sábado, 25 de agosto de 2007

Jan Palach/ mosén Xirinachs


Praga es una ciudad fascinante. Pasear por sus calles y plazas es una verdadera delicia. Rincones pintorescos asaltan al transeúnte al doblar una esquina. Nos saludan arañas la mar de lozanas, dicen dobrý den, buenos días, mientras colonizan las farolas de las callejuelas del Stare Mesto y tejen sus telarañas pacienzudamente, gordezuelas como si llevaran su abdomen repleto de pivo, que así llaman a la cerveza que se bebe a todas horas y por todas partes. Por eso agradece el turista la abundancia de casetas de baños públicos para aliviarse en el camino sin necesidad de entrar a otra pivnivice o taberna para usar el baño y tomar más cerveza o de incurrir a la fuerza en una conducta incívica, como observamos tan a menudo en Barcelona, exponiéndose al vituperio justificado del vecindario. Por un módico óbolo de 10 coronas, unos 0’30 €, uno se reintegra al paseo más relajado, aunque eche en falta la creación del bono-pis a semejanza del bono-bus para abaratar costes y completar el recorrido de varios días que requiere la capital checa sin pasar apuros de vejiga.

Otros muchos encantos adornan a esta mágica y hermosa ciudad. Monumentos que llenarían un catálogo turístico de cientos de páginas: agujas góticas por doquier, cúpulas barrocas o el puente de Carlos con más estatuas que el compendio escultórico de la ciudad de Barcelona. Y junto a la Praga Monumental esa otra Praga misteriosa, nocturna, hervidero de leyendas, del Golem del rabino Löw y de la judería con el viejo cementerio al copo de lápidas apiladas en un espacio minúsculo.
La ciudad transpira música, sin regulación municipal, en la calle, en clubes de blues y jazz y en capillas e iglesias que contienden entre sí en una cerrada justa sinfónica de programaciones diarias. Tolerancio recogió en unos minutos casi una docena de octavillas publicitarias de diferentes conciertos en distintos lugares con la misma hora de inicio: una variada oferta de iniciativas musicales privadas, muy a trasmano de nuestra culturilla subvencionada. Cuarenta años de socialismo real no han podido con Praga, nervio y pálpito de la cultura occidental. Verdadero corazón de Europa y no los alineamientos de nuestra política exterior de cuchufleta y matasuegras.
Además de aportar su ornato al puente de Carlos sobre el río Moldava, en Praga las estatuas las ve uno tan implicadas en la vida cotidiana que caminan y se confunden con los viandantes. Al contrario que en casa, donde los mimos de Las Ramblas, fingen una rigidez estatuaria tarifada, acá las estatuas abandonan sus peanas y se cruzan con uno tan ricamente. En efecto, las chicas de Praga son auténticos y colosales monumentos andantes, una reserva genética y escultórica de primer rango y cuya conservación habría de interesar a la estirpe humana y a la UNESCO, alta institución dirigida durante años por un mamarracho del calibre de Mayor Zaragoza. Además las piernas de las lugareñas tienen truco, pues alguna ignota articulación hace que éstas ronden el metro y medio de longitud. Quizá por esa peculiaridad anatómica los checos cultivan con profusión y maestría el arte de la marioneta: de cruceta, manuales, de mil formas y diseños distintos, en el secreto como están de proporciones y junturas óseas desconocidas para el resto de los mortales.

Pero esto es una bitácora y no un panfleto turístico así que dejaremos más observaciones para otra ocasión, como la pinta de borrachines empedernidos de todos los aurigas que conducen tiros de caballos por el centro histórico para solaz de los más románticos paseantes o los comentarios-gansada de los turistas españoles que difunden su creciente estupidez, a tono con el país en su conjunto, por los diversos rincones del ancho mundo -si bien nuestra impericia políglota nos impide glosar las bobadas de los turistas de otras nacionalidades, añadiremos, para tranquilizar al paniaguado nacionalista, señor Alzamora, que la imbecilidad se detecta por igual en todas las lenguas peninsulares, estando los catalanohablantes perfectamente homologados al resto de los turistas españoles, empecinados, todos a una, en una suerte de generosa difusión de su imbecilidad a escala continental-.

Otro de los hitos de Praga es la recordada inmolación del estudiante Jan Palach que se quemó a lo bonzo en la perspectiva de san Venceslao delante de un carro de combate soviético en enero del 69. La mano de hierro del Kremlin ahogaba con sus divisiones acorazadas la llamada Primavera de Praga. La pesada bota del comunismo aplastaba un brote de libertad. Cundió el ejemplo de Palach y un mes más tarde otro estudiante, Jan Zajik, siguió sus pasos. 20 años después se produjo una manifestación inspirada en parte en aquel episodio: comenzaba la Revolución de Terciopelo. Entre los detenidos estaba Vaclav Havel, que llegó a ser presidente de la república.
Recientemente hemos vivido en casa otra inmolación: la de mosén Xirinachs. En el fuero interno del suicida la motivación sin duda fue la misma que la del héroe checo: su libertad y la de su pueblo arrebatadas por la tiranía extranjera. Sólo que el escenario es muy distinto en ambos casos. Podríamos jugar a descubrir las siete diferencias como en los pasatiempos del diario. En un caso, como telón de fondo: el telón de acero en formato de tanque del Pacto de Varsovia con su longilíneo cañón apuntando a Palach entre ceja y ceja. En el otro, los delirios del nacionalismo soberanista aderezado con loas y alabanzas a los terroristas de ETA y las comprensibles distorsiones inherentes a la edad senil, en una bucólica y frondosa arboleda frente a ardillitas que roen bayas silvestres y agitan nerviosamente su colita anillada.

A las exequias de Palach no acudió ninguna autoridad. Al funeral de mosén Xirinachs no faltó ni uno de los relevantes cargos y prebostes del régimen nacionalista, con Carod, el turista de Perpiñán, al frente, como presidente en funciones por ausencia de Montilla. Zajik, dijimos, emuló a Palach incinerándose en vida. Pero aunque todos los nacionalistas de cierto rango y prosapia se deshicieron en elogios al finado, incluidos los portavoces del PSC, mosén Xirinachs no tiene aún a su Zajik que dé la réplica a su gesto heroico.

Tolerancio levanta su copa de slivovice y brinda por la memoria de Jan Palach. Na zdraví!

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