martes, 24 de abril de 2007

Tigres, leones, todos quieren ser los campeones...


Recientemente se ha celebrado en Portugal un campeonato de fútbol para categorías infantiles. La gran final la disputaron los peques del Valencia y del Barça. Como reza el tópico periodístico: El partido del siglo.
Pero se armó el zipizape en la ceremonia previa. Los contendientes, como es preceptivo, debían formar a ambos lados del trío arbitral, compuesto por los señores Joao Freitas, Nuno Barbosa y Caetano Cabral, mientras sonaban los respectivos himnos nacionales. En honor de los finalistas, el himno español y de los colegiados, el portugués. Sólo que los peques del Barça, inducidos por un adulto, no comparecieron en el terreno de juego mientras sonaban los acordes de la Marcha Real, que los alevines del Valencia, por cierto, saludaron con la mano en el pecho a imagen y semejanza de lo que habían hecho otros niños con anterioridad.

No es necesario insistir en la miseria moral de los agentes nacionalistas promotores del desaire, que en el Barça de Laporta, por cierto, están en su salsa, y que en este bochornoso episodio se han servido de un grupo de párvulos para exponer sus fobias, demostrar lo transgresores y lo machotes que son y hacer méritos ante el jefe supremo. Les ha importado un bledo incurrir en tan despreciable ejercicio de pederastia nacionalista. Usar niños cobardemente y convertirlos en involuntarios protagonistas de semejante patraña no abochorna a quien no tiene vergüenza, no sabe qué es derechura y hombría de bien y lo supedita todo a la causa del irredentismo patrio.
Nos preguntamos si se atreverán a tanto con el equipo profesional. Es muy probable que el Barça se clasifique para la final de la Copa del Rey, si elimina al Getafe, y habrá que ver cómo procede la plantilla en ese caso, si es que suena el himno nacional con Su Majestad en el palco -siempre que no le programen a última hora una cacería-sorpresa de plantígrados por las lejanas estepas de la helada Moscovia-.
El fútbol, nos dicen a menudo, es un deporte que requiere un gran dispendio de testosterona, que es un asunto de pelotas. Veremos, pues, cómo andan los mayores del Barça del asunto aludido. Pero, eso sí, les han sobrado pelotas para hacerlo con unos niños que no saben aún de qué va la película por muy precozmente que comience el adoctrinamiento intensivo, el lavado de cerebro, en el universo azulgrana impregnado de ese asfíctico y patético aldeanismo nacionalista que a todos los rincones alcanza.

La patochada perpetrada por los representantes autorizados del Barça en tierras lusas no quita que recibir a niños que contienden, aún en campeonatos internacionales, interpretando himnos nacionales, sea un formalismo excesivo. Acaso convendría en una ocasión como ésa largar por megafonía melodías más apropiadas para galopines de tan tierna edad. Canciones trocadas en himnos que sean del gusto de todos ellos sin atender a obediencias nacionales.
Pero tanto o más ruin que el numerito diseñado por los adultos de la expedición a cuenta de los peques ha sido negar, tras las primeras horas de la polémica, que el equipo alevín perteneciera en realidad a la disciplina del club, aunque compitiera con el nombre, los colores oficiales y el escudo de la entidad. Es decir, la directiva del Barça, haciendo gala de una proverbial prestancia varonil, se desmarcó del incidente alegando que uno de sus patrocinadores comerciales era también responsable de lo sucedido y que la decisión última, la rebelión himnódica, había partido de una persona aún no identificada. En definitiva, que esos niños no eran suyos.

Tigres, leones, todos quieren ser los campeones… (reproducción parcial de una canción del difunto Torrebruno, que en gloria esté, sin permiso de la SGAE).

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