lunes, 17 de septiembre de 2007

Carod en el Tibet


Uno de los mejores álbumes de Tintín sitúa la emocionante aventura en el Tibet. Allá acude el intrépido reportero en compañía del capitán Haddock y de su inseparable perrito Milú para rescatar a Tchang, El loto azul, tras un accidente aéreo en las nevadas cumbres del Himalaya. Afortunadamente el bueno de Tchang sobrevive gracias a la ayuda de El yeti, que es, todos lo celebramos, una bestezuela tímida y entrañable.

El líder político y espiritual de los tibetanos, el Dalai Lama, nos ha honrado recientemente con su visita. Al quite, los diseñadores y publicistas del catalanista way of life le cursaron invitación para fechas coincidentes con la celebración de la Diada y con ánimo confeso y evidente de que tan insigne y admirado personaje, referente del pacifismo y del buenismo mundiales, estableciese supuestos paralelismos entre el Tibet sometido a bayonetazos por el régimen chino y Cataluña sojuzgada y expoliada por España.
Pero no se salieron con la suya. Cierto que el prohombre del budismo, afable huésped de contenidas formas -le basta para su frugal refrigerio una escudilla de arroz hervido-, le colocó a Carod un pañuelo ritual, o cata, al cuello o en la cabeza, como sincero acto de agradecimiento, avisado por sus asesores de que esa augusta testa ya fue distinguida en su día, como el nazareno, con una réplica de una corona de espinas ante los históricos muros jerosimilitanos. Testa, la de Carod, que por razón de su amplio perímetro craneal admite todo tipo de complementos para el ornato capital masculino.

Si han leído alguna de las obras de Lobsang Rampa, como El tercer ojo -y no hagamos chistes fáciles- difundidas en los años 70 en España por la editorial Destino, sabrán que los lamas del budismo tibetano están hechos de otra pasta. Obtienen un rendimiento extraordinario de su cerebro, impensable para el sedentario y acomodaticio hombre occidental, y su capacidad de resistencia física al dolor y a pruebas exigentes y duras no conoce parangón. Son capaces de levitar tan ricamente, se escinden a voluntad de su cuerpo en sueños para realizar viajes astrales a distantes confines del planeta sin contratar los servicios de Viajes Halcón, respiran sin mover unas finísimas laminillas situadas bajo las ventanillas de la nariz a guisa de entrenamiento para la meditación, emiten sonidos heterotópicos allende el aparato fonador, gozan, entre otros muchos, de los dones de la telekinesia y de la telepatía y pueden arrastrar un carro de combate con las pelotas.
Quizá todo sea una exageración, pero Tolerancio vio en un documental como esos simpáticos monjes de reluciente calvorota celebran la llegada de la primavera dándose una duchita la mar de tonificante debajo de placas de nieve durante el deshielo, sin hacer una sola mueca, un mohín desaprobatorio, y esa proeza le basta para sentir por ellos no poca admiración.

No contaban con esa pasmosa y heroica resistencia del Dalai Lama, acreditada por las antecitadas y sorprendentes facultades, y aunque le insistieron en un aparte para que largara unas declaraciones al gusto nacionalista, no obtuvieron el resultado apetecido. Por eso, nos dicen fuentes dignas de todo crédito, que el líder tibetano fue llevado a un rincón del palacio de San Jaime, entre bastidores, y le instaron una vez más a que equiparase Cataluña y Tibet. Ante una nueva y decepcionante negativa sus anfitriones trocaron astilla por palo y adoptaron medidas más drásticas. En efecto, le colocaron unos auriculares y le enchufaron sin escrúpulos una hora entera de audición de temas interpretados por Nuria Feliu y Guillermina Motta. Y el hombre hubo de dar su brazo a torcer entre espeluznantes alaridos de dolor e incontenibles y espasmódicas arcadas. Para una cosa así no los preparan en sus monasterios y pagodas. La hipotética repetición de la crudelísima tortura, infinitamente peor que todo el refinado repertorio de los muy doctos agentes de la checa pequinesa, le provocó un escalofrío de terror que recorrió todo su venerable espinazo.
Con todo y con eso el Dalai Lama accedió a realizar una, en el fondo, intrascendente declaración, muy diplomática, genérica, acerca de las ansias de libertad de los pueblos tibetano y catalán. Poca chicha para tanto despliegue mediático.

Y el Dalai Lama se fue, cierto que no por los aires agitando los brazos como si hubiera ingerido un par de latas de Red Bull, sino en una aeronave comercial, cavilando como superar el karma, escapar de la tediosa rueda de las reencarnaciones, alcanzar el nirvana y fundirse en Buda o ser un buda, que no un hijo de buda. Tentado anduvo, dicen, Carod Rovira, de convertirse en discípulo del maestro, del idolatrado gurú, y caminar a su lado por los senderos del ancho mundo para impregnarse del inagotable venero de sabiduría del maestro con una escudilla en la mano para recoger modestos óbolos y alimentos que ayuden al sustento de ambos y un balde para depositar las impurezas inherentes a la condición mortal. ¡Cuanto bien le haría a Carod pasarse una larga temporada en el Tibet pastoreando rebaños de yacs y poniéndose morado a base de yogur elaborado con leche recién ordeñada!

2 comentarios:

Astolfo Hynkel dijo...

Como ocurre con el resto de sus artículos, también éste refulge por el fondo y por la forma. Bueno, en este segundo aspecto sólo hay que poner un pero: "con todo y con eso" es una una "catalanada" que debería sustituir por "a pesar de eso".
Respecto al comentario consiliativo que como remate dedica al cuarto vástago de un picoleto maño franquista, sin duda sería beneficioso para Rovireche, mas no así para los sufridos tibetanos. Bastante tienen estos con aguantar a esos vecinos con sueño atrasado de años, como en insuperable greguería explicaba Ramón Gómez de la Serna la rasgadura de los ojos chinescos, como para padecer la presencia de otro totalitario.

Irene dijo...

Debería usted pasar a recoger un premio.
Enhorabuena.