Para el director de la Feria de Turismo celebrada hace unos días en Barcelona, España es un país extranjero. Luego Tolerancio, esta pasada Semana Santa, anduvo por tierras extranjeras, más concretamente por las bonitas localidades costeras de Cudillero y Ribadesella, en el septentrión del país vecino. De modo que eran extranjeras la amable señora que le vendió una gorrita de visera en un coqueto comercio ovetense y la esbelta joven que le llevó a la mesa un suculento plato de hojas de berza cocida con almejas. Del mismo modo que extranjero es algún pariente consanguíneo del propio Tolerancio no nacido en Cataluña.
Según ese señor, los españoles residentes fuera de Cataluña son guiris cuando nos visitan, principalmente, en los meses estivales. No sabemos si esos turistas, tantos maños y madrileños que, por ejemplo, veranean en la Costa Dorada, están al corriente de esa circunstancia. No tiene Tolerancio muy claro cómo repercutiría en las reservas hoteleras si supieran que, efectivamente, en Salou, están en el extranjero. Acaso algunos podrían decidir que, total, para viajar al extranjero cambian de rumbo por una vez y optan por la más exótica y distante costa dálmata, pues siempre estarán a tiempo o surgirá ocasión a mano y propicia para visitar países más cercanos como Cataluña… razón por la cual muchos hemos ido demorando la obligada visita a Portugal en favor de Italia, Gran Bretaña o Turquía. Es un razonamiento curioso. Siempre decimos Portugal está ahí, no se va a mover. A fin de cuentas tampoco se moverán Australia o las Quimbambas, salvo que las placas continentales nos reserven una morrocotuda sorpresa y se desplacen con arreglo a las teorías tectónicas de Wegener.
Pero confiemos que el enfado no predisponga a nadie a plantear una suerte de boicot turístico en estas fechas en que las agencias de viajes comienzan a vender los llamados paquetes vacacionales. Es cierto que, cuando se toca el bolsillo, vienen las rectificaciones, siempre incompletas por otra parte, como la de Carod Rovira a cuenta de las sedes olímpicas y el inmediato descenso en las ventas de vinos espumosos catalanes, que algunos minimizaron, pero que en el año de autos acoquinó a más de uno.
Para evitar estas situaciones, que algunos aprovechan para sacar de paseo, cómo no, el procesional espantajo del victimismo y la catalanofobia, estaría bueno que las entidades asociadas que velan por la promoción del turismo con destino en Cataluña valoren qué personas les representan y qué declaraciones, si oportunas o no, hacen en nombre de sus intereses comerciales. Cuando un gestor mete la pata y perjudica a la empresa debe, en principio, rendir cuentas e incluso restañar los daños económicos que ha podido causar su impericia, negligencia o su incontinente verborrea.
Lo dicho, esperemos que nadie inste a un hipotético boicot, aunque tampoco creemos que el prohombre de la industria del ocio local dimita de sus funciones o enmiende de motu proprio su innecesario e insultante comentario, respaldado, eso es cosa segura, por el consejero Huguet, impenitente azote de las figuritas de bailarinas flamencas.
Y que los turistas extranjeros procedentes de España no adopten como hit musical del verano, con ánimo de revancha, aquella trivial y pegadiza cancioncilla que años atrás hizo fortuna: Volando, volando, a Mallorca voy…
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