Próculo Rótulo es un personaje de cómic. Todavía no ha nacido y ya está sentenciado. Como si hubiera caído entre las garras de un doctor Morín, el carnicero de la clínica Ginemedex, especializado en desmenuzar personajes de cómic en el seno materno de su creador.
Próculo Rótulo es un rótulo en español, cuatro trazos muy fáciles de dibujar, asediado por los agentes de la Gestapo lingüística que recorren nuestras calles y plazas como sabuesos huroneando el paisaje comercial para detectar, interceptar y multar rótulos levantiscos, rótulos disidentes. Los agentes de la Gestapo actúan a las órdenes de la implacable standartenführer Queta, que lo pasa bomba aplicando sopletes, electrodos, tenazas y otros refinados métodos de tortura a los rótulos detenidos. Cuando tiene uno delante le hinca su colmilluda dentadura en la yugular, como una vampiresa sedienta de sangre, le drena hasta la última gota y le deja más seco que la mojama.
Próculo, perseguido como un judío en la Almania nazi o como un protomártir cristiano por los centuriones de Diocleciano, a veces da esquinazo a sus adversarios, pero otras me lo cazan al pobre, siempre acosado, con la muerte en los talones, pero sin perder nunca su sentido del humor un pelín fatalista y de desollado vivo a lo Ciorán. Próculo Rótulo está abocado a la clandestinidad, al activismo en las catacumbas y una de sus fijaciones es dar con una rótula receptiva para acoplarse a ella y reproducirse y no ser el último espécimen de una estirpe rotulante en peligro de extinción.
Tolerancio ha ofrecido el copyright de Próculo Rótulo a todo el mundo, pero se ve que el no nacionalismo no dispone de tiempo ni de efectivos para ocuparse de una minucia como es construir referencias culturales concretas… en este caso un modesto personaje de viñeta cómica. Sólo le falta al iluso de Tolerancio poner un anuncio en la prensa: Se necesita dibujante para crear viñeta cómica no nacionalista a remunerar con el honorario sublime de la lucha por la libertad.
El no nacionalismo surge como reacción intelectual a los abusos de un fenómeno dominante, el nacionalismo, en las antípodas por su componente fundacional esencialmente anti-intelectual, prélogico, irracional, anclado en el sentimentalismo, en un sustrato emocional, en definitiva, tribal e identitario. Y por ello, como por higiene o prevención, el no nacionalismo vuelca su actividad casi al cien por cien en el ámbito racional, argumental y discursivo de las conferencias y los manifiestos, descuidando, ése es su talón de Aquiles, el activismo enragé y la difusión de unos lemas apropiados a la comprensión y asimilación del colectivo o de un segmento apreciable del mismo… pues el paisanaje, triste es decirlo, no está para muchas conferencias, funciones de ópera, conciertos de Schönberg, la crítica filosófica de Wittgenstein o Jürgen Habermas, o para la lectura y glosa de la teoría de los quanta de Pauli, Schrödinger o Eddington. Nuestro horizonte intelectual estadístico es el Chiki-chiki y aun para muchos su letra, su contenido, es demasiado profundo.
No se trata de hacer una crítica al no nacionalismo, sino de un ejercicio descriptivo de su manera de ser y actuar. El no nacionalismo, desterrado a los límites de la marginalidad a pesar de su elevado nivel intelectual, o precisamente por eso, pugna por ser entendido, comprendido en clave principalmente académica. Pretende convencer al adversario y al indiferente. Los no nacionalistas acuden a las conferencias como antaño los primitivos cristianos a las catacumbas para oír la palabra revelada, para darse ánimos en una muy respetable terapia de grupo, para conectar, para no morir solos, para lamerse las heridas unos a otros como chuchos apaleados… y renuncia a contender, por la colosal disparidad de fuerzas, en el campo de batalla de la propaganda. Lo que es un pelín absurdo pues nada se pierde cuando todo, o casi todo, está perdido.
Es evidente que ese truhán, buscavidas y rascapieles de Próculo Rótulo no corregiría, ni de lejos, esa desproporción apabullante, pero sí sería un granito de arena, una mota de polvo en el ojo del nacionalismo, un primer atisbo de icono inaugural, de referencia, un primer producto tangible -de lo que podríamos llamar cultura pop-art de la historieta cómica- de la disidencia no nacionalista. Un precursor. Hasta ahora el nacionalismo ha machacado personas, démosle pues un poco más de trabajo y obliguémosle a machacar también a un inocuo y simpático personaje de cómic.
