La semana del 16 al 20 de julio Tolerancio estuvo en Gerona junto a su señora madre aquejada de una dolencia que, afortunadamente, remitió en poco tiempo. La paciente fue ingresada en el Hospital Doctor Trueta y allí permaneció por espacio de unos días. Salió con bien del mal paso, quedando todo en un susto de aúpa.
Tolerancio, camino de Gerona en un tren de media distancia -que no sabemos si gestionará la Generalidad, pues los traspasos en ciernes hablan solamente de la red de Cercanías de RENFE y cabe que la media distancia, por exceder el límite de la cercanía, la controle acaso a medias, optando por una partición administrativa y salomónica de los vagones que componen cada convoy-, leyó en el diario que el consistorio gerundense, gobernado por el omnipresente tripartito, prohibirá a los feriantes en su municipio la rotulación en castellano de sus paraditas itinerantes así como la difusión de música en ese idioma para promocionar sus artículos o atracciones: ropa de mercadillo, cucuruchos de almendras garrapiñadas, la barraca del tiro al blanco con carabinas mal calibradas, los autos de choque o la rifa de muñecas y chamuchinas varias. De tal suerte que los pilotos autochocantes, dando peritísimos volantazos para eludir colisiones, o provocarlas, habrán de reinterpretar y traducir el hit musical más pintiparado para la ocasión, Ese torito guapo, el mayor éxito del llorado Fary, para adecuarse a las nuevas circunstancias lúdico-idiomáticas y atacar pizca más o menos la pieza de la siguiente guisa: aquell brauet, aquell brauet tant maco, té botins...
Tolerancio se presentó en cuanto pudo en el hospital y ante la escalinata de la fachada principal, atribulado hasta entonces por la gravedad del contratiempo familiar, se tranquilizó en parte al ver ondear una inmensa bandera cuatribarrada que actuó en su ánimo como una suerte de calmante, de metafísico bálsamo y le sacudió el espinazo una corriente de medio voltaje -corriente que gestionará en adelante una eléctrica de titularidad regional opante u opada para garantizar el pleno suministro energético y emocional de la población-. Cuatro mástiles y una sola bandera.
El efecto fue meteórico. Tolerancio supo que el diligente equipo médico, amparado en el nacional estandarte a modo de patriótica advocación y como trastocado en una suerte de protector manto mariano, procuraría a todo el que entrara allí no sólo la curación del cuerpo sino también la del alma. De eso no le quedó a Tolerancio la menor duda al saber que el honorable galeno a quien está dedicado ese hospital fue en vida un verdadero filántropo, el señor Trueta i Raspall, que desde la cuna, a juzgar por su segundo apellido, estaba destinado a la tutela de la limpieza vírica y espiritual de sus semejantes.
El coágulo de sangre fue reabsorbido por la paciente. Fue como si, valga el símil futbolístico, sancionan a su equipo con un penalti -usted es el portero- y el rival chuta con potencia pero sin colocación. El balón roza el poste y marcha al graderío.
Las enfermeras se portaron no solo con gran celo y profesionalidad, sino haciendo gala de una simpatía que acaso no es exigible, por lo que Tolerancio les debe reconocimiento y gratitud. Cierto que aguardó allí tres largos y cansinos días a la espera de una última prueba, que no era más que un ecocardiograma, una ecografía del corazón, para averiguar o descartar posibles causas de la dolencia, pero que no siendo una prueba ni cara ni técnicamente peliaguda fue la que más se demoró por la reducida disponibilidad del equipo de cardiólogos contratado por horas y que en su agenda tenía otras prioridades. Quizá la estancia en el hospital, con las atenciones que requiere un paciente de edad avanzada, sea más cara incluso que la prueba médica referida, pero los intríngulis de la gestión sanitaria son un lío de lo más enrevesado que escapa al pobre entendimiento de un servidor.
Tolerancio observó cosas llamativas, que darían para otra bitácora, durante los cinco días que anduvo por allí, pernoctando en dos ocasiones en el hospital, previo relevo acordado entre los efectivos familiares destacados al lugar, pero lo cierto es que su alma halló acomodo y contento al ver que aquella enorme bandera solitaria actuaba como una suerte de escapulario no con la inscripción de detente bala sino de detente virus y que, aún en el peor de los casos, el enorme trozo de tela, de varios metros cuadrados, podría desempeñar funciones de fúnebre sudario para los enfermos que rindan su alma en un postrero acto de patriótica afirmación.
