viernes, 28 de septiembre de 2007

Nacionalismo y vudú (II)


Cuando los nacionalistas queman la efigie del rey o tirotean un retrato de Albert Rivera, queman y disparan al rey y a Albert Rivera, aunque en efigie. Es decir, consuman el regicidio crematorio y el asesinato del diputado de Ciutadans realmente, según la lógica interna de las reglas vuduistas. Estamos ante un mecanismo de transferencia dentro de un sistema simbólico de aprehensión del mundo. El fin del hechizo es que las mismas causas que operan sobre el objeto, el vehículo del rito, retratos en ambos casos, y lo destruyen, los efectos, se reproduzcan de manera idéntica sobre los destinatarios o sujetos vuduizados. Algunos antropólogos especializados en el estudio comparado de las cosmovisiones de pueblos ágrafos habrían incluido esta particular transferencia ejecutada por agentes nacionalistas en lo que llamaron a principios del siglo XX magia simpática y magia homeopática, por similitud o contacto según el caso, conforme a la premisa nuclear lo semejante produce semejantes efectos.

Hay definiciones y descripciones, incluso tipologías, del simbolismo para todos los gustos y paladares. En un punto coinciden la mayoría: el símbolo es siempre una representación de aquello que señala, sustituye o suplanta lo pensado, pero también puede sustituir el acto de pensar, el pensamiento, aunque no necesariamente y en toda ocasión, pues el sistema simbólico de representaciones convive o se solapa en los procesos cognitivos, pensamiento crítico, analítico y racional, de un mismo individuo. El poder del símbolo, que es siempre visual, o más ampliamente, sensorial, reside en su inmediata percepción y comprensión, y en las respuestas afectivas y dinámicas que genera. De ahí su enorme eficacia y su dimensión cultual, ritualística.
El símbolo pues, remite en parte a fases de la conciencia humana, sino primitivas, arquetípicas o primordiales, inhábiles o poco aptas para elaborar otro tipo de aproximaciones a la realidad que podríamos denominar elaboraciones racionales o científicas. No quiere ello decir que el simbolismo carezca de sus propias reglas, de su propia gramática y que debamos desprendernos de todo ese universo como de un fardo inútil, pues el hombre es, aún hoy, un contumaz constructor de símbolos y nadie es inmune a sus guiños, ni ajeno a sus mensajes. Tampoco es un fraude en sí, un insoluble cortocircuito de la inteligencia… siempre que nadie promueva la suplantación del raciocinio por la esfera simbólica, pues ésta última cubre también unas necesidades del alma humana, predominantemente emocionales, que forman parte de nuestra naturaleza y, como otras, requieren atención.

Es cierto que una desmesurada inflación simbólica, aquí al servicio de la tenaz construcción del hecho nacional e identitario, empobrece o atrofia otras facultades cognitivas disponibles para una inteligencia mediana, para un individuo mentalmente sano. Éste, supeditado al dictado de un entendimiento simbólico hegemónico concentra su energía y sus expectativas vitales en la necesidad imperativa y permanente de conectar con lo referido por el símbolo. Fuera de ello no hay nada, o casi nada, el páramo yerto donde sopla el viento glacial de la soledad y de un mundo demasiado extenso y reacio a la horma de nuestra limitada inteligencia. Y al individuo le aterra caminar por su propio pie lejos de un manto, de una mampara protectora. Sólo que no hay protección que no cobre diezmo o peaje.

Así tenemos que el símbolo que sustituye y deviene lo simbolizado, faculta una inevitable confusión o transferencia. Las ideologías del símbolo, como hay religiones del libro, promueven la centralidad del motivo y fin de su existencia, que no es otra cosa que el símbolo, que, siendo eficaz con su sola presencia, no necesitará en adelante de otras herramientas subalternas para su explicación. Lo que a nadie sorprende, o al menos a Tolerancio. Por lo tanto, el diálogo motivado y las argumentaciones de todo tipo, filosóficas o históricas, no conciernen al simbolismo y a sus parroquianos. No hay posibilidad de refutación, persuasión o convicción sencillamente porque dicha religión y sus feligreses sitúan su ámbito de actuación y recompensa en una dimensión distinta e impermeable a la lógica. No es que no estén capacitados para dialogar o razonar, sino que no tienen ninguna necesidad de hacerlo y de desviarse de su ruta. Es decir, los nacionalistas que dan una conferencia, como el senador del PNV que en Mallorca negó a los no nacionalistas el derecho a la vida o aquellos que queman al rey o tirotean a Albert Rivera en efigie, no están necesariamente locos desde un punto de vista clínico, aunque utilicemos a menudo esa expresión para describirlos -quizá el caso de Xavier Vendrell, de ERC, sea una clara excepción pues manifiesta síntomas evidentes de un desarreglo psíquico grave e irreversible-, sino que su dependencia simbólica ha inhibido parcial o temporalmente otras funciones de la inteligencia.

Cuando los nacionalistas queman un retrato del rey, como el brujo vuduista clava unos alfileres en un muñequito que representa a su víctima, están efectivamente quemando al rey, y cuando clavan un tiro en la frente en una foto de Albert Rivera, en su fuero interno, por transferencia simbólica, le están disparando de veras, lo saben muy bien, aunque no así nuestras leyes que, afortunadamente, se rigen por otros principios y por lo tanto, en buena lógica, no se les puede juzgar por asesinato, siquiera simbólico o metafórico. Pero, como queda dicho, a los nacionalistas no les ocupa ni importa la crítica, la censura moral a sus actos, que merecen nuestra firme condena cuando transgreden el marco jurídico -es decir, siempre- sino la crítica de sus símbolos. Por ello al no nacionalismo le compete la necesaria tarea de atacar a martillazos y hacer burla sacrílega de esos símbolos, sin descanso, cuando representan la negación de la libertad -siempre también-.


Breve bibliografía para aproximarse al complejo y fascinante mundo del simbolismo desde diferentes enfoques y disciplinas:

-Bettelheim, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de hadas.
-Cirlot, Juan-Eduardo *. Diccionario de símbolos.
-Cohn, Norman. En pos del milenio.
-Dumézil, Georges. Mito y epopeya.
-Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano.
Mefistófeles y el andrógino.
Mito y realidad.

-Frazer, James George. La rama dorada.
-Freud, Sigmund. Tótem y tabú.
-González, José Lorenzo. Persuasión subliminal y sus técnicas.
-Izard, Michel. La función simbólica.
-Jung, Carl Gustav. Símbolos de transformación.
-Lévi-Bruhl, Lucien. El alma primitiva.
-Lévi-Strauss, Claude. El pensamiento salvaje.
-Panofsky, Erwin. Estudios sobre iconología.
-Sahlins, Marshall. Cultura y razón práctica.
-Turner, Victor. La selva de los símbolos.
-Van Gennep, Arnold. Los ritos de paso.


* Autor catalán que gozó de reconocido prestigio internacional en el ámbito de los estudios sobre estética y desconocido hoy para los grandes pensadores patrios, como Xavier Vendrell, de ERC, tan preocupado al parecer por el despertar de las conciencias.

4 comentarios:

José García dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José García dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José García dijo...

Le comunico haberle otorgado el premio a la bitácora solidaria.

http://espaniolito.blogia.com/2007/092801-premio-de-a-pie.php

Enhorabuena y saludos.

Unknown dijo...

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