La noche del pasado martes, día 10, las disfunciones dispépticas amenazaban a Tolerancio con entorpecer la digestión de la cena e impedir la deseable y pronta conciliación del sueño. Tolerancio recurrió a una terapia la mar de efectiva para, disculpen la gráfica expresión, desembarazar las tripas rápidamente. Se plantó delante de la tele y miró el informativo nocturno de Mónica Terribas, la musa por antonomasia del catalanismo progre y que para quien les habla actúa como un emético potente.
Pero… por una vez Tolerancio asistió a una interesante entrevista. En efecto, la laureada periodista al servicio de la causa patria departía amigablemente con un vocal del CGPJ afecto al nacionalismo, el señor López, que admitía haber caído del caballo como Saulo camino de Damasco. Tolerancio abrigó por un segundo el fugaz y pueril deseo de que ese hombre, tras una fase anterior de ofuscación y empecinamiento en el error, hubiera entrado en razones y abandonado, mejor tarde que nunca, su militancia catalanista. Pero no, había desmontado su cabalgadura para redoblar su compromiso con un catalanismo aún más radical.
Y para justificar su reverdecido credo nacionalista adujo que en los últimos 30 años la participación de Cataluña en el PIB industrial español menguó del 40% al 19%. Y que los depósitos bancarios comparados de Barcelona y Madrid, equilibrados entonces, habían experimentado un aumento excepcional en favor de la capital que ahora dobla a Barcelona en el mentado capítulo. Esa preocupante desproporción, el señor López (su segundo apellido es Aniol que citamos aquí para darle ese perfil más autóctono que sus preferencias demandan) la atribuyó al creciente clima de catalanofobia. Esperábamos más originalidad. Y que la única receta posible para corregir tamaño desajuste es más nacionalismo. Acabáramos. Es curioso que la catalanofobia sea mayor en el presente, en estas horas de componenda estatutaria con el gobierno ZP, que durante el tardofranquismo y la Transición, 30 años atrás, cuando el peso real de la economía catalana en el conjunto de la española era muy superior, según los balances aportados por el interfecto.
Presenciamos una extravagante mezcolanza de datos objetivos, mensurables, como es el descenso de la importancia de Cataluña en el apartado económico, con una aventurada estimación difícilmente contrastable sobre fobias ajenas, el auge de la catalanofobia. Pero podemos contrarrestar la solución previsible y equivocada que aporta el señor López, más nacionalismo, con otro dato incontestable. Desde hace 30 años quien dirige y gestiona la cosa pública en Cataluña es el nacionalismo bajo sus diferentes avatares: los sucesivos gobiernos de CiU y del tripartito. Luego alguna responsabilidad habrán contraído en esta llamativa merma de relevancia industrial, financiera y económica..
Será que el nacionalismo cultiva como nadie el clientelismo. Que devora recursos públicos a espuertas para subvencionar amiguetes y agentes propagandistas que tienen la alta misión de penetrar el tejido social y aventar la prolífica semilla del nacionalismo entre las gentes, partidas presupuestarias destinadas a esculpir almas e inteligencias pero poco o nada productivas. Será porque el nacionalismo piensa que el país es cosa suya y puede regirlo como un asunto doméstico y sin rendir cuentas. Que puede llenarse los bolsillos a su antojo a cuenta de comisiones. Y que muchas inversiones mudan su destino y pasan de largo porque hay quienes no gustan de jugarse los cuartos con una banda de insaciables caciques locales. Y que toda crítica o disidencia, en última instancia, se desactiva enarbolando la sagrada bandera y acusando a los detractores de malquerencia patria. Bandera que, por cierto, la usan para cubrir tanta desvergüenza y tanto apaño viscoso y pestilente que la dejan hecha unos zorros y precisa con el tiempo una limpieza a fondo en la lavandería.
Los datos hablan por sí solos. El nacionalismo empobrece. Seguro que a esta misma conclusión ha llegado la totalidad de catalanes no nacionalistas, pero apenas se utiliza. Siempre ponemos el énfasis en el solipsismo nacionalista, en su falta de solidaridad y otros argumentos ciertos, sin duda, pero acaso no tan atractivos o convincentes para la población nativa.
Por esa razón Tolerancio brinda ese lema a quien quiera adoptarlo y sepa darle un empleo apropiado, pues Tolerancio carece de influencia y tiene la misma capacidad de persuasión que una colilla tirada en el suelo. Dicen que los catalanes somos receptivos a los datos económicos, que nos miramos el bolsillo como otros el ombligo. Proclamar pues que la gestión nacionalista nos ha salido cara en las tres últimas décadas es un argumento táctico a considerar. A diferencia del señor López, proponemos no más, sino menos nacionalismo… porque la pela es la pela.
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