Tres días, 72 horas, para un cardiograma, pero la bandera hospitalaria era tan hermosa e inmensa que sólo un cíclope colosal la habría podido besar con unción.
Tolerancio, camino de Gerona en un tren de media distancia -que no sabemos si gestionará la Generalidad, pues los traspasos en ciernes hablan solamente de la red de Cercanías de RENFE y cabe que la media distancia, por exceder el límite de la cercanía, la controle acaso a medias, optando por una partición administrativa y salomónica de los vagones que componen cada convoy-, leyó en el diario que el consistorio gerundense, gobernado por el omnipresente tripartito, prohibirá a los feriantes en su municipio la rotulación en castellano de sus paraditas itinerantes así como la difusión de música en ese idioma para promocionar sus artículos o atracciones: ropa de mercadillo, cucuruchos de almendras garrapiñadas, la barraca del tiro al blanco con carabinas mal calibradas, los autos de choque o la rifa de muñecas y chamuchinas varias. De tal suerte que los pilotos autochocantes, dando peritísimos volantazos para eludir colisiones, o provocarlas, habrán de reinterpretar y traducir el hit musical más pintiparado para la ocasión, Ese torito guapo, el mayor éxito del llorado Fary, para adecuarse a las nuevas circunstancias lúdico-idiomáticas y atacar pizca más o menos la pieza de la siguiente guisa: aquell brauet, aquell brauet tant maco, té botins...
Tolerancio se presentó en cuanto pudo en el hospital y ante la escalinata de la fachada principal, atribulado hasta entonces por la gravedad del contratiempo familiar, se tranquilizó en parte al ver ondear una inmensa bandera cuatribarrada que actuó en su ánimo como una suerte de calmante, de metafísico bálsamo y le sacudió el espinazo una corriente de medio voltaje -corriente que gestionará en adelante una eléctrica de titularidad regional opante u opada para garantizar el pleno suministro energético y emocional de la población-. Cuatro mástiles y una sola bandera.
El efecto fue meteórico. Tolerancio supo que el diligente equipo médico, amparado en el nacional estandarte a modo de patriótica advocación y como trastocado en una suerte de protector manto mariano, procuraría a todo el que entrara allí no sólo la curación del cuerpo sino también la del alma. De eso no le quedó a Tolerancio la menor duda al saber que el honorable galeno a quien está dedicado ese hospital fue en vida un verdadero filántropo, el señor Trueta i Raspall, que desde la cuna, a juzgar por su segundo apellido, estaba destinado a la tutela de la limpieza vírica y espiritual de sus semejantes.
El coágulo de sangre fue reabsorbido por la paciente. Fue como si, valga el símil futbolístico, sancionan a su equipo con un penalti -usted es el portero- y el rival chuta con potencia pero sin colocación. El balón roza el poste y marcha al graderío.
Las enfermeras se portaron no solo con gran celo y profesionalidad, sino haciendo gala de una simpatía que acaso no es exigible, por lo que Tolerancio les debe reconocimiento y gratitud. Cierto que aguardó allí tres largos y cansinos días a la espera de una última prueba, que no era más que un ecocardiograma, una ecografía del corazón, para averiguar o descartar posibles causas de la dolencia, pero que no siendo una prueba ni cara ni técnicamente peliaguda fue la que más se demoró por la reducida disponibilidad del equipo de cardiólogos contratado por horas y que en su agenda tenía otras prioridades. Quizá la estancia en el hospital, con las atenciones que requiere un paciente de edad avanzada, sea más cara incluso que la prueba médica referida, pero los intríngulis de la gestión sanitaria son un lío de lo más enrevesado que escapa al pobre entendimiento de un servidor.
Tolerancio observó cosas llamativas, que darían para otra bitácora, durante los cinco días que anduvo por allí, pernoctando en dos ocasiones en el hospital, previo relevo acordado entre los efectivos familiares destacados al lugar, pero lo cierto es que su alma halló acomodo y contento al ver que aquella enorme bandera solitaria actuaba como una suerte de escapulario no con la inscripción de detente bala sino de detente virus y que, aún en el peor de los casos, el enorme trozo de tela, de varios metros cuadrados, podría desempeñar funciones de fúnebre sudario para los enfermos que rindan su alma en un postrero acto de patriótica afirmación.
Tres días, 72 horas, para un cardiograma, pero la bandera hospitalaria era tan hermosa e inmensa que sólo un cíclope colosal la habría podido besar con unción.
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