martes, 4 de septiembre de 2007

A nivel de calle


Tolerancio hablando días atrás con un conocido acerca de la escolarización monolingüe en catalán corregida y aumentada por el tripartito ultranacionalista del sonderkommando Montilla, tuvo que escuchar de un conocido -pues no goza de la facultad de esfumarse, de teletransportarse como los personajes de la serie de ficción Star Trek cuando la conversación le provoca náuseas- el siguiente comentario:

¿Quieres decir que no exageras un poco? A nivel de calle no hay problema. A mí nunca me han prohibido hablar en castellano.

Y eso que el interfecto afirmó disentir de los planes de inmersión lingüística perpetrados por los nacionalistas y palafreneros afines durante más de tres décadas. El tal comunicante vería con buenos ojos, eso dijo, una presencia mayor del idioma español en las comunicaciones oficiales de la administración local y autonómica y también en la escuela. Menos mal. Qué no dirán los parroquianos tripartíticos más recalcitrantes.

Ya está uno harto de la dichosa cantinela del a nivel de calle. Tolerancio replicó a su interlocutor que no le estaba hablando de lo que sucedía a nivel de calle, ámbito del discurso o del problema, la calle, que no le ocupa, sino de lo que ocurre fundamentalmente a nivel de escuela, a ver si nos entra en la mollera. Que una cosa es hablar de la reproducción del ornitorrinco y otra de las flatulencias bovinas. Hablemos de una cosa o de la otra, pero no de ambas simultáneamente.
En realidad son muy pocos los problemas que a la hora de la verdad se perciben al tantas veces invocado nivel de calle, fuera de episodios de inseguridad ciudadana, limpieza de la vía pública por presencia abusiva de deyecciones caninas, conducta incívica de ciclistas transitando por la acera reservada antaño a los peatones o apagones de la red eléctrica, tan eficazmente gestionada por los últimos ministros de Industria, señores Piqué, Montilla, el sonderkommando, y Clos, el anestesiado anestesista.

El comentario a mí nunca me han prohibido hablar en castellano denota una híbrida combinación de solipsismo radical conjugado con una dosis considerable de imbecilidad colectiva., pues si se trata de evaluar o ponderar la existencia y gravedad de un problema en base a nuestras propias experiencias vitales, Tolerancio habría de concluir que ni siquiera la inseguridad ciudadana es un problema real, pues a él no le han robado o atracado hace más de 20 años. Tampoco habría violaciones porque Tolerancio no ha sido violado… -toquemos madera-… así como otras muchas modalidades delictivas, inexistentes porque no las ha padecido en primera persona.
Pero no se trata de si nos prohíben o no hablar en castellano en la calle, o en dialecto turcomano con las consonantes duplicadas o rascarnos la nalga derecha si nos pica, que es una manera absurda pero eficaz -mucha gente la repite- de evadir la respuesta y de no pararse a meditar seriamente sobre el asunto. A mayor abundamiento a nivel de calle son contados los motivos que devienen problemas de convivencia o discusiones acaloradas entre transeúntes. Por eso si hemos de conceder carta de naturaleza a un problema por su pálpito o dimensión callejera descubriríamos aliviados que apenas tenemos problemas y que vivimos en una sociedad perfecta, un Mundo feliz, pero de verdad y sin segundas. Que ésta es una sociedad que funciona como un preciso mecanismo de relojería, bien engrasado y sin el menor desajuste, pues la carestía de la vivienda, la precariedad laboral y otros de similar calado rara vez son pregonados megáfono en mano por la vía pública para transmitir a los demás nuestras inquietudes y quebrantos por tan relevantes materias. Hoy hemos sabido que en este mes de agosto ha aumentado el desempleo considerablemente y no se han producido ni algaradas callejeras ni hemos visto barricadas.

Efectivamente a nivel de calle apenas se nota o se percibe nada, salvo que la gente anda amoscada por el desbarajuste político reinante y no se aventura a decir esta boca es mía por el que dirán, pues a los que ocultan siempre sus querencias se le suman ahora los avergonzados de la catastrófica gestión de los suyos. Y a mucho tirar se polemiza sobre los méritos acreditados por los distintos candidatos al título de liga, que si Barça o Madrid. La cosa, el afán polemista, no da para más. Ese a nivel de calle es el paraíso soñado por nacionalistas y sus secuaces para garantizar la impunidad de sus atropellos y exclusiones. En la calle, como mucho, se percibe el lejano rumor de las manifestaciones promovidas por okupas y mossos d’esquadra y alguna cacerolada por causa de las averías de la red eléctrica. De lo demás, nada… el silencio de las grandes llanuras árticas.

Tolerancio ignora si el tipo con quien se cruza a nivel de calle está concienciado de las nobilísimas causas que en este mundo podemos defender, y las hay para elegir, pero le importa un bledo si paga o no cuota mensual a una asociación que lucha contra la deforestación del planeta, si colecciona sellos, si llora las matanzas de focas por los mercantes peleteros, si planea o no estrangular al vecino del quinto por contaminación acústica -pone música salsa a toda mecha hasta las tantas de la madrugada- o si le acaba de mamar la polla a un elefante. A nivel de calle no hay problemas o cuando menos no los sacamos de paseo, afortunadamente, porque de lo contrario acabaría el bulevar convertido en el escenario de un permanente holocausto caníbal. ¿De qué se queja nadie? ¿De qué nos quejamos... si a nivel de calle todo va de fábula?

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