viernes, 20 de julio de 2007

¿Médicos terroristas?


Tolerancio no sale de su asombro. La gente, buena y no tanto, anda extrañada, sorprendida por la formación y titulación académicas, revelada por la prensa, de los presuntos terroristas detenidos en el Reino Unido con motivo de un par de atentados fallidos que las fuerzas del orden evitaron a tiempo. Algunos de los sospechosos cursaron estudios universitarios y obtuvieron licencia para ejercer la medicina, ámbito del saber encaminado a sanar los cuerpos dolientes, aquejados de traumatismos o patologías diversas. No obstante esa loabilísima intención no fue precisamente la que animara al también doctor Josef Mengele a experimentar con seres humanos en los barracones de los campos de exterminio aplicando meticulosa y cruelmente sus conocimientos en la materia. Y ponemos éste caso por evidente, pero hubo cientos, en la Alemania nazi y en otros siniestros regímenes.

Hay quién piensa que la adquisición de erudición, de cultura o de competencia técnica específica enriquece espiritualmente a las personas y las hace mejores, más generosas, nobles y capacitadas para experimentar la empatía por las cuitas y porfías de los semejantes. Es una derivación absurda. Fulanito puede conocer mejor que nadie los síntomas de la hepatitis y ser un hacha en su tratamiento, recetar los fármacos más eficaces y al mismo tiempo, en sus horas libres, disfrutar como un verraco babeante mirando películas snuff o consumiendo pornografía infantil por internet. Los registros del ser humano son variados: los hay que pueden deleitarse y emocionarse con una sinfonía arrebatadora, maravillarse ante una pintura de un retratista flamenco del XVII, recitar un poema de Rilke, paladear como un sibarita unos ostrones regados con un vino blanco alsaciano y asistir indiferente a un suceso trágico con docenas de víctimas mortales despanzurradas.

No sabíamos que hubiera aptitudes u oficios más propensos que otros a la práctica del terrorismo. Cierto que algunos idiotas, pero de campeonato, inconmensurables gilipollas, han difundido la especie envenenada de que el terrorismo nace de un mar de injusticias y que, efecto bola de nieve, mucha de la gente del común asume como propia, repite la divisa y le sorprende que un médico, en lugar de un paria, ejerza no la medicina sino el terrorismo. Es decir, la necesidad económica, la miseria como génesis del terrorismo. No hay más que ver las huestes depauperadas, sufrientes y famélicas de los militantes de ETA y sus feligreses, víctimas de una abominable explotación, descamisados, por debajo del nivel mínimo diario de ingesta de proteínas, cociéndose a pinchitos y vinitos en el casco viejo de San Sebastián, esa ciudad al copo de indigentes que parece un bidontown del tercer mundo. ¿Les habría sorprendido menos que los terroristas de marras fueran taxistas, lampistas, recoge-cartones o limpiaparabrisas apostados a pie de semáforo? ¿Qué sucede, que esas gentes más humildes, por serlo, valoran en menos la vida humana, ajena o propia?
No hace falta ser un lince para ver que muchos ideólogos de causas aborrecibles eran personas leídas, instruidas y cultas. Ahí está el paradigmático caso de Pol Pot, que en sus años mozos saboreó los placeres de la alta cultura en las aulas de la Sorbona, y fue años después el inspirador del crimen desconcertante a gran escala, pues en Camboya, bajo su régimen, te daban matarile por tener una bicicleta, llevar lentes, hablar idiomas o lucir unas manos delicadas y sin callosidades.

Habrá quién se crea que el terrorismo se estudia en una Facultad aparte. Que los terroristas rellenan impresos de matriculación y tienen un carnet que les acredita como tales, una vez superadas las prácticas en el Taller de Manualidades Explosivas… carnet que llevan en la billetera tan ricamente junto al de socio de la bolera o de abonado al videoclub de la esquina. Y que, para evitar confusiones y despejar dudas, se pasean por la calle con un cartelito al cuello o una inscripción en la frente que dice Soy terrorista. Y que además se les detecta de un rato lejos porque los muy estirados no hablan del tiempo cuando te los encuentras en el ascensor ¡Qué cara más dura! Y no tienen el menor escrúpulo en declarar su heterodoxa ciencia u oficio cuando les entrevistan en la calle Pelayo por una encuesta comercial o sale su foto en un diario gratuito, pues ese día los reporteros formulan una pregunta de interés cívico a los transeúntes: ¿Qué piensa usted de la presencia de deyecciones caninas en la vía pública?... y responden que el ayuntamiento debería instalar más pipicanes, y debajo de su respuesta figura la siguiente leyenda: Juan Lanas Ochoa, 29 años. BCN. Terrorista muy pero que muy sanguinario. ¿Un médico terrorista?... ¡Qué cosas pasan!

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