Miguel Poveda es cantaor de flamenco y por eso da el cante. Es catalán y una figura indiscutible del panorama flamenco. Acudirá a la Feria de Frankfurt para dar un recital junto a María del Mar Bonet. Poveda, arrancándose por peteneras, ha declarado que la polémica acerca de la inasistencia de escritores catalanes en lengua castellana es culpa de los políticos. Que él se siente catalán y que hace cultura catalana aún cantando en castellano. Y que no tiene el menor problema en ir allá para interpretar el poemario que le pongan delante. Cita a la que acudirá porque le han invitado, claro es.
No hay por qué dar explicaciones, Miguelín. Todos los regímenes han contado con la ayuda propagandista de muchos y grandes pensadores y artistas. Regímenes incluso menos presentables que éste nuestro, el del nacionalismo excluyente, en términos de respeto a los derechos civiles y políticos e incluso a la vida misma de sus ciudadanos o súbditos. Siempre contarán con voluntariosos partidarios o con tontos útiles que les harán el juego y les darán cobertura para su dignificación intelectual. El salario del servilismo oscila entre el jugoso favor de la subvención vitalicia y el terror pánico al ostracismo artístico. Recordemos una escena ilustrativa para casi todo tiempo y lugar de la película La vida de los otros, aún en cartelera, cuando el agente de la Stasi, antes de cambiar de bando, le dice en el transcurso de un interrogatorio a la bella protagonista que es actriz teatral: el partido decide quién representa (las obras, se entiende, como premio a su fidelidad). Así fue, así es y así será, aquí y en Sebastopol.
Lo que irrita de la declaración de Miguel Poveda (diario El Mundo, 30/06/07) es su pretendida apariencia de outsider, de forajido, de tipo comprometido que habla claro… y no dice nada. Porque señalar la culpabilidad de los políticos, sin decir cuáles, nos recuerda a ese delincuente avispado y ventajista que ante el tribunal echa la culpa a la sociedad de la comisión de sus delitos porque el mundo me ha hecho así, proyectando su responsabilidad directa como hombre adulto a un ente abstracto y vaporoso que, como tal, puede recibir de los demás toneladas de sucedumbre sin incomodarse demasiado. ¿Es cierto que usted le dio trescientos hachazos a su suegra? Soy inocente. Esta sociedad machista es la culpable. En realidad no era yo quien asestaba esos hachazos.
Echar la culpa a la clase política en este asunto en particular es una espantada, una larga cambiada cobardona y escapista, y por eso precisamente, por no especificar qué políticos, constituye un acto de sumisión a los mismos, es decir, a los que tienen la sartén por el mango. Algo que repite todo aquel que procura quedar divinamente pero sin mojarse en absoluto.
Convengamos a modo de ejemplo que la presencia española en la guerra de Irak -no la primera, allá por 1991, con soldados de reemplazo, sino ésta más reciente, la de la foto de la Azores- fue un monumental error, tanto si nuestras tropas participaron en hechos de armas como si se limitaron a posteriores tareas de pacificación o reconstrucción. Ese matiz no hace al caso que proponemos. Nadie dirá que dicho error lo fue por la inconsciencia de los políticos, de la clase política en general. De hecho si consideramos que fue una garrafal metedura de pata señalaremos a los políticos que creamos responsables: Aznar y el gobierno del PP en este caso, pues los políticos tienen nombre y apellidos. Pero valdrían otros muchos ejemplos.
Miguel Poveda, aparentando firmeza y osadía en su juicio, no hace más que lavarse las manos y esconder la cabeza bajo tierra y el cante jondo, su quejío, el martinete rotundo o el fandango áspero y contundente, se queda en una bulería, en una coplilla aromatizada de caramelo que acompaña dando palmas lisonjeras. No tiene bemoles o perendengues para decir que la culpa es de los políticos, pero de los políticos nacionalistas, claro, que son los únicos responsables del estropicio. Salvo que se quite la careta y nos diga que es un cantaor soberanista y que está encantado con las exclusiones y la visión sesgada que da de la cultura catalana la administración autonómica que costea su billete de avión y la factura hotelera.
Da palmas, Poveda, que no se diga… para alegrarle la juerguecita flamenca a los señoritos feriantes. Arsa que toma y olé.
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