Días atrás Tolerancio habló con una chica agradabilísima que dijo ser dibujante y tener buena mano para esa disciplina artística. Cuando Tolerancio le explicó el perfil de Próculo, la chica frunció el ceño. Le replicó, mire usted qué cosa, que estamos en Cataluña -Tolerancio era plenamente consciente en ese momento de la exactitud de sus coordenadas geográficas- y que no veía mal lo de las multas. Esa declaración de principios provocó una discusión a la que se sumó de grado un muy buen amigo de Tolerancia, saliendo a relucir diversos razonamientos.
Pensando más tarde en el episodio antedicho, Tolerancio advirtió, en primer lugar, la conexión misteriosa e inextricable entre un espacio geográfico delimitado, Cataluña, y esa particular acción administrativa llamada multa. Y al punto concluyó que Cataluña, qué terrible condena la suya, es tierra de promisión para tales actos, las multas. Hay una simbiosis casi perfecta entre Cataluña y multa como entre determinados pólipos y el cangrejo ermitaño. No sabe uno qué diantre pasa que en cuanto invocamos el nombre de nuestra patria bienamada llueven las multas sobre nuestras cocorotas como piedras sobre los menesterosos -símil copiado del título de una peli de Ken Loach-.
Qué fatalidad, a los catalanes -esa chica lo era y Tolerancio presume que perteneciente a lo que podríamos denominar progresía aborigen- nos van las multas, nos ponen, como dicen ahora. Las hemos incorporado a nuestra cosmovisión con una adocenada y pasmosa naturalidad. Multas para esto, para aquello o lo de más allá, multas a troche y moche, multas por doquiera, por cualquier cosa, en todo momento y ocasión. Multando que es gerundio. ¡Joder con las jodidas multas!
Uno puede entender que se multe a un fulano por mear en la calle (aunque las autoridades municipales podrían instalar mingitorios públicos como en otras capitales europeas para evitar incidentes tan deplorables), por saltarse un semáforo en rojo poniendo en peligro la vida de los peatones, por tocar el tambor a las tres de la madrugada interrumpiendo el descanso del vecindario, o a las empresas por descuidar las más elementales normas de seguridad e higiene en el trabajo si se deriva riesgo o daño para los trabajadores… en definitiva, por causar molestias o lesiones a terceros, pero… ¡Por rotular un comercio, un jodido comercio, mi comercio, su comercio de usted… que a nadie obliga a adquirir los productos a la venta apilados en las estanterías!¡Qué rebuscado, sofisticado y perverso puede llegar a ser el extravagante vicio de las multas!
La chica, insisto, replicó que estamos en Cataluña. No sirvió de nada recordarle que en Cataluña precisamente hay dos idiomas oficiales, y uno de ellos, el castellano o español, es el idioma materno de la mitad de los catalanes, multados llegado el caso por hacer uso de él, de su propio idioma, en su expresión escrita y muy específicamente en esa modalidad concreta que es el ámbito comercial, esto es, por anunciar a los viandantes -que pueden pasar de largo si les place ante la puerta- la venta de colchones, de pimientos o de tapones de gaseosa, actividades connotadas entonces y por esa causa con el tenebroso estigma del delito, de la conspiración urdida para provocar la fractura social… uuuyyy, qué atrevimiento, qué indecencia… ¡Rotular en castellano… -la conversación referida se desarrolló en ese pérfido idioma-…pues no hay que ser hijoputa para perpetrar tamaña fechoría!
Lo que no vale para Perpiñán, Prats de Molló o Prada de Conflent, territorios franceses de habla catalana -si bien de muy minoritaria difusión a pesar de los delirios expansionistas del pancatalanismo lingüístico-, es decir, la multa administrativa a los comerciantes catalanes de un departamento francés por rotular en francés sus comercios, vale para nosotros, siendo la nuestra, nuestra Cataluña de acá, la Cataluña cispirenaica, propensa a las castradoras multas de los cojones, a ese meticón e insoportable intervencionismo rotulador de las palurdas autoridades nacionalistas.
Pero dentro de un establecimiento comercial, aún estando rotulado en catalán, también puede haber artículos etiquetados en español. Por lo tanto la multa -por expresión escrita- solo se impone en la puerta pero no de puertas adentro. Revistas y diarios, expuestos a la venta en los quioscos, con sus cabeceras en español y visibles desde la vía pública, qué horror (El País, El Periódico, La Vanguardia o el cuasidiario semigratuito Público), también forman parte del paisaje comercial y no son multados. No se trata de dar ideas, no las vayan a hacer suyas poniéndolas en solfa.
