lunes, 6 de agosto de 2007

Los argonautas en la red atunera


Semanas atrás vimos en la prensa la impactante fotografía de un pesquero español que faenaba por aguas del Mediterráneo, ocupado en la captura del salmonete o de la sardina. Sus redes arrastraban por superficie un numeroso grupo de inmigrantes ilegales rescatados de un naufragio en alta mar, agarrados allí por espacio de dos días. Si uno no estaba avisado de la tragedia que implicaba la instantánea habría pensado que esos infelices practicaban una suerte de multitudinario esquí náutico.

Se han producido recientemente episodios similares en aquellas coordenadas marinas y las autoridades de Malta y de Libia -que solo entran en razón, éstas últimas, a cambio de una buena morterada de parné, como se ha visto recientemente en el caso de las enfermeras búlgaras acusadas por el gobierno de Trípoli de propagar el SIDA entre los niños mediante transfusiones sanguíneas *- no quieren saber una palabra del asunto.

Hace apenas unos días casi 100 inmigrantes murieron ahogados al volcar su cayuco arrumbado a las Canarias poco antes de ser auxiliados por una patrullera española. Unos dicen que la tragedia se desencadenó por culpa de un golpe de mar y otros por un abordaje fortuito. Suma y sigue. La cifra es pavorosa y se calcula en miles las personas fallecidas en parecidas circunstancias en los últimos años. El testimonio de uno de los patrulleros era escalofriante: cuando ven desde la borda del navío de salvamento como mueren por docenas y nada pueden hacer por evitarlo. Rezan a su dios antes de ser tragados por las voraces aguas de la mar océana. Muchas víctimas proceden del interior del continente africano y ni siquiera saben nadar.

Y nada se puede hacer, dicen, para impedir esta sangría, esta suerte de incesante ofrenda a las divinidades del abismo. Si una multitud de aquellos países presume que en Europa hallará mejores condiciones de vida, de un modo u otro, se articularán mecanismos y rutas, ilegales, aunque más o menos consentidas, para dar satisfacción a ese afán compartido. Todo eso al margen de las leyes que combaten, sin excesiva diligencia, la inmigración ilegal o que persiguen el tráfico de seres humanos. Ahora bien, si se promulgan leyes laxas o que contienen resquicios para desincentivar adecuadamente ese fenómeno se contrae cierta e innegable responsabilidad.
Es obvio que un adulto, si decide jugársela en un cayuco, es responsable de su propia suerte. También lo es quien le proporciona medios, a cambio de un peaje abusivo, para burlar la vigilancia e iniciar la procelosa travesía. Pero no queda exento de culpa quien permite que, a costa del redactado de la ley, proliferen mensajes que invitan al optimismo a quienes ponen en riesgo su vida y deciden zarpar en esas precarias cáscaras de nuez flotantes. Pero algunos no tienen, se ve, el menor remordimiento. Basta con decir que no se pueden poner puertas al mar o que el hambre y la explotación son los únicos responsables de esos descontrolados movimientos migratorios. Que es como lavarse las manos a la manera de Pilatos a costa de la muerte por ahogamiento de miles de personas, adultos y niños.

Al legislador nada se le puede decir o hacer, pues jamás su supuesta responsabilidad por incitación al naufragio o por auspiciar falsas esperanzas o expectativas, podría probarse o sostenerse ante una improbable instancia judicial, de ámbito internacional, que se constituyera para impedir esa gigantesca catástrofe. Sólo cabe desearle que le persiga en sueños, en horribles pesadillas, la imagen de esos náufragos agitando sus brazos desesperadamente antes de desaparecer sumergidos bajo el agua para siempre como onerosa retribución a su participación necesaria -leyes y procesos extraordinarios de regulación- en esta mastodóntica tragedia. Ojalá no pueda conciliar el sueño hasta el día de su muerte.

* Hemos visto en la prensa una foto de Sarkozy estrechando la mano de un displicente coronel Gadafi, con una suerte de pañolón al hombro y gafas oscuras. Si han tenido la misma impresión que Tolerancio, habrán concluido que el tipo de la foto no era Gadafi, sino un doble. Salta a la vista. Por cierto que el régimen de la Al-Yamahiria libia ya no forma parte de la idílica geografía mundial soñada y loada por la progresía, tan anhelante de paraísos terrestres como cambiante y tornadiza en sus juicios y edénicas preferencias. Ha perdido puntos. Otros ocuparán su puesto. Véase la edificante gira del actor Sean Penn por la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez.

1 comentario:

Butzer dijo...

Hay que ver entonces la de legisladores insomnes que habría en este país.
En cuanto al tema de la inmigración ilegal en España es preocupante la cantidad de gente que se ahoga en nuestros mares.
Eso sí, sin dejar las tragedias humanas de lado, he de decir que llega muchísima más inmigación ilegal desde Francia por el coladero de fronteras que tenemos, que por el estrecho.