que nada tiene que decir de los supuestos excesos del régimen chino en Tibet como nada diría tampoco, si las Olimpiadas se celebrasen en España, de la insensibilidad de su gobierno con relación a las demandas soberanistas de los nacionalistas vascos, de los combativos guerrilleros de ETA. Ponderada observación que no ha merecido, que sepamos, réplica o protesta formal alguna ni del Comité Olímpico Español ni del gobierno de la nación -de naciones-. Esa es la consecuencia lógica, qué se esperaban, de dar cancha y legitimidad a ETA, llevando mociones negociadoras y otras concesiones vergonzantes a foros internacionales como el Parlamento Europeo. No ha transcurrido tanto tiempo desde entonces como para haberlo olvidado.
No tratándose de una rectificación, pero quitando hierro al asunto y para congraciarse con autoridades y paisanaje patrios, el señor Verbruggen, apellido que suena a onomatopeya de cólico, de borborigmo intestinal, añadió que también el COI adoptará el Chiki-chiki como himno inaugural de los Juegos de Pekín.

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