sábado, 27 de enero de 2007

El dormido dragón de Escocia I


Con sus ropas talares, Zebulon, el druida celta, avanza por un sendero flanqueado de fresnos, la madera noble que precisa el dios Cernnunos para el astil de su hacha bicéfala, y llega rodeado de brumas a orillas del lago Ness, de aguas frías y profundas.
No es un relato de espadas y dragones. No, es real como la vida misma, tanto que sacaron las imágenes en un noticiero de la tele hace unos años. En efecto, una expedición multidisciplinar de científicos financiada por una universidad británica, equipada con sondas, radares y chismes de ultimísima generación, se acercó al lago Ness para rastrear su fondo en pos del monstruo legendario.
Sólo que esa intromisión no fue del agrado de un nacionalista escocés. Llamémosle Zebulon McAbeo, pues no recordamos su nombre, que en esta verídica y chocante historia es un dato irrelevante. El hombre sacó de su fondo de armario las mejores galas para la ocasión: el bardococullus druídico, bajo el que llevaba el kilt, la tradicional falda escocesa para el ornato masculino, un bordón de peregrino y una hoz dorada para segar tiernos brotes de muérdago.
Zebulon, airado por la intrusión de los científicos, se plantó a orillas del lago para conminar al monstruo, icono de la sagrada criptofauna del nacionalismo escocés, mediante ensalmos y encantamientos, a permanecer sumergido y no asomar sus fauces en superficie.

La lógica ayuda a comprender la actitud defensiva de Zebulon. En efecto, el monstruo es el arcano, el guardián de las esencias patrias que residen en el mito. El símbolo no debe someterse a los instrumentos de la razón, a los manejos empiristas, debe permanecer incontaminado, anclado en la leyenda, en esa dimensión vaporosa que apela al sentimiento, que bulle en las entrañas, que aflora como la fiebre y conmueve de veras a los fieles de la religión patria. Lejos del mensurable espectro que dibujan esos meticones cachivaches.
Los científicos, esos heresiarcas, no deben ensuciar con sus profanos útiles de laboratorio la belleza, la pureza melancólica de la fábula. El dragón, pues, debe habitar en la oscuridad, en las sombras, entre las anfractuosidades de las rocas que jalonan el lecho lacustre. El monstruo ha de ponerse a salvo de la luminancia artificiosa de las cámaras, de los flashes de los gentiles impuros. La magia, el misterio, han de perpetuarse por las generaciones y los siglos venideros. El secreto debe ser preservado a toda costa.
Aquí no interesan metáforas resolutivas propias del psicoanálisis, secretos que emergen a la conciencia por causa de introspecciones o charlas terapéuticas echado uno en el diván de la consulta, sino que prevalece la necesaria irresolución del caso. El velo de la componenda poética ha de ocultar la verdadera naturaleza del relato que es su falsedad fascinante.
En efecto, y esto lo trataremos en otra bitácora, no hay peor daño para la causa del irredentismo escocés, y eso le consta a Zebulon, que alguien sepa de cierto de la existencia o inexistencia del monstruo. A Zebulon, fidedigno trasunto de todos los nacionalistas del mundo, los argumentos que las personas juiciosas exponen contra sus delirantes elucubraciones le importan un pimiento. Sabe que nadie mata o muere por un teorema matemático o por la bondad de un estilo pictórico. Pero sabe también, o sueña, para él es exactamente lo mismo, que un día los jóvenes escoceses seducidos por el nacionalismo, por sus ritos iniciáticos y su escenificada liturgia, derramarán su sangre y la de otros en el altar de los monstruos patrios.

Espeluznante despacho informativo de última hora.- Nuevo motivo para la zozobra de Zebulon McAbeo y de la Humanidad en su conjunto. Hemos sabido que el cambio climático que padecemos ha modificado las virtudes de las aguas del río Speyside, cuyo concurso es fundamental para elaborar el whisky de malta de la región.

No hay comentarios: