viernes, 16 de mayo de 2008

No todos están invitados


Hay en cartelera una película que aborda el fenómeno del terrorismo etarra titulada Todos estamos invitados. Dicen las críticas que es una buena película, que trata el asunto honestamente… -a lo que no estamos acostumbrados habida cuenta del aura de misterio y heroísmo que para muchos cineastas españoles siempre ha rodeado a los asesinos de ETA, los mismos que han baleado, abrasado o despedazado a bombazos a unas 1.004 personas*, 4 más de las que admitía Pachi López cuando la cuenta iba por 1.000, lo que no fue óbice para que el interfecto continuara reuniéndose, él u otros compañeros de partido, con los emisarios de la banda criminal tras el atentado de la T4-… y que la cinta denuncia sin ambages el sinsentido de la dinámica y de la violencia terroristas.

He aquí una breve sinopsis argumental: cuenta Todos estamos invitados que un terrorista, interpretado por Óscar Jaenada, todo un acierto, sufre un accidente y entra en una fase amnésica, no llegando a recordar qué circunstancias motivaron su ingreso en la banda terrorista y qué razones le animan a dar matarile a otras personas. De este modo nos presentan una suerte de literaria metáfora de la violencia terrorista, si no meritoria, de original planteamiento.
En efecto, el etarra de la peli mata, pero no sabe por qué. Y puesto que todos estamos invitados parece que el sujeto está dispuesto a llevarse por delante a quien sus jefes le señalen sin hacerse preguntas o cuestionar las órdenes, con arreglo al conocido mecanismo de la obediencia debida, el mismo que alegaron militares argentinos para quitarse de en medio en los juicios por la feroz represión de aquella dictadura.
Por deducción, la moraleja no es otra que no hay motivo para matar y que cualquiera puede morir como víctima de uno de esos atentados, sumido el discurso narrativo de la película en una suerte de automatismo robótico, a piñón fijo, que sería, como indicábamos, el trasunto fidedigno, el intríngulis, el pálpito y latido, la causa o motor en última instancia del fenómeno terrorista.

La tesis de la película, sin pretenderlo, desdice al presidente Zapatero cuando dijo en su día, y siempre se lo recordaremos, que el terrorismo tiene su causa y origen en un mar de injusticias. Esas injusticias insoportables sobre las que teorizan acaloradamente los candidatos a ingresar en ETA cociéndose a vinitos y cubatas por los bares de San Sebastián. El equipo de producción y realización de la peli, no sabemos si por la oportunidad de la hora, tras la ruptura de negociaciones con la banda criminal, se distancia de la doctrina Zapatero y parece instar, a toro pasado, a una suerte de inmotivada ceguera terrorista por analogía con la amnesia del protagonista.
Hace 2 años -época inolvidable de los hombres de paz como Otegui o de las ofrendas florales a la abogadesa Goiricelaya, esa señora de mirada franca y transparente- no habrían rodado una peli como ésta ni de broma. Y menos con Óscar Jaenada como protagonista. Había que ver el mal rato que pasó el pobre cuando le entrevistó Buenafuente en su late-show de La Sexta hace unas semanas por cuenta del estreno. El hombre se escurría del sillón, evitando la cámara, tragando saliva -los focos le provocaron una copiosa y descontrolada sudoración como a un sospechoso sometido al tercer grado- y diciendo sin demasiada convicción y con la boca pequeña que los artistas están comprometidos… con no recordamos qué.

Pero hay un doble engaño. En el título y en la trama. Por eso Tolerancio no la verá jamás, ya no en el cine, ni siquiera en la tele, si la pasan algún día… como no sea descargada de internet, que es, por otra parte, el sistema preferible para ver cine español por llevar la contraria a los sablistas de la SGAE. Hay, decimos, engaño duplicado, porque ni título ni trama son ciertos… no se corresponden con la realidad. De entrada no es verdad que todos estemos invitados. Unos lo estamos, o lo están, más que otros. ¿Quién fue quién dijo que los no nacionalistas no tienen derecho a vivir? ¿No fue por ventura un senador del PNV? Ya tenemos la primera inexactitud.

Los no nacionalistas tienen más boletas, sino todas, para morir en atentado etarra que los nacionalistas. Cuando el asesinato es selectivo rara vez le dan mulé -cierto que ha habido algunos casos- a un nacionalista. Años atrás atentaron contra un empresario guipuzcoano del PNV y salió por la tele -ya ha llovido, pero Tolerancio tiene buena memoria- el señor Sudupe diciendo contrariado, llorando y apretando los puños: Han matado a uno de los nuestros… este atentado ha sido un torpedo contra la línea de flotación del nacionalismo, dando a entender, que hay nuestros y no-nuestros, es decir, otros. Que hay grados de cercanía respecto de las víctimas según su filiación política. No se recuerda al tal Sudupe verter una lágrima en atentados anteriores, dirigidos contra otros-no-nuestros, como si sus lágrimas resbalaran por sus mejillas administradas a voluntad con dosificador. Los atentados contra nacionalistas son una excepción, sino una entre mil, sí una entre cien. Ergolos nacionalistas, los que llaman moderados, es decir, los trajeados, aquellos que no se manchan las manos con sangre directamente, están menos invitados que otros.

Pero también hay prioridades entre no nacionalistas, o quienes dicen no serlo, según la coyuntura política o la estrategia adoptada por la banda terrorista. Odón Elorza dice ser no nacionalista, pero tiene menos posibilidades de recibir la invitación, una carta del tarot con esqueleto y guadaña pintados, que Regina Otaola. Cierto que la cúpula encapuchada puede modificar puntualmente su táctica e invertir la prelación mortuoria a modo de escarmiento, pero es indiscutible que los no nacionalistas, si se mantienen firmes en su condena a los crímenes y postulados de ETA, se ganarán por más tiempo la animadversión de los comandos. Aunque Roma no paga (no perdona) a traidores, como principio general lamer el negro culo de los terroristas y brindar con champán cuando anuncian treguas de pacotilla ayuda a demorar el fatal tiro en la nuca.

Cuando el atentado selectivo va dirigido contra un periodista, por ejemplo, no todos los profesionales de ese nobilísimo gremio corren el mismo riesgo u honor de recibir una de esas invitaciones, por ejemplo, en formato de caja de puros habanos, como le llegó una a Carlos Herrera. Aquellos contertulios que, en la reciente y mezquina fase de respaldo a la negociación/rendición ETA/ZP, que algunos jamás olvidaremos, cantaban las bondades del proceso y llamaban enemigos de la paz a quienes se oponían a los tejemanejes gubernamentales, suscribieron tácitamente con los pistoleros de ETA una suerte de salvoconducto, de póliza de vida, a cambio de poner su honra en holganza.
Quizá no sea un salvoconducto vitalicio, a prueba de bombas, pero te asegura que otros, no muchos -pues es éste un país de cobardes- te precedan en la lista por una buena temporada. Los Enric Sopena y señora, Mariantonia Iglesias, Rafa Torres, Antón Losada, Gemma Nierga, o nuestra idolatrada Mónica Terribas… -ascendida en el organigrama de la RTV regional, no sabemos si a gusto del señor Joan Ferran, ese diputado del PSC que ve costras nacionalistas en medio de llagas monstruosas, tras acudir 25 años tarde al oculista para graduarse la vista-… tan obsequiosa siempre con Arnaldo Otegui cuando lo sentaba delante de sus narices en el plató de La nit al dia… saben que corren menos riesgo de recibir la invitación siniestra en su buzón que no otros.

Existe otra modalidad de atentado: el que llaman indiscriminado o no- selectivo. En realidad los atentados indiscriminados no lo son tanto. Cierto que no saben sus desalmados autores con antelación y exactitud nombres y apellidos de las víctimas. De entrada si ponen una bomba en un restaurante, la pondrán en Madrid, Valencia o Calasparra (no ya en Barcelona, pues ése fue uno de los acuerdos suscritos entre Carod Rovira, en nombre de la Generalidad de Cataluña, y ETA, siendo ésa su primera misión diplomática o embajada, en sentido estricto, inaugurada en el exterior, concretamente en Perpiñán, mucho antes que la de Berlín) con más probabilidades que en una sociedad gastronómica de Azpeitia. Es poco probable que la hipotética bomba del restaurante madrileño se lleve por delante a un simpatizante de la causa, a un militante batasuno, como no se trate de una casualidad, con tan mala pata de haber elegido el local equivocado entre mil, aunque podría darse el caso. Vale que en todas partes hay simpatizantes de ETA (miles de votos directos en toda España cuando Herri Batasuna presentaba sus candidaturas a las europeas), pero la densidad demográfica de los mismos varía de unas zonas a otras: en el Goyerri es mayor que en Las Hurdes y ése es un dato que tienen en consideración los terroristas cuando diseñan sus operativos.