Pero por la misma regla de tres, viendo que la expresión escrita del idioma es susceptible de ser multada sin que a muchos cause extrañeza, cualquier día lo será la expresión oral, como una derivada auspiciada por la situación precedente… no entendiendo Tolerancio la actual distinción, pues la coherencia de la propia dinámica multadora habría de llevar de una a otra por, insistimos, la disparatada lógica del proceso. Multados por escribir en la vía pública -mediante rótulos comerciales, y acaso en breve los pedigüeños que redacten en castellano sobre cartones sus textos petitorios de auxilio-… ¿Y por hablar no?... No es tan descabellado deducir que un día se multará por hablar si ya se multa por escribir en determinadas circunstancias.
Con el tiempo -Tolerancio se juega el bigote- deambularán por la calle agentes de incógnito -ya hay agentes cívicos en algunos municipios cuyas atribuciones podrán ampliarse a funciones admonitorias o sancionadoras en materia lingüística- prontos a multar al forajido que utilice en la vía pública la expresión oral del idioma proscrito, obligándonos a muchos, para esquivar el sablazo y como táctica defensiva, a deformar el idioma convirtiéndolo en una jerigonza, en un criptolecto tramposo (añadiendo, por ejemplo, una reduplicación silábica con la p, de tal suerte que diremos, No señor agente, no hablaba en español, pues decir “hopo-lapa Luipi-sipi-topo” por “ hola, Luisito” no es español).
Un buen amigo que terció muy agudamente en la controversia introdujo impecables argumentos que interesan a la subvención con dinero público, es decir, de todos, y no de nadie como sostuvo meses atrás un miembro del gabinete ZP, para la mudanza idiomática de rótulos, beneficiando a grandes áreas comerciales que cargan al bolsillo de los demás la factura de la pureza rotuladora incrementando su ya boyante margen de beneficios. Pero ni por esas. Es un hecho constatado: la progresía lobotomizada de hoy ha pasado del Prohibido prohibir, aquel lema que hizo fortuna en mayo del 68 y que ya es agua pasada, por Se recomienda prohibir y mejor aún multar.
Ya metidos en harina y a calzón quitado, a esa chica le recomienda el patán de Tolerancio, que nadie es para recomendar nada en absoluto, que no malgaste agua, por ejemplo, no sea que la multen por cuenta del trasvase encubierto del Ebro que nos van a colar tan ricamente, ese trasvase que antes no queríamos y ahora sí, y que parece poco menos que la piedra angular de nuestra subsistencia como comunidad nacional.
También le recomienda Tolerancio, si fue nuestra encantadora amiga una entre aquellos millares de personas entusiastas que engalanaron otrora su balcón con pancartas antitrasvasistas que cambie el adverbio inicial, No, de No al Trasvase por Sí, de Sí al Trasvase o Sí a la aportación puntual de agua, que es como llaman ahora a los trasvases y que es el caramelo bonitamente envuelto que vamos chupar con feliz y agilipollada delectación.
Llegará el día en que agentes destacados a domicilio -por quienes tienen patente de corso para hacer cuanto les viene en gana- dirán a los vecinos: Venimos a meterle un hierro candente por el culo a su puta y anciana madre… ordenanza a la que la mayoría responderá con la sonrisa babosa del ilota, adoptando el paso de cangrejo del esclavo y dejando la entrada expedita: Magnífico, pasen… les estábamos esperando, mientras suenan en los receptores de radio, como atorrante música de fondo, los compases narcolépticos del Chiki-chiki.
Próculo Rótulo no ha nacido aún y no tiene quien le quiera, le dibuje o le escriba. ¡¡¡Liberad a Próculo!!!
PS.- Tolerancio se toma unos días de asueto pero en breve volverá a la carga. No se librarán de él tan fácilmente.
Llegará el día en que agentes destacados a domicilio -por quienes tienen patente de corso para hacer cuanto les viene en gana- dirán a los vecinos: Venimos a meterle un hierro candente por el culo a su puta y anciana madre… ordenanza a la que la mayoría responderá con la sonrisa babosa del ilota, adoptando el paso de cangrejo del esclavo y dejando la entrada expedita: Magnífico, pasen… les estábamos esperando, mientras suenan en los receptores de radio, como atorrante música de fondo, los compases narcolépticos del Chiki-chiki.
Próculo Rótulo no ha nacido aún y no tiene quien le quiera, le dibuje o le escriba. ¡¡¡Liberad a Próculo!!!
PS.- Tolerancio se toma unos días de asueto pero en breve volverá a la carga. No se librarán de él tan fácilmente.
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