Asombrado y divertido a partes iguales asistió el otro día Tolerancio a las declaraciones de un portavoz de la Xunta de Galicia en una tertulia televisiva. Y todo por causa de una delirante petición del gobierno autónomo de coalición PSOE-BNG a la Real Academia de la Lengua Española.
Parece ser, lo ignoraba quien les habla, que en determinadas regiones de Hispanoamérica gallego vale por tonto del culo. No sabíamos que la Xunta destinara un equipo de meticulosos funcionarios a revisar los americanismos admitidos por la RAE para elevar el informe pertinente. O acaso sucedió que algún conspicuo representante del gobierno regional de marras, de vacaciones por aquellos predios, sorprendiera al azar en una charla callejera la ofensiva alusión a su dignidad patria.
La reacción desmedida de los nacionalistas gallegos, del PSdG-PSOE o del BNG indistintamente, avala la exactitud de la discutida acepción, bien entendido que tonto de baba no habría de valer por gallego sino más específicamente por gallego, pero nacionalista. Si de lo que se trata es de fiscalizar los usos idiomáticos aún les daremos más trabajo muy gustosamente para justificar su sueldo e incrementar el complemento trimestral de productividad: sugerir a argentinos y uruguayos que en lo sucesivo no identifiquen gallego con español… solo que el trabajo que les aguarda es más exigente porque a labia nadie gana a los nacionales de las citadas repúblicas y se necesita una verborrea florida para doblarles la mano.
El portavoz de la Xunta, uno de esos tipos estomagantes como pocos, cree Tolerancio que el interfecto dice llamarse Antón Losada, que transpira por los poros un odio furibundo a cuanto huele a España, quiere modificar la realidad negándola. Se trata de censurar unas acepciones del diccionario, arrancar las hojas pecaminosas y reducirlas a cenizas en la hoguera inquisitorial atizada por el nacionalismo cerril. Disculpen el innecesario pleonasmo: por el nacionalismo a secas, pues la cerrilidad, si así puede decirse, es consustancial al nacionalismo.
En realidad el portavoz del gobierno nacionalista juega a favor de viento. Uno se consuela pensando que disponen de un margen de tiempo limitado para cometer estas y otras fechorías y acabar su magna obra. Pero que llegará el día en que habrán agotado el cupo de melonadas que los avatares de la historia les ha brindado y que todo el daño que no hagan ahora ya no podrán hacerlo jamás. Soñar es gratis.
Pero les importa un bledo. Nos ganan en muchas cosas, pero sobre todo en la más importante: tienen un guión del que no se mueven un ápice y carecen de vergüenza y de temor al ridículo. Cuando se lucha por una causa patria no hay lugar para titubeos o remordimientos intelectuales. La patria lo justifica todo: el bombazo que te crío o la payasada desternillante. Rectifico entonces: pueden cambiar la realidad negándola. Y a fe que lo hacen y mejor que nadie. Y como sostienen otros nacionalistas… van ganando la partida.
Un contertuliano de ese programa sugirió, sonriendo por lo bajini, pues no lo hizo abiertamente por no incomodar al interfecto, que en lugar de instar a la RAE a suprimir las acepciones causantes del enojo nacionalista, harían mejor en convencer de algún modo ocurrente a los hablantes de esas latitudes a que modifiquen ese tan dañino hábito. Pero esa idea no es conveniente por una razón: que la campaña publicitaria costaría unos dineros que habríamos de pagar todos y bastantes chorradas subvencionamos ya a diario para dar satisfacción al nacionalismo. Sólo nos faltaría añadir una más, ésa en particular: la más idiota de cuantas hemos oído. Pagar pasaje aéreo en business class y estancia a mantel y cuchillo a una trouppe de voraces agentes lingüísticos de la Xunta destacados al Caribe, daiquiri va daiquiri viene, para que unas decenas de personas en una aldea perdida de la selva tucumaya excluyan de su vocabulario una expresión hiriente para las nubladas mentes de los súbditos de Breogán, el brumoso reyezuelo celta que habitara los versos en consonante de un poetastro perturbado por la ingesta masiva de orujo.
Y un carajo. Un carajo de la vela. Que se enfaden. Si algo les pica, que se rasquen y disputen con la RAE y se cubran de ridículo y así, qué menos, nos proporcionan un hilarante episodio de estupidez superlativa. A veces no hay mejor argumento en pro de la causa propia que la imbecilidad sin parangón del adversario. De modo que, en adelante, no diga tonto del culo o idiota, diga directamente… nacionalista gallego.
lunes, 9 de abril de 2007
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