Desde la isla de La Gomera
Matt Damon es un actor americano. No siendo nuestra pretensión aventar tópicos desde esta bitácora, pues supuestamente hacemos en ocasiones un solapado llamamiento a la reflexión, vale la primera frase de este comentario por esta otra: Matt Damon es idiota. De donde se deduce que actor americano e idiotez son términos, sino equivalentes o sinónimos, casi. Se ha estrenado en las carteleras, recientemente, una película protagonizada por el mentado actor donde encarna a un agente secreto llamado Bourne en la ficción: El ultimátum de Bourne. Es evidente que nos tomamos cierta licencia y faltamos al respeto al actor americano en la cobarde seguridad de que no leerá este comentario y no interpondrá contra su autor querella alguna por injurias u ofensas. Si lo hiciera, estaríamos perdidos pues no habría defensa posible.
Cuando decimos que actor americano es sinónimo de idiotez podríamos añadir en su descargo que otra nacionalidad, española por ejemplo, elevaría el término connotado, idiotez, al supino registro de la categoría.
Matt Damon, junto a grandísimos actores -Susan Sarandon, Sean Penn, Tim Robbins y otros de trayectoria menos brillante como Alec Baldwin o el interfecto-, eximios representantes de la progresía de Hollywood, es víctima de una sátira cruel en una película ácida y desternillante de los creadores de South Park titulada Team America. Y es que Matt Damon ha descubierto la sopa de ajo y se ha descolgado con unas declaraciones de hondo calado, imprescindibles para instaurar el orden y concierto a escala planetaria. En efecto, según el actor, buena parte de los problemas que tiene el mundo desaparecerían si los estadounidenses viajasen un poquito más. Esto que suena muy bien no es más que un topicazo, flatus vocis, mera aunque florida verborrea. En definitiva, una chorrada. No está demostrada esa correspondencia entre viajar o kilometraje e ilustración y elevación espirituales. La prueba irrefutable es que los ciudadanos españoles, gracias a la mejora económica habida en la ultima generación, de unos 20 años a esta parte, quedando un excedente de nuestra economía doméstica para ciertas expansiones como la práctica del turismo, viajamos más que nunca pero no somos menos idiotas, sino todo lo contrario. No hay más que echarle un vistazo al patio y ver el nivel del personal y su grado de mutismo y conformismo aborregado.
La vanguardia, los abanderados somos, cómo no, los catalanes, los más inquietos y viajeros y, como movidos por el vengativo afán de contradecir a Matt Damon, optamos meritoriamente a ocupar uno de los primeros puestos de esa clasificación mundial de imbecilidad itinerante. Hay tenemos algunos destinos, por orden cronológico, donde hemos dejado una huella imperecedera: Perpiñán, Macao, Jerusalén, Finlandia (con pederasta incluido en la misión diplomática), Francfort y otros muchos. O personajes del calibre de Carod, Mikimoto o Alzamora ejerciendo como auténticos cancilleres del cretinismo patrio en el exterior.
Al señor Damon hay que aclararle que no por mucho viajar y ampliar horizontes se deja de ser un idiota, si lo es previamente. Que los billetes de avión no son antídoto o panacea para combatir la estulticia. Ahí tiene el ejemplo de su compañero de fatigas, Sean Penn, que aún está deshaciendo las maletas tras su gira por Venezuela donde se dedicó a besarle el trasero ancilarmente a ese cafre de Hugo Chávez dispuesto a perpetuarse en el poder porque se le ha puesto en sus genitales de primate. Mientras Sean Penn se dedicaba a decir ante la claca del cacique uniformado que le había gustado mucho lo que había visto, dejando a sus pies un charco de babas, es probable que a algún anónimo disidente del régimen bolivariano, arbitraria e ilegalmente detenido por los matones chavistas, le hubieran conectado en ese preciso instante unos electrodos en los cataplines. Pero es cierto, algunos deberían dedicarse a viajar, a viajar sin descanso hasta el fin de sus días.
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