Y por último, aunque podríamos añadir muchas más cosas, no cuela esa novedosa metáfora de la amnesia y de la desmemoria, de esa rutina criminal que solapa y olvida la causa que inspira o motiva los atentados. ¡Qué embrutecimiento absurdo!... parece decirnos el guionista… En el fondo… ¡Qué desgraciados son!… ¡No saben ni por qué matan!... ¡Criaturas!... Ya lo dijo Rafa Torres en una de sus magistrales intervenciones en una tertulia televisada… también los etarras deben de sufrir lo suyo cuando se ven abocados a esa vida de forajidos, clandestina y teñida de horror... No debe de ser nada fácil vivir tan cerca de la muerte, aunque sea la de otros… ¡Qué penita nos dan!

Si el protagonista y el guionista de la peli han olvidado el motivo de esa vida abocada a la clandestinidad, relativa por otra parte -pues sus cómplices se han presentado tan ricamente a las últimas elecciones municipales, vale que no en todas partes, pero sí en las localidades con mayor implantación batasuna, gracias a los impagables servicios del Fiscal General del Estado, señor -sic- Conde Pumpido-, pues se lo recordamos en un periquete, sin necesidad de hipnosis regresivas u tras terapias heterodoxas.
Los etarras matan porque son nacionalistas que odian España. Porque ese odio se lo han inculcado desde pequeños y esa animadversión a España es retribuida con admiración por muchos y alentada por gente como el senador del PNV que dijo que los no nacionalistas no tienen derecho a vivir. Unos señalan el camino y otros lo recorren en vanguardia. Porque el nacionalismo es bifronte, tiene dos caras, A y B, como un disco de vinilo o unos progenitores. La cara encapuchada que mueve el árbol y la cara más amable que recoge las nueces, según la acertada y evocadora metáfora de Arzallus.
Los terroristas, contra lo que sostienen quienes pretenden que no sepamos en qué consiste realmente ese fenómeno criminal, que en el caso etarra no es más que un avatar del nacionalismo identitario -no por otra cosa ETA nació en el seno del PNV, ese partido impregnado de las tesis racistas de Sabino Arana- y no algo que emerge de un mar de injusticias, según la doctrina ZP, no matan porque no sepan hacer otra cosa… matan porque matando, secuestrando, extorsionando, consiguen buena parte de sus metas, de sus objetivos políticos y más aún cuando tienen delante a alguien sin principios o con unos principios ambiguos y resbaladizos, aunque digan lo contrario el Papa de Roma o Su Majestad el Rey.
Los terroristas de ETA matan porque la muerte es su argumento fundamental y porque por cada oponente muerto, otros cien por miedo callan. Porque la amenaza permanente fatiga lo suyo y hace que muchos desistan y bajen los brazos. Porque cada muerte, cada asesinato, les acerca un pasito más a su paraíso terrenal, que es el infierno de otros. Y porque el miedo se propaga y difunde en ondas expansivas y muchos entienden que para evitar más muertes hay que ceder al chantaje y dialogar con los asesinos. Matan porque entienden que la muerte es rentable, y lo visto esta última legislatura avala esa teoría… y no porque no sepan hacer otra cosa o no recuerden por qué… de modo que déjense de metáforas más o menos ingeniosas y llamen a las cosas por su nombre, de lo contrario se harán un lío tremendo y se les desajustará la memoria, como al personaje de la película.

* 1.005, tras el atentado contra la casa-cuartel de la Guardia Civil en Legutiano, Álava.


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